Así era Galicia en 1882: caciquil, superpoblada y emigrante

Manuel Varela Fariña
Manuel Varela REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

La ensenada del Orzán y la Torre de Hércules, en A Coruña, en una imagen tomada a finales del siglo XIX. La ciudad era entonces la más poblada de Galicia, con algo más de 35.000 habitantes. La enorme mayoría de los gallegos vivían en zonas rurales.
La ensenada del Orzán y la Torre de Hércules, en A Coruña, en una imagen tomada a finales del siglo XIX. La ciudad era entonces la más poblada de Galicia, con algo más de 35.000 habitantes. La enorme mayoría de los gallegos vivían en zonas rurales. Colección R. Ventureira

Solo Andalucía y Castilla y León tenían mayor peso poblacional que Galicia, donde apenas un 6 % de los habitantes vivían en zonas urbanas y miles de gallegos tuvieron que marchar

04 ene 2022 . Actualizado a las 00:20 h.

Casi todos vivían de la tierra, pero la tierra no era de casi ninguno. Galicia seguía siendo, en la década de los ochenta del siglo XIX, una sociedad agrícola asentada en zonas rurales que arrastraban todavía un reparto en la propiedad del territorio heredero del sistema foral. Era una época de diezmos, hidalgos, caciques y pobreza. Se producía centeno, maíz y trigo en grandes proporciones, pero la mayoría de los terrenos estaban dedicados a policultivos de subsistencia minifundistas, lo que redundaba en miseria y una calidad de vida enormemente dependiente de cómo resultasen las cosechas. Y así era para los más de 1,8 millones de habitantes que poblaban Galicia en 1882, de los que cerca del 95 % vivían en ayuntamientos con menos de 5.000 habitantes.

Las ciudades eran poco más que villas. La más habitada entonces era A Coruña, que superaba ya los 35.000 habitantes. Le seguían Santiago y Ferrol, por encima de los 20.000 censados, pero el segundo concello más poblado era A Estrada, con decenas de parroquias y núcleos de población en los que se diseminan sus habitantes. La fotografía se repite por todo el territorio, superpoblado para la época. Más del 10 % de los residentes en España son gallegos, una proporción que duplica a la actual y que entonces solo superaban Andalucía y Castilla y León, con una superficie varias veces mayor que la de la comunidad.

Primera ola migratoria

En esa época arranca la primera oleada de migrantes hacia Ultramar, un éxodo masivo que se extiende hasta 1930 y que, en apenas 50 años, envía a América a cerca de 400.000 jóvenes gallegos que escapan del hambre y las nulas expectativas vitales.

«A finais do XIX, afúndese o modelo produtivo rural. Era unha economía de autoconsumo e pasábase moita fame. Hai moita presión sobre a terra. Os que quedan no rural experimentan unha transformación agraria e nas cidades hai un emprego máis digno. Con menor poboación hai máis produtividade», resume Rubén Lois, catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidade de Santiago.

Esa revolución agraria se percibe en zonas como Ortigueira, que crece hasta rozar los 20.000 habitantes y donde los indianos, personas que hicieron fortuna en América, impulsan estas reformas. «Chegan ferramentas que nunca se viran, como as trilladoras ou os arados de ferro. Todas as veigas e vales da comarca estaban cultivados», explica el historiador Xosé Carlos Breixo, cronista oficial de Ortigueira.

Esa migración es también consecuencia de una Galicia que se quedaba pequeña para un saldo vegetativo —diferencia entre nacidos y fallecidos— cada vez mayor, especialmente entre los más pequeños. Solo en Asturias se registraba entonces una mortalidad infantil más baja.

Poca alfabetización

Aquella economía agraria tradicional y preindustrial había conducido a Galicia a ser uno de los territorios más pobres del país, con una red de comunicaciones y medios de transportes insuficientes y con conexiones muy precarias hacia el resto de la Península.

La década de los ochenta del siglo XIX es clave para el progresivo abandono de ese aislacionismo terrestre con la inauguración de las primeras líneas hacia Madrid desde las principales ciudades. Ese progreso contrasta con el nivel educativo de la población: el 54 % de los hombres no sabían leer ni escribir, mientras que solo el 8 % de las mujeres eran capaces de hacerlo, ya que la mayoría de las escuelas solo albergaban varones.

