Mano dura, petróleo y lucro: 40 años de Obiang en la Guinea Ecuatorial

PEDRO ALONSO NAIROBI/ EFE

INTERNACIONAL

E lpresidente de Guinea Ecuatorial celebra 40 años al frente del país
E lpresidente de Guinea Ecuatorial celebra 40 años al frente del país NACIONES UNIDAS

Teodoro Obiang Nguema celebra sus cuarenta años de presidente de Guinea Ecuatorial, marcados por el «maná» del petróleo y el desorbitado lucro personal

31 jul 2019 . Actualizado a las 19:33 h.

Ningún presidente del mundo lleva más tiempo que él en el poder: Teodoro Obiang Nguema cumple este sábado cuarenta años de mano dura como jefe de Estado de Guinea Ecuatorial, marcados por el «maná» del petróleo y el desorbitado lucro personal.

El 3 de agosto de 1979, Obiang, por entonces un joven teniente coronel del Ejército formado en la Academia de Militar de Zaragoza que ejercía de viceministro de Defensa, encabezó un golpe que cambiaría la historia de este pequeño país centroafricano bañado por el Atlántico en el golfo de Guinea. Aquel día, su tío Francisco Macías Nguema, apodado «El Tigre» y primer presidente postcolonial, aún dirigía la feroz dictadura implantada tras conceder España, el 12 de octubre de 1968, la independencia a una nación que dominó durante casi dos siglos.

Pero el destino de Macías, que hundió a Guinea Ecuatorial en la miseria y creó un «reino de terror» contra sus oponentes políticos que provocó miles de muertos, ya estaba escrito a finales de julio. «A partir de ese momento, ya me planteé seriamente, como no lo había hecho en ningún otro momento, la alternativa de acabar con el régimen dictatorial», confesó Obiang, de 77 años, en sus memorias.

La esperanza diluida del golpe de libertad

Dicho y hecho. El 3 de agosto, el hastiado sobrino lideró una sublevación militar, el llamado Golpe de Libertad, que con el visto bueno de España derrocó a su tío, sometido después a un juicio sumarísimo en el cine Marfil de Malabo y condenado el 29 de septiembre a la pena capital, ejecutada mediante fusilamiento.

La caída de «El Tigre» generó una esperanza de libertad y futuro que se ha diluido con el tiempo en este país de un tamaño similar a Bélgica, con 1,3 millones de habitantes y que presume de ser el único Estado soberano que habla español en toda África.

Pese a acabar con el caos brutal del régimen de Macías, Obiang continuó su legado de represión política desde el palacio presidencial en Malabo, la capital ecuatoguineana en la isla de Bioko, a unos 240 kilómetros de la región continental del país.

Proclamado en 2003 por la radio estatal como «el Dios» que «tiene todos los poderes sobre los hombres y las cosas», Obiang fomenta el culto a su persona hasta tal punto, que muchos compatriotas visten ropa variopinta con su sonriente rostro impreso en ella. «El Dios» es también el supremo «Hermano Militante» del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial (PDGE), que fundó en 1986 y que gobernó en calidad de partido único hasta 1991, cuando se aprobó una reforma constitucional que estableció un sistema multipartidista.

Superviviente de varias intentonas golpistas, Obiang ha ganado por abrumadora mayoría absoluta las cinco elecciones presidenciales celebradas hasta ahora, en medio de repetidas denuncias de fraude de la oposición. En los últimos comicios de 2016, el mandatario logró casi el 94 por ciento de los votos, pero la Unión Europea calificó la votación como «una oportunidad perdida para la democratización del país» y reprobó el «acoso» a candidatos opositores.

Además, el PDGE controla 99 de los 100 escaños de la Cámara de Diputados (Cámara baja del Parlamento), según el resultado de las elecciones legislativas de 2017, en las que Ciudadanos por la Innovación (CI) logró el único asiento de la oposición.

«El sistema democrático de Guinea Ecuatorial es una auténtica farsa», declara a Efe desde Malabo el líder de CI, Gabriel Nsé Obiang, que acusa al Gobierno de mantener «suspendido» a su partido e impedir que su diputado ocupe el escaño en el Parlamento. En opinión de Nsé, «no ha habido mejoras políticas en cuanto a la democratización real y el respeto de los derechos humanos en Guinea Ecuatorial», pues «el Estado de derecho es inexistente y no admite la libertad de prensa».

Asimismo, la oposición y organizaciones como Human Rights Watch (HRW) llevan años denunciando torturas y malos tratos a disidentes en penales como la temible cárcel de Black Beach en Malabo, de la que el mismísimo Teodoro Obiang fue alcaide.

Un «maná del cielo»

Esas acusaciones pesan como un losa en la reputación de Guinea Ecuatorial, que fue una nación muy pobre y dependiente de la venta de café y cacao hasta los años noventa, cuando empresas estadounidenses descubrieron petróleo en sus costas.

