«Avanzamos mucho en los últimos años, pero no hay que bajar la guardia»

m. cedrón / m. santalla REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Jorge García

Trece gallegas que han abierto camino en sus sectores hablan de sus comienzos y de los retos de las mujeres

25 jul 2018 . Actualizado a las 18:59 h.

Galicia es nombre de mujer. Más que un territorio es también un manto tejido con hilos tan diversos como las trece mujeres reunidas por La Voz en el corazón de Compostela para celebrar el 25 de julio del 2018, un año en el que las mujeres han vuelto a salir a la calle para reivindicar su papel y sus derechos en la sociedad. Aunque a priori pueda parecer que una ganadera no tiene nada que ver con una catedrática de Derecho, una arquitecta, una taxista, una lingüista, una médica, una conductora de autobús o una farera, desde la perspectiva que les da a cada una el haber nacido o desarrollado su actividad en diferentes lugares de la comunidad y haber tenido que abrirse camino en sectores donde la presencia de mujeres no era habitual, todas llegan a la misma conclusión: «No debemos pensar que el camino está hecho». Sus claves para lograr un cambio real y necesario: «Educación en igualdad». «No bajar la guardia». «Romper con los estereotipos». «Crear referentes». Todo eso es fundamental para conseguir, dicen, «un tejido social igualitario».

La reunión es en el compostelano Café Casino, un local con historia que, sorbo a sorbo de café, va convirtiendo la charla en tertulia. El juego verbal se reparte en trece bandas: Peregrina Quintela, catedrática de Matemática Aplicada; Isabel Aguirre de Úrcola, directora de la Escuela Gallega de Paisaje de la Fundación Juana de Vega; Esther García Gaioso y su hija Verónica Diéguez García, dueñas de una ganadería láctea en Monterroso y de una quesería; Mari Paz García Rubio, primera catedrática de Derecho de la USC; Rosario Álvarez, catedrática de Filoloxía, académica de la RAG y primera presidenta del Consello da Cultura Galega; Beatriz Piñeiro Lago, doctora en Medicina, presidenta de Mulleres en Igualdade de Pontevedra y una de las líderes gallegas en economía circular por la Advanced Lidership Foundation; Cristina Fernández, farera; Sonia Rama, inspectora de la Policía Autonómica; Marga Iglesias Carvajales, una de las primeras gallegas en conducir un autobús escolar; Lourdes Iglesias Suárez, taxista durante 42 años, y sus hermanas Sabina y Josefa, la primera, autónoma en un bar, y la segunda, ama de casa.

«Debemos hacernos fuertes»

Describen los obstáculos que algunas encontraron en sus comienzos, unas piedras que Cristina decidió «reunir para hacer un castillo, porque tenemos que hacernos fuertes», aunque a veces no sea fácil sortearlas. Recuerda algunos de esos escollos, como cuando tras aprobar su oposición, la interrogaron con cuestiones como «‘‘sabes que en los faros hay que cambiar acumuladores muy pesados, ¿cómo lo harías? No tienes fuerza’’ o ‘‘¿vas a tener hijos?’’. A esa última pregunta contesté con ‘‘¿acaso los fareros no los tienen?’’, y su respuesta fue: ‘‘Las mujeres de los fareros, pero no ellos’’». Pero no se rindió. Fue farera y dedicó su vida a un trabajo que adora.

Como Lourdes, que sorteó las curvas del camino pisando el acelerador. Recuerda que cuando tomó por primera vez el volante de un taxi, en Barcelona en 1972, «había mucha discriminación y machismo. La guardia urbana me pedía los papeles constantemente, algunas personas me insultaban, me proponían planes porque no entendían que era una trabajadora. Sufrí mucho. Encontré muchos problemas con los hombres, pero también con las mujeres. Algunas no querían subir».

Marga también recibió más rechazo de ellas que de unos compañeros hombres que, como dice, la apoyaron: «Voulle dar un punto aos homes. Cando empecei había outra chica condutora e acabou marchando por culpa das mulleres. Levou moito concienciar ás mamás dos nenos de que era unha rapaza a que ía ao volante, pero agora estamos xenial. Ata te aplauden». Los primeros años de profesión tampoco fueron fáciles para Beatriz. «Cuando estaba acompañada por un hombre enfermero, las personas se dirigían primero a él pensando que era el facultativo», dice preocupada porque aunque eso «ocurrió hace 25 años, no hace tanto, ahora vivimos una época de repunte del machismo».