Feria en la Praza Maior de Lugo
Feria en la Praza Maior de Lugo archivo la voz

1,8 millones de gallegos, la mayoría en zonas rurales

Galicia fue históricamente uno de los territorios más poblados de España. A finales del siglo XVIII, el 13,1 % de los censados en el país eran gallegos, lo que situaba a la comunidad como la segunda más habitada por detrás de Andalucía, que absorbía al 17 %. Un siglo después, en 1882, Galicia ocupaba la tercera posición con 1,84 millones de habitantes. Hoy en día es la quinta, con un saldo vegetativo desde hace más de 30 años que le ha impedido superar la barrera de los tres millones de habitantes y que, al cierre del 2021, rebajó el censo a 2,69 millones de vecinos. El saldo migratorio permite que ese declive demográfico sea casi imperceptible, frente a la primera gran oleada migratoria que experimentó Galicia a partir de 1880.

La comunidad mantiene todavía esa estructura demográfica dispersa. En la actualidad hay 91 personas por kilómetro cuadrado, frente a los 64 que registraba Galicia hace 140 años. Supone una densidad de población alta si se atiende a que el 93,4 % de la población vivía en aldeas, es decir, en ayuntamientos cuyo padrón no superaba los 5.000 habitantes.

La gente moría joven y las madres tenían más de 5 hijos

Había miseria, hambrunas, guerras y migraciones. La vida seguía siendo dura para los gallegos a finales del siglo XIX, igual que en el resto de España. La esperanza de vida al nacer, en el conjunto del territorio, no alcanzaba los 30 años —en el 2021 es medio siglo más alta—. Los avances en medicina y el desarrollo del rural a partir de la segunda mitad del siglo permitieron una mejora de las condiciones de vida y una notable disminución de la mortalidad infantil.

Las mujeres tenían, de media, unos cinco hijos en Galicia. Eso, según las estadísticas dentro del matrimonio. El historiador Pegerto Saavedra recuerda que al menos el 15 % de los nacidos «eran fillos de nai solteira». El exigente trabajo en el campo y la emigración de los hombres al extranjero provocaba que las parejas se casasen más tarde, por lo que el primer hijo no solía llegar hasta que la madre cumpliese los 25 años. Durante el siglo XX, esa edad bajó para elevarse de nuevo en las últimas décadas. Según datos del Instituto Galego de Estatística, las gallegas no tienen su primer hijo hasta cumplir, de media, 31,9 años.

Nueve de cada diez personas trabajaban en el campo

Era una economía de subsistencia y minifundista, lo que se traduce en una de las rentas per cápita más bajas del país. Aún así, Galicia aportaba un 5,9 % al PIB español (según la obra Historia económica regional de España, siglos XIX y XX, Crítica), una proporción que hoy en día es ligeramente inferior, con un 5,2 %. Uno de los pilares de esa producción es la exportación de cabezas de ganado vacuno, casi 36.000 al año en la década de los ochenta, lo que triplicaba el promedio español, que apenas superaba las 10.000 reses anuales. También la producción de grano, con grandes cultivos de centeno o maíz. Según recoge el catedrático de Historia Luis Alonso Álvarez en su análisis La economía de Galicia, una panorámica, las exportaciones de ganado vacuno eran, a finales de los ochenta, hacia Reino Unido por vía marítima y a Castilla y Cataluña. La agricultura ocupaba entonces al 85,8 % de los trabajadores, frente al 4,3 % actual.

A la escuela iban la mitad de los niños y el 24 % de las niñas

Los niños y niñas de la familia eran mano de obra para cuidar el ganado o trabajar en las cosechas que permitían sobrevivir a los 1,7 millones de gallegos que se dedicaban entonces al campo. La escuela era, por lo tanto, un lujo para la mayoría. Las clases se abarrotaban de alumnos de distintas edades y niveles. En la década de 1880 se estima que solo el 50,7 % de los estudiantes varones iban al colegio. Entre las niñas, el porcentaje de escolarizadas no llegaba al 25 %. Es decir, tres de cada cuatro mujeres no tenían acceso a la escuela. Los menores de quince años representaban al 34 % de la población.

