Los vecinos del barrio de Saint-Denis: «Despertamos en la guerra»

Francisco Apaolaza / Colpisa PARÍS

INTERNACIONAL

Los vecinos de Saint-Denis relatan el horror que vivieron durante siete horas

19 nov 2015 . Actualizado a las 12:13 h.

Frío, despoblado, extraño y mortal pareció ayer Saint-Denis. Solo el eco rotundo de los balazos y las explosiones, los policías de paisano con el chaleco antibalas a medio atar y los bandadas de palomas enloquecidas recuerdan que allí, al doblar la esquina, se libraba la guerra contra el terrorismo. Que de nuevo estaba corriendo la sangre. La policía disparó 5.000 balas, lo que en el idioma de la calle se llama ensalada de tiros. La gente, que es tan elástica, empieza a acostumbrarse al horror y, cuando sonaba una ráfaga, permanecían todos congelados como maniquíes. «Más tiros», comentaba alguien a lo sumo. Nadie se movió.

Omar tiembla, pero es por el frío. Viste chancletas y lleva un par de horas en la calle. A las 4.30 se sobresaltó en su cama con una explosión que hizo temblar la casa y salió a la ventana. «Lo siguiente fueron disparos. Desperté en una guerra». Sabe de qué habla, pues llegó a Francia hace dos años desde Libia, a través de Italia. Ayer no pudo acudir a su puesto de encargado de limpieza en una céntrica tienda. Hace unos años trabajaba de panadero en Beirut y conoce el ruido de un fusil de asalto. «Cuando me asomé, llegaban decenas de policías y entraban en el bloque contiguo. Durante una hora no cesaron los tiros y las explosiones», que incluyen granadas de mano, explosivos y un relato imaginario y sin embargo posible de emboscadas dentro de un piso.

«No va a terminar nunca»

Una de las terroristas se hizo saltar por los aires en una de las explosiones que escuchó Sabrina como si le estallara un volcán en la habitación de al lado. Viste un niqab y vive debajo del piso que alquilaron los terroristas. «Cogí a mi hijo y me refugié en el cuarto de baño. Olía a pólvora. Temblaban las paredes. Entró la policía, nos tiró al suelo y nos sacó de la casa corriendo». Para algunos vecinos, la escena tenía un aire a déjà vu.

El olor de la sangre fue lo que echó de su casa y trajo a París a Mohammed y Malika. Vivían en Argelia. Mohamed trabajaba como agente en los grupos antiterroristas argelinos. En septiembre de 1997, el Grupo Islámico Armado, que fue el primer socio de Al Qaida, degolló a más de 300 personas en Benthala y Rais. Entonces, Mohamed, que ahora trabaja como agente de seguridad en unos grandes almacenes, entregó la placa. Ahora tiene dos hijos franceses. «Esto me trae muy malos recuerdos. He tenido que volver al psiquiatra y me cuesta dormir. Esta guerra es la misma que ya viví en mi país. Todo viene de allí. [...]. A mí ya me ganaron la pelea hace tiempo, por eso me fui. Ahora tengo la sensación de que no va a terminar nunca».

Mohamed habla a la puerta de un café en el que nadie entra. En Saint-Denis, desde hoy la casa de los terroristas marca una frontera entre un barrio de universitarios y uno de los más duros de la zona, azotado por las drogas y la delincuencia.