La guerra de desgaste se impone a la fracasada ofensiva relámpago de Putin

Salvador arroyo MADRID / COLPISA

INTERNACIONAL

Un soldado ucraniano pasa cerca de los escombros de un importante centro comercial en Kiev que fue bombardeado el lunes.
Un soldado ucraniano pasa cerca de los escombros de un importante centro comercial en Kiev que fue bombardeado el lunes. Carol Guzy | DPA vía Europa Press

El fin del conflicto parece lejano cuando se cumple un mes de la invasión

23 mar 2022 . Actualizado a las 22:23 h.

No hay guerra que se ajuste a un guion, aunque todas tengan las mismas derivadas: muertos, heridos, destrucción, refugiados e incertidumbre. Mucha incertidumbre. La invasión rusa de Ucrania el pasado 24 de febrero cumple con todos esos patrones. Y este jueves, en el primer mes de la invasión, ningún analista avezado (y lo que es peor, ningún servicio de inteligencia) es capaz de responder con cierta solvencia al cómo y cuándo acabará este conflicto. Es más, la tensión sigue disparada. El miércoles se multiplicaron los bombardeos masivos sobre Járkov, Kiev y la machacada Mariúpol. Y la OTAN sigue reforzando su flanco oriental.

Que el conflicto va para largo es ya algo más que una simple conjetura. A partir de ahí, se refuerza la idea de que Vladimir Putin ha pinchado en hueso al subestimar a Ucrania, pero también a Occidente. Porque ni esperaba el nivel de resistencia del agredido ni tampoco el cierre de filas —con apoyo militar incluido, aunque sin traspasar las líneas rojas que precipitarían hacia una guerra sobredimensionada— que Kiev está consiguiendo a ambos lados del Atlántico.

Al autócrata ruso también le han pillado por sorpresa decisiones políticas y económicas que están asfixiando la economía de su país y que la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá o el Reino Unido han activado a sabiendas de que están sacrificando su propia recuperación pospandemia. China, de momento, continúa de perfil.

La doctrina Grozni

Del misil «quirúrgicos» a los bombardeos masivos». La impresionante diferencia entre el poderío militar ruso y el ucraniano hicieron pensar que la guerra duraría un suspiro. Como contexto, este puñado de ejemplos: 61.700 millones de gasto militar del Kremlin frente a 5.900 de Kiev; 900.000 soldados frente a 209.000; o más de 12.400 tanques ante apenas 2.600. Todo un abismo.

Pero esta frase, «las fuerzas rusas no han hecho ningún avance importante», se viene repitiendo desde hace al menos dos semanas en informes diarios de think tanks internacionales como el Instituto para el Estudio de la Guerra, con sede en Washington. Las tropas se han estancado por la resistencia ucraniana, por fallos en la logística o la descoordinación entre los mandos. Por cierto ya han causado baja cinco generales del Kremlin.

La cuestión es que el Ejército ruso ha pasado de los supuestos ataques quirúrgicos, a aplicar lo que se conoce como Doctrina Grozni, esa estrategia militar de bombardeos masivos sobre población asediada para desmoralizar al rival. La inauguró en 1999 sobre la capital de Chechenia y la replicó sobre ciudades sirias como Alepo. En Ucrania ha recrudecido su ofensiva en el sur-sureste y sobre ciudades más al norte como Járkov. También ha expandido sus ataques con misiles hacia la retaguardia ucraniana, ese oeste próximo a la UE (con destrucción de objetivos en Lutsk o Ivano-Frankvisk, cerca de las fronteras de Polonia o Rumanía). Incluso ha arremetido contra Leópolis, puerta de salida de miles de refugiados hacia territorio seguro europeo.

Su hostigamiento a Kiev se intensifica a golpe de misiles —más de un millar habrían sido lanzados sobre el país desde el 24 de febrero, según el Pentágono—. Golpean edificios públicos, torres de viviendas o centros comerciales. Pero Mariúpol es la ciudad machacada. Devastación y martirio sobre una localidad clave para conseguir ese pasillo entre las provincias secesionistas prorrusas de Donestk y Lugansk, la península de Crimea (ya anexionada en el 2014), el control del mar de Azov y el salto definitivo hacia Odesa, el principal enclave portuario en el mar Negro. Pese a todo Jersón es, hoy por hoy, la única capital de provincia bajo control ruso. Mientras que Ucrania apenas ha recuperado pequeñas poblaciones como Makariv, a 50 kilómetros de la capital. 

La Guerra en cifras

Miles de bajas militares y un millar de civiles. Las guerras de cifras y desinformación, que se solapan con la real, no permiten determinar aún el número de bajas en cada ejército. Aunque serán sangrantes. Ucrania habla de 15.000 soldados muertos en las filas enemigas y desde el 12 de marzo no actualiza las propias (1.300). Moscú tampoco lo hace desde el día 2. Y oficialmente solo admite 498 muertos. Aunque esta semana el diario ruso Komsomólskaya Pravda publicaba en su edición digital (la información fue eliminada minutos después) un registro de 9.861 militares fallecidos y más de 16.000 heridos. Un alto funcionario militar de la OTAN citado por The Wall Street Journal estimaba ste miércoles que Rusia habría perdido hasta 40.000 soldados rusos, entre muertos, heridos, desaparecidos o hechos prisioneros. Cifraba los fallecidos entre 7.000 y 15.000. 

