Colorado no querría ser rojo ni azul

María cedrón LA VOZ EN EE.UU.

INTERNACIONAL

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Aunque el voto anticipado da la victoria a Clinton, en la calle crece el apoyo a terceros partidos

08 nov 2016 . Actualizado a las 15:18 h.

Un tren conecta el moderno e intergaláctico aeropuerto de Denver (Colorado) con la ciudad. El viaje de poco más de treinta minutos discurre a través de un inmenso campo seco en el que, de vez en cuando, asoma algún perro de las praderas. Parecen observar el paso de esa nave posmoderna que ha sustituido a los viejos vagones de la Unión Pacific. Ubicada al pie de las montañas Rocosas, muy cerca del famoso parque Rocky Mountain, Denver es una ciudad que mezcla su pasado victoriano con la construcción de edificios de varias plantas que han ido floreciendo por todo el centro.

El tren llega a Unión Station. Es un edificio magnífico. Los que están de paso se mezclan en el hall con los huéspedes del hotel Crawford. Patrick está aparcando su coche en una calle frente a la estación. Tiene 66 años. La chaqueta militar inundada de condecoraciones delata que es un veterano de guerra. Lleva una boina a juego. Nació en un pueblo cercano a Denver, pero pronto se trasladó a la ciudad. «Luego me alisté en el Ejército. Estuve en Vietnam, mi puesto era en el helicóptero. Detrás de la ametralladora. Volví, pero el trabajo que me dieron aquí era aburrido. Pedí ir a Corea y fui», recuerda.

Patrick, que nunca se casó, cuenta su historia rápido. Quizá para explicar que ha visto mundo suficiente como para no confiar ni en Clinton, ni en Trump. No es el único. Es un sentir bastante generalizado entre la población, sobre todo en la capital de Colorado, donde el voto anticipado da la victoria a la candidata demócrata, que obtendría aquí nueve votos electorales. No sería novedad que ganaran los azules en un estado donde Obama obtuvo dos victorias tras arrebatarle ese territorio a los republicanos.

Pero Patrick votará a Gary Johnson, el candidato del Partido Libertario. «Los otros dos no me gustan», dice mientras sostiene a su fox terrier gris. Durante las elecciones del 2012, Johnson, exgobernador de Nuevo México, obtuvo el 1 % de los votos. Algunos analistas dicen que el descontento con los candidatos republicano y demócrata podrían elevar esta vez el porcentaje. Incluso algún diario habla de que hay votos del descontento que irán a parar a Johnson o a la candidata del Partido Verde, Jil Stein, apoyo que podría herir el resultado de Clinton. Ella se beneficiaría del miedo de los descontentos al tornado Trump. «No me gusta Hillary, pero la votaré. Lo que pueda pasar en caso de que gane Trump da miedo», comenta otra mujer.

La opción de Johnson

El exgobernador de Nuevo México -que, tras ser rechazado para luchar por la candidatura republicana, optó por el Partido Libertario- cuenta con bastante apoyo en Colorado. Este empresario luterano fue uno de los que apoyó la despenalización de la marihuana. Colorado legalizó su consumo recreativo para personas de más de 21 años en el 2012. Quizá esa sea la explicación.

Para el partido azul, captar el voto joven, el de los milleniums, fue el gran reto durante esta campaña en este estado. Pero no lo tiene fácil. Quizá por eso el desembarco la semana pasada de Bernie Sanders. El hombre que disputó la candidatura a Hillary en las primarias tiene mucho más apoyo que ella entre la juventud y entre el ala de izquierda del partido. La actriz Susan Sarandon, por ejemplo, lo apoyó en las primarias. Ahora votará a los verdes. No quiere saber nada de Clinton.

Los argumentos de la actriz para justificar el cambio son habituales entre la gente de la calle. «No me gusta Hillary, tampoco Trump. Sanders conectaba más», dice Cris, un joven que camina por una de las calles del centro. Su compañero de paseo, James, va más allá en la crítica: «Tendría que haber un cambio de modelo político. Acabar con el bipartidismo, que los votos electorales fueran repartidos en base a otros criterios...» A él tampoco le convencen ni Clinton, ni Trump.

Mayores desencantados

De repente, el mugido de un rebaño de vacas empieza a sonar en medio de la ciudad. No se ven por ninguna parte. Los únicos animales que retumban son los caballos de un Maserati que cruza el asfalto. El ruido viene del subsuelo. De una muestra permanente inaugurada en 1993 que cuenta la historia de la ciudad a través de sus sonidos. De pie en la acera está Key. Sostiene una pancarta con la que ruega ayuda para costear una parte de una operación de hombro que no le cubre el seguro médico. Vive sola, ahora está jubilada. «Puedes trabajar durante toda tu vida -dice- y no tener una póliza que cubra al 100 % una operación de este tipo». Por eso sale en busca de solidaridad. Lo que le ocurre, le pasa a muchos otros jubilados. Algunos completan ingresos ayudando a meter la compra en bolsas en los supermercados. Pasó sobre todo después del crack del 2007, cuando mucha gente se quedó en paro y debió liberar los ahorros de jubilación que tenía en fondos privados para poder llegar a fin de mes.

El suyo es otro de los rostros del descontento: «EE.UU. ha caído en picado. Creo que ninguno de los dos candidatos que están ahora en la carrera a la Casa Blanca puede arreglarlo. No voy a votar a ninguno de los dos».