Cómo tomar mejores decisiones: ¿por qué Zuckerberg y Obama repiten siempre la misma ropa?

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

La camiseta gris de Zuckerberg es icónica, mientras que Obama luce el traje con camisa alternativamente azul o blanca.
La camiseta gris de Zuckerberg es icónica, mientras que Obama luce el traje con camisa alternativamente azul o blanca.

Mark Zuckerberg y Barack Obama son reconocidos por vestir siempre la misma ropa, una estrategia para ahorrarle al cerebro la energía que requiere tomar una decisión

14 jun 2023 . Actualizado a las 12:17 h.

¿Cuántas decisiones tomas al día? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Más? Desde la ropa que vas a usar hasta la película que verás en el sofá por la noche, cada una define y le va dando forma a tu vida. Y esas son solo las decisiones que tomas de manera consciente. En total, se calcula que el cerebro toma una media de 35.000 decisiones diarias y esta carga cognitiva puede ser motivo de estrés incluso aunque no nos demos cuenta. Es por eso que algunos de los líderes más reconocidos del mundo, desde Mark Zuckerberg hasta Barack Obama, repiten siempre la misma ropa: se trata de ahorrarle una decisión al cerebro y enfocar en otros temas esa energía.

¿Cómo toma decisiones el cerebro?

Imagina que te encuentras veinte euros en la calle. ¿Qué haces? ¿Los coges y te los quedas, o intentas buscar a la persona a la que se le han caído? En ese momento se está gestando una decisión. Y para llegar al resultado final, la mente toma información de distintas fuentes. En el cerebro, un estímulo externo como este activa distintas regiones: aquellas relacionadas con la inteligencia, pero también aquellas encargadas de las emociones. Incluso, interviene la información que el cuerpo obtiene de sus órganos sensoriales.

Todo esto aporta datos que ayudan a reducir las opciones disponibles. En el ejemplo de los veinte euros, probablemente no tomemos la misma decisión si hay alguien cerca que si encontramos el billete en una acera en la que no se encuentra ninguna otra persona. El estado en sí del billete puede modificar asimismo nuestra conducta: es más probable que no lo cojamos si está demasiado sucio o mojado.

Toda esta información se utiliza para llegar a la acción, pero este proceso no es puramente consciente. En muchos casos, las consecuencias de la decisión son tenidas en cuenta sin que lleguemos a pensarlo. Cuando tomamos una decisión, se produce una reacción emocional que tiene que ver con las posibles ramificaciones, los posibles resultados de la acción que vayamos a realizar. Cuanto más hay en juego en estos escenarios hipotéticos, más difícil será decidir. Así lo explica el neuropsicólogo Aarón Fernández del Olmo: «Muchas veces, antes de tomar una decisión, se activan zonas del cerebro relacionadas con la acción. Por tanto, la decisión estaría tomada antes de que, subjetivamente, la consideremos».

Esto, aunque así explicado parezca una suerte de traición a nuestro lado más racional, es, en realidad, lo más saludable. «El cerebro tiene muchos procesos automáticos y todos ellos aportan informaciones diferentes. Según la situación o nuestra experiencia, reducen las opciones para facilitar la respuesta», aclara el experto. Esto sucede de manera constante, para ir adaptándonos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Como señala Fernández, «las emociones que surgen del cuerpo y en él deben acompañar a ese proceso racional para que la respuesta sea adecuada a lo que demanda el entorno, para que la decisión sea la adecuada y se modifique según vamos recibiendo feedback».

Para que todo esto funcione, la memoria tiene un rol fundamental, ya que gran parte de la información de la que se sirve el cerebro para decidir son recuerdos de decisiones anteriores y los resultados que estas han tenido. Así, «en la toma de decisiones, no solamente intervienen procesos cerebrales racionales, sino también procesos fisiológicos emocionales. Tú tienes en cuenta cómo te ha ido en situaciones semejantes anteriormente, cómo te has sentido, cómo ha respondido tu cuerpo, y eso tiene un reflejo en tus respuestas periféricas. Si lo sabes interpretar, puedes utilizarlo para tomar la siguiente decisión», explica Pilar Flores, catedrática de psicología de la Universidad de Almería, que se dedica a realizar investigaciones de laboratorio acerca de estas conductas.

Riesgo o recompensa

Existen varios paradigmas para entender la toma de decisiones a nivel científico. Muchas investigaciones las clasifican, por ejemplo, en dos grupos. «Están las tomas de decisiones de riesgo y las tomas de decisiones relacionadas con el refuerzo, o sea, con lo que vas a conseguir. Puedes analizar cualquier decisión en función de si quieres un reforzador inmediato y pequeño o uno más grande pero demorado», explica Pilar Flores.