En cuanto a los civiles que han perdido la vida, la oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos (ACNUDH) tiene confirmados 953 civiles, pero es consciente que esa cifra se queda muy corta. Solo en Mariúpol, su alcalde denunció más de 3.000 muertos. La agencia de la ONU incluye 40 niños entre los fallecidos. Y ya son más de 3,5 millones de ucranianos los que han tenido que abandonar el país. El drama de los refugiados. 

Negociaciones de paz

Zelenski cede solo a medias y Putin busca la rendición. Desde el estallido de la guerra el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha pasado de exigir todo a renunciar a lo que consideró vital para el futuro del país. Con discursos sentidos ha clamado ante el Parlamento Europeo, el Capitolio o el Bundestag. Pero de poco le ha servido. De hecho ya deja de lado la integración en la OTAN (que siempre fue una quimera); se ha resignado a la evidencia de que la UE no agilizará el largo procedimiento (de años, de muchos años) para la adhesión de Ucrania; e incluso se ha mostrado dispuesto a hablar con el Kremlin de la situación de las regiones secesionistas del Dombás y de la península de Crimea.

Esto último, según Kiev, condicionado a referendo. En todo caso, asuntos decisivos que trascendían la pasada semana como parte de un borrador de doce puntos que pareció ser el primer conato de acuerdo serio entre las partes. Y sobre las que pivotan las exigencias de Moscú: neutralidad futura del país (sin tropas extranjeras, con un ejército limitado y ajeno a bloques internacionales), reclamación de Crimea y reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk.

Pero todo indica que Vladimir Putin busca la rendición y así lo planteó en los últimos días con varios ultimátums sobre las grandes ciudades que sus tropas no consiguen doblegar. «Ni los habitantes de Járkov, ni los de Mariúpol, ni los de Kiev, ni yo, el presidente, podemos rendirnos», respondía Zelenski. Entonces, ¿cuáles son las opciones? «La guerra en Ucrania es imposible de ganar, la única salida es negociar la paz», defendía esta semana el secretario general de la ONU, António Guterres. Cualquiera de los escenarios posibles —un hipotético repliegue ruso, la ocupación total, Kiev con gobierno títere...— llevan al mismo escenario. Y cuando llegue la posguerra, será más larga y costosa.

Kiev exige la evacuación de los 100.000 civiles que aún resisten en Mariúpol 

Mariúpol es el símbolo de la resistencia ucraniana y también del brutal castigo ruso sobre los civiles. Tras más de dos semanas de asedio y de continuos bombardeos, la vice primera ministra de Ucrania, Irina Vereshchuk, aseguró este miércoles que el Ejército ruso ha destruido «casi por completo» la ciudad portuaria y tildó de necesaria la evacuación de «todos» los civiles del lugar. La mayoría de sus 400.000 habitantes originales han logrado huir. Pero, según Zelenski, «a día de hoy, hay unas cien mil personas bloqueadas en la ciudad. En condiciones infrahumanas. En un bloqueo completo. Sin comida, sin agua, sin medicinas. Bajo constante bombardeo».

Durante más de una semana, según el presidente, han tratado de organizar corredores humanitarios estables, pero casi todos sus intentos han sido «frustrados por los ocupantes rusos mediante bombardeos o terror deliberado». El último episodio se produjo el martes cuando una de las columnas humanitarias fue «capturada por los ocupantes» en la ruta acordada, cerca de la localidad de Mangush, con destino a Zaporiyia.

Vereshchuk explicó que «todos los días» intentan evacuar a «3.000 o 4.000 personas» pese a que la Cruz Roja no tiene acceso a la ciudad. «Los recogemos en la calle y los llevan a Zaporiyia», añadió. El alcalde de Mariúpol, Vadim Boychenko, también ha optado por abandonar la ciudad, aunque estará en «contacto constante» para ayudar a rescatar a los civiles. 

Asedio a Chernígov

En Chernígov, 140 kilómetros al norte de Kiev, los militares rusos volaron el puente sobre el Desná, con lo que bloquearon la salida de la ciudad hacia la capital, como parte de los preparativos para avanzar hacia la ciudad. «El enemigo quiere convertir ahora a Chernígov en la segunda Mariúpol. Allí tampoco hay agua, electricidad, gas, casi no hay calefacción»», afirmó el asesor de la Presidencia ucraniana Oleksii Arestóvich.

Fuentes ucranianas denunciaron que el Ejército ruso empleó fósforo blanco, una arma química ilegal según la Convención de Armas Químicas de 1997, cerca de Irpín y de Hostomel, en el área metropolitana de Kiev.