No sé si serán los efectos de vivir en el mundo de los juguetes de Titi que me pirran los números de Michelle Obama. Ese ritmo, esos destellos pop de una primera dama que cultiva su propio brécol ecológico y, let’s move, se marca a la de ya un baile en Soweto o con Barack, o ante la cómica Degeneres. Michelle nos ha ganado así, con un sentido vital de los colores y el movimiento, entre bailes, lechugas, con palabras claras como bíceps tonificados y faldas de amplios vuelos. Organizar carreras de sacos en la Casa Blanca no parece una cuestión menor, ¿no creen? Más si hemos visto flirtear al presidente en pleno funeral. ¿Recuerdan los morros y el movimiento final? Ahí tienen de nuevo a la primera dama, véanla si no en YouTube, cantando en el coche, uh uh ohs, el Single Ladies de Beyoncé. Venga, ¡que nos vamos! Qué gran dominio coreográfico y esa naturalidad única, sin vasta historia que invite al complejo, la naturalidad de cine que interpretan como nadie los hijos de la joven América. El momento karaoke on the road con James Corden dio para más. No podía faltar Stevie Wonder tratándose de Michelle ni la causa en la que hoy se vuelca por la educación de las niñas en igualdad, Let Girls Learn. ¿Qué perderá Michelle cuando los Obama dejen la Casa Blanca?, ¿servicio de habitaciones 24 horas?, le preguntan con sorna. A cambio, responde, «recuperaré la libertad de hacerme mi propio sándwich de queso». Uh uh ohs, para first lady, Michelle.