La llama sigue ardiendo

Santiago Rey Fernández-Latorre PRESIDENTE Y EDITOR DE LA VOZ DE GALICIA

OPINIÓN

Pinto & Chinto

04 ene 2022 . Actualizado a las 00:21 h.

«Nuestra primera y más ardiente preocupación será la de servir con todo el entusiasmo de nuestra alma y con toda la energía de nuestro patriotismo los grandes y nobles y desdeñados intereses de esta hermosa y querida región gallega que solo necesita de un esfuerzo de energía y resolución de sus hijos para convertirse, ya que es la más bella, en la más próspera y la más culta de la madre patria».

Estas palabras, escritas con la tinta del corazón en el primer editorial de La Voz de Galicia, cumplen hoy 140 años. Y siguen absolutamente vivas, porque el tiempo no ha hecho más que reforzarlas. Yo las aprendí de memoria cuando apenas era un niño y me han dirigido siempre desde entonces.

Creo que está en esos conceptos, tan fundidos y tan bien expresados, la sangre que da vida generación tras generación a esta obra cotidiana, tenaz y a la vez grandiosa que llamamos La Voz de Galicia.

El impulso de su fundador, mi abuelo Juan Fernández Latorre, no era solo una buena idea, ilusionada y altruista, sino que era una necesidad. Lo ha demostrado el tiempo. Era una necesidad para Galicia y los gallegos, y lo sigue siendo ahora, porque los principios y el ansia que hicieron nacer el periódico no se agotarán. No mientras queden en pie ciudadanos que amen a su tierra.

El diario que tengo el orgullo de presidir ha servido a generaciones de tres siglos distintos y ha afrontado con ellas los avatares de nuestra historia. Nunca, ni en los tiempos más difíciles, renunció a servirlas y a defenderlas. Sufrió multas, luchó en desigual guerra contra la censura, se sobrepuso a amenazas, superó penalidades, y hoy llega a los 140 años convertido en el medio primordial de los gallegos. Y es, además, uno de los que tienen mayor audiencia y fiabilidad de España.

Lo es por sus principios, que beben del mejor periodismo, del compromiso insobornable con Galicia y de los valores de la convivencia democrática. Y lo es también por el esfuerzo de cuantos desde su fundación hasta hoy han asumido y asumen con orgullo y con alegría el reto cotidiano de hacer honor a su cabecera.

Gracias a todos ellos, y a cuantos nos acogen, nos leen y nos hacen suyos, La Voz de Galicia se ha hecho parte esencial de la comunidad.

La idea inicial del fundador fue haciéndose realidad década a década, y llegó a su plenitud en el momento actual, apoyada en un desarrollo tecnológico que sitúa a la empresa en la vanguardia de la comunicación. Desde la rotativa de última generación, adquirida cuando ya se cernía sobre España la crisis que dejó exhausta la economía del país, hasta la vitalidad de la página web, que es la referencia constante para centenares de miles de personas cada día.

Esta implicación con la sociedad gallega no habría sido posible si no formásemos parte intrínseca de ella. Como editor, fue mi prioridad cuando tomé el testigo de mi padre, Emilio Rey Romero, y de mi hermano Emilio. No quería tener una Redacción, sino una en cada ciudad y en cada comarca de Galicia, porque era mi forma de estar cerca de los gallegos. Comencé ese camino siendo aún estudiante, y hoy, sesenta años después, el periodismo de proximidad, con trece ediciones locales impresas y en la web, se ha convertido en enseña inconfundible de La Voz.

No es la única, porque nuestra vocación gallega convierte las Redacciones locales en la forma más genuina de pulsar cada día la actividad del país. También sus ansias, sus sueños y sus problemas. Las ansias y los problemas de Galicia aparecían bien definidos en el primer número del periódico, y siguen siendo hoy las claves y las preocupaciones que impregnan la línea editorial: la defensa de los sectores estratégicos de Galicia, desde el campo y el mar a la energía; las comunicaciones que hacen posible el desarrollo; el apoyo al trabajo y a la iniciativa empresarial; la Administración, la Justicia y la política al servicio de los ciudadanos.

Y aun más allá: el fomento de todas las libertades y derechos civiles; el reconocimiento a todas las iniciativas legítimas; la resolución de los conflictos mediante el diálogo; la búsqueda de la equidad; el juicio sereno; el debate respetuoso y abierto. En definitiva, hacer del periódico un abanderado de Galicia. Y también su plaza pública.

Esa posición y esa presencia en todo el país han hecho que se definiese al periódico en estudios independientes como un factor determinante de la vertebración de Galicia, uno de los elementos que contribuyen a su cohesión y a su singularidad.

Y todo lo que tiene de singular Galicia ha sido siempre un norte para la línea editorial. Desde la fundación de la Biblioteca Gallega en 1885 con la edición de Los precursores, de Manuel Murguía, a la relación continua con la Real Academia Galega, todo el movimiento galleguista y la cultura del país han estado presentes en estas páginas. Autores como Vilar Ponte, Pondal o Carvalho Calero -por citar algunos históricos- expusieron aquí sus ideas, sus versos o sus tesis.

Muchos otros creadores de vanguardia, nacidos en Galicia o muy lejos de ella, han tenido también en La Voz una tribuna en la que expresarse, porque el periódico mantiene viva su atracción por el enriquecimiento cultural y la universalidad. Del mismo modo, todas las ideas sociales y políticas que se apoyan en el pensamiento democrático se expresan aquí sin más condición que el respeto a las personas y a las instituciones.

He descrito los cuatro pilares de este edificio que se hace más robusto con el tiempo: es gallego, es local, es universal y es plural.

Impulsando estos principios hemos llegado recientemente a la edición número 63 del Premio Fernández Latorre, al que estoy vinculado desde su creación. Solo con repasar la lista de galardonados, desde el primero (Miguel González Garcés) al último (David Beriain), se percibe cuánto orgullo nos cabe a los gallegos por contar con figuras tan destacadas, distintas y enriquecedoras en la cultura, la sociedad, la economía, la política o el periodismo.

Pero si promover estos valores es parte de la labor de un buen periódico, más aún lo es armarse de arrojo para defender al país cuando se ataca su dignidad. O cuando es menospreciado o se le ignora. Pasó con la catástrofe del Prestige, quizá con los incendios, el peor desastre medioambiental que ha vivido nuestra tierra; pasó con la reclamación del Plan Galicia, en la que empleamos años; pasó con la exigencia del AVE y de vías de comunicación adecuadas. Y pasa ahora con las duras consecuencias que padecen sectores económicos enteros a causa del covid. Posiblemente seguirá pasando, y La Voz de Galicia seguirá reclamando.

Esto es lo que tiene en las manos. Un periódico. Pero también un alma. Un propósito que hoy cumple 140 años. Desde aquellas primeras rotoplanas o linotipias, hasta hoy con los móviles y la velocidad instantánea de la web, todo ha cambiado. Todo. Menos la llama de la que nació: servir a Galicia. Ser su voz. Ser La Voz de Galicia. Gracias por hacer que la llama siga ardiendo.