A Barca de Muxía espera a Barceló

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado CEE / LA VOZ

GALICIA

Aunque simule su esplendor de antaño, lo que ahora cubre la pared del altar es una fotografía en tela del retablo original
Aunque simule su esplendor de antaño, lo que ahora cubre la pared del altar es una fotografía en tela del retablo original XESÚS BÚA

El santuario insignia de la Costa da Morte perdió su retablo barroco en el incendio del 2013 y en su lugar tiene una lona

21 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo que antes del desastroso incendio de la mañana de Navidad del 2013 era un singular retablo barroco encargado al artista compostelano Miguel de Romay en el año 1717 hoy es una lona con una imagen en gran formato de esa misma obra realizada a partir de una fotografía de Xesús Búa.

Han pasado ya casi cinco años, se cumplirán en poco más de dos meses, y el santuario de Nosa Señora da Virxe da Barca de Muxía, emblema de la Costa da Morte y uno de los principales centros de devoción mariana de toda Galicia, sigue con su altar mayor desnudo o, para ser más exactos, vestido con ese vinilo fotográfico que fue la solución de andar por casa que se les ocurrió en la localidad a falta de una opción mejor.

Vista la oleada de solidaridad nacional e internacional y cómo se volcó el pueblo de Muxía en aquellos primeros meses, tanto para colaborar como para criticar lo que no se estaba haciendo a su gusto -todavía está en la memoria todo lo que tuvieron que oír las arquitectas de la obra o el ecónomo diocesano-, parece difícil explicar que un lustro después todo lo que se ha hecho en el templo, al margen de la recuperación inicial pagada en gran parte por el seguro, sean labores de carpintería o la restitución de elementos decorativos bastante más próximos a lo kitsch que al barroco de Miguel de Romay.

El propio presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, al día siguiente del desastre vino a decir poco menos que para A Barca lo que hiciese falta y que aquello se reconstruía «entre todos». No fue el único. La Iglesia, conocedora de la póliza de seguro, también salió pronto a dejar claro que no hacía falta el dinero público, más allá del proyecto del que se ocupó Cultura, porque iba a ser la propia archidiócesis la que se ocupase de recuperar un bien que es de su propiedad.

Las palabras se fueron y llegó la lluvia. Tanta que, visto ahora en perspectiva, resultó igual de dañina para el santuario que el rayo que desencadenó el incendio aquel 25 de diciembre. Las obras de reconstrucción no se iniciaron hasta mediados de junio del año siguiente y, en una decisión que hasta hoy nadie ha conseguido explicar, ese medio año largo, en medio de uno de los peores inviernos del último decenio, el templo estuvo completamente desprotegido. Y eso que no faltaron voces que afirmaban que era poco menos que un suicidio dejar que una bóveda de ladrillo y paja y unos muros de metro y medio de espesor se empapasen de agua.

Pues bien, a las empresas locales no se las tuvo más en cuenta que para realizar el primer desescombro que ordenó el Concello. De la obra se ocupó una firma de Valladolid, que tampoco se libró de las críticas, y el resultado, al margen de algún problema puntual como que volasen las cumbreras metálicas, quedó marcado por el aspecto interior de la iglesia y todas las implicaciones que eso tiene. Aún hoy los muros siguen rezumando humedad y el revestimiento, que ya es lo que se conoce como una capa de sacrificio porque se sabía que eso no iba a durar, cae en desconchones de manera sistemática. Y ahí está una de las claves de que no se haya hecho nada para volver a vestir la piedra del altar mayor. Solo una, porque hay muchas más.

El dinero, en principio no debería ser un inconveniente. Aún hoy e incluso con el templo cerrado asoma a través de una reja de la puerta principal un cepillo que pone para la reconstrucción del santuario. Nada más producirse el incendio se abrió una cuenta para donativos, que no ha trascendido cuánto tiene, pero solo en los primeros meses juntó varios miles de euros. Ramón Pérez Barrientos, el responsable local de Protección Civil, que junto con la Cofradía de Pescadores y el Concello tomaron un poco la delantera en este campo, no concretó cuánto dinero hay, pero sí que está ahí a disposición para emplearlo en la solución que se adopte. El problema es que no la hay, o al menos no se ve a nadie pujando de manera decidida por ella. El historiador y crítico de arte local Antón Castro señala que se puso en contacto con el mallorquín Miquel Barceló, seguramente el artista contemporáneo más conocido de España, y la predisposición para aceptar un posible encargo era buena. Sin embargo, el propio Castro reconoce que no insistió más en esas comunicaciones porque tampoco nadie se lo ha exigido y esa idea más o menos consensuada de que no se puede tratar de imitar lo que había, sino que hay que conseguir una obra actual que esté a la altura ha ido languideciendo, como casi todo lo que tiene que ver con A Barca si se toma como referencia lo que era el ímpetu inicial.

El alcalde, Félix Porto, la última noticia que tiene es que «era a Igrexa a que se encargaba» como propietaria del templo, aunque incide en que las opiniones del Concello y del pueblo poco se tuvieron en cuenta, ni a la hora de proteger el santuario de la lluvia ni a la de determinar quién y cómo iba a realizar las obras. Al párroco, Manuel Liñeiro, nadie le ha informado de novedades al respecto y sigue sin tener claro que las paredes estén lo suficientemente secas como para poder ejecutar sobre ellas una obra artística.

En definitiva, unos por otros y A Barca sigue sin retablo.