Primeras señales de debilidad

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

Las manifestaciones solo amenazan al Ejecutivo, no al régimen, y una matanza podría cambiar eso en un instante

21 jun 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La plaza Azadi, en Teherán, adonde ayer intentaban llegar los manifestantes reformistas, se llamó en otro tiempo plaza del Sha. Durante la revolución islámica, era allí donde solían dirigirse las protestas que acabaron derrocando a la dinastía Palevi y cambiando el nombre de la plaza por el de «libertad» («azadi», en farsi). Han pasado exactamente treinta años, pero, si uno entorna los ojos, aquel episodio y el de ahora se confunden. El régimen iraní se enfrenta a un dilema parecido al que vivió el Sha entonces: ¿cuánta represión y cuánto diálogo? Como siempre, el dictamen de la Historia es ambiguo. Para unos, el Sha se perdió al tolerar las primeras manifestaciones; para otros, cuando dio la orden de tirar a matar.

En su sermón del viernes, el líder supremo Alí Jamenei era prisionero de ese mismo dilema, lo que le llevó a dar una muestra de debilidad. En su afán por devolver al redil a los líderes reformistas, llegó a desautorizar al presidente Mahmud Ahmadineyad, su aliado, aceptando que había cometido «excesos verbales» durante la campaña electoral. Eso quiere decir que no se atreve todavía a anatemizar a Musavi.

Quizás no sea tanto por las manifestaciones callejeras como porque el candidato opositor cuenta con el apoyo del alto clero chií, antagonizado por la ambición de Jamenei, por la política económica de Ahmadineyad y la firme pero extraña religiosidad que practica este (una variante del culto al «duodécimo imán» que roza la herejía).

La amenaza de Jamenei

Es cierto que, en su sermón, el líder supremo también amenazó a los manifestantes, la plaza de Tiananmen todavía no parece haberse encarnado en la plaza Azadi. Aunque se haya hablado toda la semana de «brutalidad policial», hasta ayer tarde había habido mucha menos de la esperada, y es lógico: los manifestantes son demasiados. Incluso si las movilizaciones perdiesen fuerza, como espera Jamenei, la cosa no está clara. En teoría, el Gobierno puede contar con el Ejército y las milicias, los mayores beneficiarios de su gestión. Pero uno de los candidatos opositores, Rezai, fue jefe de la Guardia Revolucionaria y mantiene sus contactos allí. Por el momento, las manifestaciones solo amenazan al Ejecutivo, no al régimen, y una matanza podría cambiar eso en un instante.

Ese es el dilema de Musavi, y es más complicado aún: si sigue tensando la cuerda puede perder la ventaja que ha ganado la semana pasada; si acepta ahora un arreglo desmovilizará a sus seguidores y quedará expuesto a represalias más adelante. Jamenei seguramente le ofrecerá limitar el poder de Ahmadineyad, pero tal y como están las cosas, la única garantía para Musavi es nada menos que la sustitución del «líder supremo». Y ahí es donde entran los clérigos, que pueden deponerle, y entre ellos el ayatolá Rafsanyani, aliado de conveniencia (en realidad, promotor) de las protestas. Por eso Jamenei intentó congraciarse con él en su sermón del viernes. Otra señal de debilidad.

Salida a la crisis

Fraude o no fraude, los votos ya no tienen importancia. Es en los seminarios de la ciudad santa de Qom donde se cuece la salida a la crisis. Quizás también en la calle, donde la valentía de de los manifestantes ayer insinúa que la protesta puede estar cobrando vida propia más allá de Musavi.

Mientras, en la plaza Azadi, la «plaza de la libertad», los fantasmas del difunto Sha y del ayatolá Jomeini se pasean en mitad de la noche, entre las filas de policías.