En otras palabras, toda decisión conlleva la posibilidad de una pérdida, o bien de una ganancia. Pero tampoco es tan simple como eso. Porque, además del posible resultado, intervienen variables como el tiempo que tendremos que esperar para percibir ese beneficio, esa recompensa que obtendremos gracias a una decisión acertada. Así lo explica Flores: «Es un proceso que tenemos todos, que se llama descuento por demora. Descontamos el valor de los reforzadores en función de cuánto tiempo haya que esperar para conseguirlos».

«Cuánto descontamos el valor de los reforzadores es un rasgo individual. Los impulsivos, o las personas con adicción, si no lo tienen ahora, no lo quieren. Luego, están las personas muy autocontroladas, que son capaces de esperar mucho por el reforzador. Todos tenemos nuestra curva de descuento. Unos la tienen más acusada y descuentan mucho, y otros descuentan muy poco. ¿Quiénes descuentan muy poco? Por ejemplo, los monjes budistas, o las personas que tienen mucho autocontrol. A ellos no les importa esperar para conseguir algo mejor», detalla la experta.

Además de ser un rasgo identitario de la personalidad, la capacidad de posponer la recompensa va ligada a la madurez del cerebro. Es decir que los niños y los adolescentes suelen ser más impulsivos cuanto más jóvenes son, pero a medida que van creciendo, son capaces de esperar más para conseguir un beneficio.

Lo importante es entender que este es un proceso que sucede constantemente en el cerebro. «Esta toma de decisión es diaria: ¿me tomo esa copa más porque me apetece, aunque aumente el riesgo de tener un accidente de coche, o no me la tomo y evito ese riesgo después? ¿Me levanto por la mañana para ir a clase, o duermo una hora más y me la salto? Todas las decisiones tienen que ver con eso, si me dejo llevar por ese impulso inmediato o soy capaz de esperar para conseguir algo mejor», señala Flores.

Ejercitar la paciencia

Si has leído todo esto con pesimismo creyendo que la impulsividad es algo incorregible, no te adelantes a llegar a esa conclusión. Como confirma Flores en sus experimentos, la capacidad de postergar el refuerzo es una habilidad que se puede adquirir. Para lograrlo, hay distintos mecanismos y trucos que pueden ayudarnos.

Una clave es entender que, muchas veces, aunque parezca que sí, no hay prisa. «Si estamos ante una decisión impulsiva, podemos usar la técnica de imaginar algo que nos ayude a parar. Imaginamos una señal de stop de tráfico, y somos capaces de visualizar algo que inhiba ese impulso», propone la investigadora. Con esta pausa, podemos tomarnos el tiempo de pensar en las consecuencias de la decisión con mayor detenimiento y así frenar, en muchos casos, el impulso. Esto es especialmente útil cuando la elección que queremos frenar es una de consumo: la publicidad y las estrategias de márketing suelen estar diseñadas para empujarnos a comprar o consumir de manera impulsiva.

Cabe recordar que, en general, no somos racionales en la toma de decisiones. «Lo que hacemos es guiarnos por nuestras experiencias previas y, a veces, por lo primero que pensamos. Vas conduciendo y de repente alguien te adelanta mal. Lo primero que haces es insultarle o hacerle algún gesto agresivo, pero, cuando te pasa, te das cuenta de que esa persona llevaba una L, o sea que está aprendiendo, y te arrepientes. Cuando tomamos decisiones rápidas, no nos damos el tiempo para pensar un poco en todas las situaciones antes de decidir cómo actuar», explica la experta.

«Luego, hay otra estrategia que no se conoce tanto y que se ha estudiado en animales y en humanos, que es la decisión con compromiso. Eso tiene que ver con que tú te comprometas de antemano con la opción demorada. Si tienes que decidir entre estudiar o irse a quedar con los colegas, si dejas la decisión para la misma tarde, es muy probable que te vayas con tus amigos. Pero si esa decisión la tomas por la mañana y dices: "Esta tarde voy a estudiar", tienes muchísimas más probabilidades de quedarte estudiando. Se trata de comprometerte, antes del momento de la decisión, con la opción más ventajosa, aunque no sea la más reforzadora momentáneamente», sugiere Flores.

Pedir consejo

Cuando tomamos una decisión, frecuentemente pedimos consejo a nuestros amigos, nuestra pareja o nuestros padres. Aunque esto no es ni bueno ni malo, lo cierto es que el consejo que nos den, gran parte de las veces, caerá en saco roto. «La gente, cuando te cuenta algo, normalmente, lo que quiere es escucharse más que recibir un consejo. Al hablar, va reflexionando y poniendo en palabras aquello que le preocupa y es capaz de darse cuenta por sí misma de por dónde puede ir la solución. Es verdad que tenemos personas de nuestra confianza a las que les pedimos consejo, pero los tenemos en cuenta menos de lo que pensamos. Muchas veces, hablamos con esa gente de nuestra confianza más para aclararnos nosotros mismos que para recibir un consejo», señala Flores.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.