Viaje al corazón de Charleston

María Cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Sucesos como el de la iglesia Emanuel, en Carolina del Sur, extienden una atmósfera de miedo e incertidumbre que alcanza a todo Estados Unidos

21 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cerca de Charleston, en Carolina del Sur, hay una isla a la que se puede llegar en bote desde la ciudad. Allí hay un fuerte, el Sumter, desde donde se disparó un cañonazo que en abril de 1861 dio pie a de la Guerra Civil Americana. El miércoles pasado, 154 años después, la matanza perpetrada en el templo de Emanuel de la Iglesia Africana Metodista Episcopal se convirtió en un nuevo disparo que revive el ideal racista susyacente entre los defensores de la esclavitud que luchaban con el ejército confederado del general Lee y que, en mayor o menor medida, ha estado latente desde entonces en buena parte del Sur. Ni la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama ha logrado borrar ese sentimiento en los círculos más radicales. Es más, como explica el editor de The New Yorker, David Remnick, en su artículo Charleston and the Age of Obama, su ascenso al poder ha alimentado el resentimiento entre algunos grupos.

Charleston es una ciudad tranquila donde viven unas 120.000 personas, una cantidad que se multiplica por 5 al incluir su área de influencia. Preciosa. De esas en las se respira un aire europeo y que transportan a una época en la que los carruajes recorrían las calles llevando a las señoritas de la alta sociedad que se acercaban a la ciudad desde las plantaciones de los alrededores para comprar unos diseños que llegaban desde París. Vestidos que llegaban al muelle donde desembarcaban centenares de esclavos que luego eran subastados en un mercado cuyo inmueble todavía se conserva.

Sus grandes casas señoriales de finales del XIX la han convertido en uno de los polos de atracción del turismo interior de la costa este y en el escenario en el que toda pareja sureña anhela hacer la foto de su boda. La gente es amable. El ambiente que se respira en el centro concentrado en torno a King Road, al muelle y a tiendas de grandes marcas, destila un nivel de vida alto. No se ven pobres en el centro. Aunque reina la tolerancia, es verdad que en los bares más chic del centro se ven más clientes blancos. A los ojos del turista, el poso africano se nota en los folletos donde exaltan la influencia en su cocina de los sabores de ese continente, algo que no deja de ser una herencia de los esclavos.

Además de la polémica bandera que estos días ondea frente al capitolio de Columbia, las enseñas confederadas están presentes a lo largo de todo el profundo sur. Ahí están algunos de los estados más pobres del país, como Alabama. Precisamente es ese un caldo de cultivo, el de la población con menor acceso a la educación, que no desperdician aquellos que quieren recuperar el ideario segregacionista. Tanto lo ocurrido en Charleston esta semana como otras tragedias parecidas como lo de Cleveland han extendido el temor por todo el país.

«Quieren que nos acabemos matando unos a otros», comentaba un joven norteamericano de Illinois, en el norte, hace unos días tras el suceso de Charleston. Está enfadado porque no sabe qué acabará ocurriendo. «Vemos que cada vez hay más violencia pero no trabajan en hacer realidad los cambios necesarios para acabar con ella. Tengo muchos amigos en la comunidad negra y tienen miedo», dice. Y saca el tema del acceso a las armas. «Hay que pasar un examen y tener más de 18 años, pero cualquiera puede acceder a una», indica con rabia. Ese es ahora el reto. Restringir el acceso a las armas. El gobierno demócrata no logró ganar el primer asalto. Perdió en el Senado. Ahora volverá a la carga.

La asociación del rifle culpa al pastor

La Asociación Nacional del Rifle responsabilizó de la masacre al pastor de la iglesia de Charleston, que se encuentra entre los fallecidos, por haberse opuesto a la ley que defendía la posesión de armas en iglesias, restaurantes y centros de día. «Ocho personas podrían estar vivas si les hubiese permitido llevar pistolas», afirmó Charles Cotton en una declaración duramente criticada mientras los actos de homenaje a las víctimas se sucedían. Según un amigo, el autor del tiroteo le confesó su intención de perpetrar un ataque en una universidad y se marcó un plazo de siete días.