Para Obiang, el hallazgo supuso «un maná del cielo», en alusión al pan bíblico que Dios envió a los israelitas en el desierto.

El «oro negro», efectivamente, sacó al país de la irrelevancia internacional y le abrió las puertas de entidades como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).

Los petrodólares han mejorado, no cabe duda, la infraestructura del país, que dispone de una red de más de 2.000 kilómetros de carreteras, cinco aeropuertos, ocho puertos, varios hospitales modernos y un campus universitario nacional, según datos de HRW. Además, el «boom» petrolero ha convertido a Guinea Ecuatorial en la nación con mayor renta per cápita de África (casi 10.175 dólares en 2018, según el Banco Mundial), aunque su economía atraviesa actualmente una grave crisis por el abaratamiento del crudo.

Con todo, «el país tristemente ha avanzado poco en educación, sanidad, agua corriente y otros derechos básicos» desde que gobierna Obiang, destaca a Efe la investigadora de HRW Sarah Saadoun, autora de un estudio sobre el gasto público en Guinea Ecuatorial. Respalda esa tesis el hecho de que la excolonia española presenta algunos de los peores indicadores sociales del mundo. Por ejemplo, más de la mitad de los ecuatoguineanos carecían en 2015 de acceso a agua potable, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Prueba de las estrecheces de la población es también el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD), que indica el nivel de vida de los habitantes de un país y colocaba en 2017 a Guinea Ecuatorial en el puesto 141 de 189. Saadoun va más lejos y asegura que Obiang «ha usado su petróleo y su poder no para mejorar la vida de los ecuatoguineanos, sino para enriquecerse él, su familia (...) y otros miembros de su círculo».

«¿Por qué hay tanto dinero en su cuenta?»

La fortuna personal del presidente supera los 600 millones de dólares, según la revista «Forbes», que le considera uno de los mandatarios más ricos de África.

«¿Por qué hay tanto dinero en su cuenta?», le espetó en 2012 a Obiang la famosa periodista de la CNN Christiane Amanpour en una entrevista. «Yo no tengo ninguna cuenta especial o privada. Todo esto es falso», respondió el decano de los presidentes africanos.

Sin embargo, la investigación de un subcomité del Senado de Estados Unidos publicada en 2004 contradice al septuagenario gobernante. La pesquisa concluyó que el extinto banco estadounidense Riggs abrió entre 1995 y 2003 sesenta cuentas a Obiang, familiares suyos y altos funcionarios ecuatoguineanos que ingresaron 700 millones de dólares.

Capítulo aparte merece el primer vicepresidente del país, Teodoro Nguema Obiang Mangue, más conocido como «Teodorín» e hijo predilecto del jefe del Estado, cuyo nepotismo abarca también, entre otras esferas de poder, el estratégico Ministerio de Minas e Hidrocarburos, en manos de otro de sus hijos, Gabriel Mbega Obiang Lima.

Con fama de «playboy», «Teodorín», de 50 años, está a cargo de la seguridad nacional y es visto como el posible delfín de su padre para sucederle en el futuro. El vicepresidente fue condenado «in absentia» en 2017 por un tribunal francés a tres años de cárcel y 30 millones de euros de multa por malversación de fondos públicos, entre otros pleitos afrontados en varios países por delitos de corrupción. Aunque la pena está exenta de cumplimiento si no reincide, «Teodorín» soportó el embargo de sus bienes en Francia valorados en más de 100 millones de euros, incluidos un palacete en la selecta avenida Foch de París y una colección de automóviles de lujo.

En esa mansión, el vicepresidente llevó una vida de «alcohol, putas y drogas», reveló su mayordomo en el juicio, en un caso de «cleptocracia de los más caricaturescos del siglo XXI», como lo definió el abogado de Transparencia Internacional William Bourdon.

Al margen de los excesos del «hijísimo» de Obiang, los cuarenta años de su progenitor en el poder también se han caracterizado por su tirante relación, plagada de reproches mutuos, con los gobiernos de España, país que acoge a miles de exiliados ecuatoguineanos.

Y nada apunta a una mejora de esa relación a corto plazo, como dejó entrever el ministro español de Exteriores en funciones, Josep Borrell, el pasado junio en una entrevista con Efe en Nairobi, donde aseveró que «haría falta una mayor democratización del régimen».

Tampoco se prevé que Teodoro Obiang vaya a abandonar pronto el sillón presidencial, a pesar de las recurrentes especulaciones sobre su (supuestamente frágil) salud. Por ahora, como asegura a Efe un diplomático acreditado en Malabo, «todo está tranquilo» en Guinea Ecuatorial. «Al menos, en la superficie».