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GALICIA

PILAR CANICOBA

La arenga de Feijoo a sus conselleiros por los cien días de gobierno sirve para espolear frente a la complacencia

19 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Ora et labora era el principio monástico que presidía los retiros que hacía Fraga con sus monjes. En medio de la naturaleza más bucólica, con meditaciones solo alteradas por las partidas de dominó y bajo una estricta observancia de los votos de castidad, pobreza y -sobre todo- obediencia, el fraguismo atenuaba la guerra fría entre boinas y birretes. Varios cenobios galaicos contemplaron aquellos ejercicios político-espirituales propios de El nombre de la rosa aunque sin venenos, que se sepa.

De ahí pasamos a una versión de El sargento de hierro donde el monasterio da paso al cuartel. y la oración, a la arenga. «Non o ides pasar ben». Las mismas palabras de Feijoo fueron más o menos asestadas por Clint Eastwood a los reclutas bisoños de su unidad. Reclutas y altos cargos de la Xunta tragan saliva ante un futuro que no es muy diferente al de los espartanos que alecciona Leónidas antes de que salgan a combatir a las Termópilas. No son lanzas ni escudos, sino normas administrativas con las que los altos cargos lucharán con expedientes, escritos, recursos, plazos y demás instrumentos de las batallas burocráticas que suelen tener como única baja al administrado que ya reivindicaba Larra.

 Sabe el presidente que su oposición no está enfrente sino detrás y al lado. ¿Acaso topos como los de John Le Carré trabajando de incógnito para Sánchez? No. Con el poder central Feijoo ha establecido una relación que no es la de Urkullu, pero tampoco la de Ayuso, de la que ahora se cela el menguante Casado. Amén del covid-19, la auténtica oposición es la alianza terrible de tedio, conformismo y complacencia que se apodera de largos liderazgos como el suyo para sumirlos en una siesta, oxidarlos y arruinar el legado del líder. Es lo que intuyó Trotski y le hizo concebir la idea de una revolución permanente en contraste con el estático Stalin. El mandatario gallego mantiene a sus altos cargos en vilo, siempre provisionales, nunca con el móvil apagado o fuera de cobertura. Y ahora les recuerda que son una mezcla de apóstol cristiano y samurái nipón al que se pide que lo deje todo por Galicia.

De los frailes de Fraga a los guerreros de Feijoo. De aquellas larguísimas carreras políticas de los altos funcionarios del fraguismo, a un tiempo en el que pende sobre ellos una espada de Damocles que puede caer en cualquier momento. Lo extraño es que tras la soflama del lunes no se hayan producido deserciones en masa de cargos que, al llegar a casa y a solas con los suyos, se sintieron como los astronautas que se van a despedir para realizar una incierta misión en el espacio. Cuida de los niños, le dirían compungidos a su pareja. Volverán de la Xunta macilentos, casi irreconocibles una vez cumplida la misión que se les encomienda. Polvo, sudor y hierro, el alto funcionario cabalga.

Una autopsia sentimental  

Gracias a los avatares del pazo de Meirás, muchos se han enterado de que existe una Secretaría de Estado de la Memoria. Aunque sus competencias son tan vagas como la propia facultad memorística, quizá caiga en su jurisdicción lo que está ocurriendo con las cartas amorosas de Pardo Bazán. Se publican, se prepara una obra de teatro a propósito, se hacen comentarios sobre el epistolario, y todo el mundo lo ve con naturalidad. Antes de que su espíritu sea convocado para acudir a Sálvame, o se monten programas rosa con almas en pena del pasado, el memorioso secretario debiera intervenir en defensa de la escritora. Lo que se hace con sus misivas entra dentro de la pornografía póstuma de sus sentimientos, una pornografía que ella no consintió en vida, una autopsia sentimental. ¿Qué espera entonces el secretario? ¿Será necesario que los difuntos ilustres contraten un abogado para la defensa de su intimidad? Ahora se sabe que Concepción Arenal dedicó sus últimos días a destruir vestigios de su vida privada. Qué previsora.

Cabezón, cabezota, cabecilla 

Mitterrand, Francia, 1981. El socialista se instala en una presidencia de la República que dejará catorce años después. Esa longevidad se basa en un acuerdo inicial con los comunistas, a los que regala varios ministerios y una agenda aliñada con nacionalizaciones, y la fomentada división de la derecha, escindida entre gaullistas, conservadores y Le Pen. ¿No les suena? Historia magistra vitae. No es que esté escrito en las estrellas que haya Sánchez para una década y media, sino que los precedentes son muy parecidos. Mitterrand fue un presidente bifronte. Para el elector de izquierda era la garantía contra el derechismo, al tiempo que el ciudadano moderado lo veía como un dique contra los excesos del comunismo. España, 2020. La esperanza de embridar a Unidas Podemos ya no está para muchos en la derecha fragmentada, sino en esa ministra Montero que llama «cabezón» a Iglesias, o en Nadia Calviño o en Margarita Robles. Francia, 1984. Los ministros comunistas se van y Mitterrand se queda otros diez años. No es por desanimar.