Escombros, cadáveres y despoblación

Laura Fernández Palomo AMÁN / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

STRINGER | REUTERS

El 80 % de Ramadi es un amasijo de escombros tras los combates y las bombas dejadas por el EI en su huida

30 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los días previos al fin de la operación militar para expulsar al Estado Islámico de la ciudad iraquí de Ramadi el portal de noticias Vice News mostraba la imagen de un gato lamiendo un cadáver descuartizado y ensangrentado en una calle desierta. Había quedado una pierna flexionada y despedazada del cuerpo que parecía pertenecer a un combatiente. La batalla estaba siendo encarnizada por tierra y aire; la destrucción estaba servida.

Antes de abandonar la ciudad, los yihadistas dinamitaron edificios y viviendas de miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes y dejaron sembrado de bombas tanto calles como edificios, mezquitas y hospitales. Cuando los terroristas sintieron que no podían evitar su derrota apelaron al terror, como acostumbran, por lo que hoy la urbe recuperada es una amasijo de escombros, cuerpos inertes, explosivos y despoblación. La aviación de la coalición internacional que apoyó al Ejército iraquí en la ofensiva también ha dañado la capital de la provincia de Al Anbar, a la que todavía no permiten acceder a personas externas, ni medios de comunicación, por seguridad. El 80 % de su anatomía urbana está devastada.

Sus habitantes todavía no pueden volver. Antes hay que desactivar los artefactos y reconstruir, algo que ya adelantan fuentes militares iraquíes llevará tiempo. Desde Bagdad, Um Eid, de 62 años, ha empezado a hacer la maleta. «Siento mucha nostalgia por mi casa, mi barrio y mis vecinos», admite este habitante de Ramadi que hace meses huyó a la capital. «Cuando el Gobierno nos permita regresar, volveré a mi casa y viviré allí, aunque esté totalmente destruida», afirma. Como Meshan al Rabie, de 83 años, que admite que «volvería a pie» hasta su ciudad natal.

Visita del Al Abadi

El primer ministro iraquí, Haider al Abadi, pisó ayer Ramadi y, enarbolando una bandera iraquí, lanzó el mensaje de que el 2016 será el año que pondrá fin al Estado Islámico. El siguiente objetivo militar es Mosul, la mayor ciudad del país que controlan los milicianos de negro y que antes de ser conquistada, en junio de 2014, tenía más de dos millones de habitantes. La mayoría huyeron. A nadie se le escapa que para su reconquista el Ejército iraquí necesitará el apoyo de las fuerzas kurdas, los peshmerga. Hasta ahora, cada uno ha combatido por separado para retomar de forma independiente zonas kurdas o árabes en Irak.

En áreas árabes como Ramadi, la población de mayoría suní llegó a claudicar ante los yihadistas. Su razón no fue tanto por convencimiento sino por oposición a la política sectaria, que había implantado el Gobierno de Nuri al Maliki, desde que la intervención estadounidense del 2003 fragmentara el país.

Ayer también fue jornada para la propaganda. La victoria del Ejército iraquí ha sido celebrada tanto por Irán como Arabia Saudí, rivales históricos en la región. Los críticos cuestionan que el Ejército iraquí hubiera necesitado más de 10.000 hombres uniformados para combatir a tan solo 300 terroristas. Aunque el éxito final se interpreta como un avance de la «unidad del pueblo iraquí».

La operación ha conseguido mermar el liderazgo del Estado Islámico. En las operaciones, ha caído Abu Ahmad al Alwani, un exoficial de la Guardia Republicana de Sadam Huseín que estuvo preso en la cárcel estadounidense de Camp Bucca. También, murió Abdulrahman al Yemeni, de 23 años, que trabajaba con Abu Musab al Zarqawi, el fallecido líder de Al Qaida en Irak.