Aunque el acceso de los menores a la educación comenzaba entonces a incrementarse, las tasas de alfabetización eran muy bajas, inferiores a la media nacional. En 1877, el 92 % de las mujeres no sabían leer ni escribir; el 56 % en el caso de los hombres.

Más de un día en tren a Madrid

La línea ferroviaria directa entre Madrid y los puertos de A Coruña y Vigo se abrió en 1883 y 1885, respectivamente. El tiempo de viaje era de, aproximadamente, 29 horas, y el coste de aquella larga aventura dependía de la clase en la que se comprase el billete. Solo la ida, en primera clase, costaba unas 100 pesetas, que al cambio de hoy se podría traducir a unos 400 euros. El trayecto cuesta hoy entre 30 y 60 euros —en función de la demanda—, y hasta Ourense emplea poco más de 2 horas en completar el recorrido. A pesar de la conexión ferroviaria con el resto de la Península, habría que esperar aún varias décadas para la vertebración interior de Galicia: la línea entre Santiago y A Coruña no entró en funcionamiento hasta los años cuarenta del siglo XX.

Fraude electoral con el voto de ricos mayores de 25 años

Hace 141 años, una parte de los gallegos tuvieron derecho a votar en las elecciones generales de 1881, que tuvieron como ganador, por mayoría absoluta aplastante y tras el enorme fraude electoral normalizado en el sistema de la época, del liberal Práxedes Mateo Sagasta ante el conservador Antonio Cánovas con el que se turnaba en el poder.

La legislación electoral aprobada tres años antes introdujo de nuevo el sufragio censitario masculino, tras un breve período en el que todos los hombres mayores de 25 años podían votar. Con el cambio, el sufragio se limitaba a aquellos contribuyentes que abonasen al Tesoro una cuota mínima anual de 25 pesetas por contribución territorial. También podían ser electores algunas personas tituladas y los párrocos. Votar era por tanto cuestión de la formación y riqueza de quienes participaban en un proceso manipulado desde el principio para asegurar la alternancia entre los dos grandes partidos y que en Galicia daba especial relevancia a la figura del cacique.

El peso electoral de la comunidad era mucho mayor que en la actualidad, en proporción con su importancia demográfica en el conjunto del Estado. Los gallegos elegían entonces a 45 de los 392 diputados en el Congreso, casi el doble que en la actualidad para una cámara que adelgazó 37 escaños. La abstención era más baja que la media nacional. En las elecciones generales de 1881 participó el 83 % del censo.

Reales, pesetas y céntimos para comprar café, bacalao y un pasaje a América

En 1882, la peseta solo llevaba catorce años como unidad monetaria nacional. Se empleaban además múltiplos y submúltiplos de la moneda, como los duros, los céntimos o los reales. En ese complejo sistema se manejaban los gallegos en la década de 1880, que para comprar un ejemplar de La Voz de Galicia pagaban 5 céntimos. El pan era un bien que fluctuaba su precio, y entonces era cuatro veces más caro que el periódico.

En los listados de precios que se anunciaban en la época podía percibirse ya el gran impacto de la emigración a América y el transporte marítimo desde los puertos de la comunidad. Se comerciaba así el bacalao o el café, productos exclusivos que rondaban los 150 reales, unas 20 pesetas de la época aproximadamente. Al cambio, según la calculadora Measuringworth, supondría un desembolso económico de 78 euros en la actualidad.

Esa proximidad con América, con el primer gran éxodo gallego en barcos de vapor, costaba una fortuna. Los precios, de nuevo en función de la clase en la que se viajase, oscilaban entre 225 a 785 pesetas a principios de la década de 1880. Es decir, entre 877 y 3.071 euros al cambio de hoy en día. Todo ello en una Galicia que ese año fue más fría y menos lluviosa: con una precipitación anual de 808 mm en A Coruña frente a los 1.187 mm del 2021, y 0,8 grados menos.