Isabel, que empezó a estudiar la carrera a los 40 años después de haber criado a tres hijos, vivió la época, anterior a 1975, en la que hacer cualquier cosa requería el consentimiento del marido. «No podías abrir una cuenta corriente, no podías ir de viaje, ni trabajar... Estudié, me hice arquitecta y vi que en la profesión hay discriminación y continúa habiéndola». Su relato es un pozo lleno de anécdotas. «Recuerdo que me llamaron de un departamento donde quería entrar de la Universidad de A Coruña, donde di clase 17 años. Un profesor me dijo que era mejor que no entrase, que fuese otro chico y me fuera a otro departamento porque de ese modo ese sería más homogéneo. Dije que entraba porque era el que me interesaba, y entré. Y se lo tuvo que tragar. Les llamaba luego ‘‘los homogéneos’’», recuerda. Y cuando le dieron el Premio Nacional de Arquitectura, dice, «no me telefonearon a mí para decírmelo, llamaron a mi marido».

Rosario Álvarez describe el ambiente que se respiraba en la Universidad compostelana, a la que llegó gracias a una bolsa. «Aínda que había unha presenza feminina moi importante no alumnado, no profesorado non había. Na miña área fun a primeira catedrática en Santiago. O que había era unha presenza feminina da que non se esperaba que fixese tese nin seguise a carreira universitaria».

Aunque, como recalca, «non podo dicir que ninguén me puxera ningún tropezo no camiño, porque sempre tiven a complicidade dos meus compañeiros homes dende o primeiro momento, pero foi necesario un cambio de mentalidade». Y adereza el comentario con otra anécdota: «Houbo unha persoa, da que non vou dicir o seu nome pero moi valorada neste país dentro da cultura galega, que o día que lin a tese formaba parte do tribunal. Cando íamos cara a comida de rigor dixo ‘‘a onde imos chegar que ata as mulleres fan teses’’. Non podo dicir que tivera ningún obstáculo no camiño, pero había unha mentalidade dese tipo no ambiente».

Mari Paz tiene en común con Rosario que también fue la primera catedrática de su especialidad que ejerció en la USC. «Aunque pertenecemos al ámbito de la administración pública donde hace varias décadas la normativa prohíbe la discriminación, estamos obligadas a echar la vista atrás. No deja de ser chocante que en disciplinas como las nuestras en una universidad como la de Santiago con 500 años de historia la primera catedrática en Derecho se nombrara en el 2000». Y hace referencia a un terreno donde la desigualdad aún es muy patente para las mujeres. Es el campo de los puestos de dirección «en las cooperativas, en las cátedras, en los órganos directivos de la Justicia, en la mayoría de los despachos de abogados, en buena parte de los estudios de arquitectura...». Entonces, dice, «bueno, es que las mujeres en general tampoco nos presentamos. Tenemos reticencias por muchas razones. Por ejemplo, porque valoramos más estar con nuestros hijos. Muchas veces esa es una construcción voluntaria por esos valores que nos han inculcado de que una mujer debe cuidar. Cuando los hombres vayan incorporándose a lo privado es cuando podremos acceder a esos puestos públicos».

Además, usa como ejemplo de todo lo que queda por hacer el sector de la judicatura que conoce bien. «Para ser juez se accede por oposición, pero para llegar a un puesto en un órgano directivo es por cooptación (entrevistas, méritos...). Cuando la elección es en sobre cerrado resulta que la mayoría de elegidas son mujeres; cuando es por cooptación son hombres. ¿Por qué? No es racional, es algo inconsciente. Cuando eres un catedrático de universidad que hace un buen trabajo, crees que el aspirante debe de ser como tú. Entonces tiende a escoger al que más se te parece. De ahí la importancia de que los tribunales sean paritarios».

La escasez de mujeres en los órganos directivos es uno de los campos en los que todavía queda mucho trabajo por hacer en todos los sectores. Lo sabe bien Esther, que durante quince años estuvo al frente de una cooperativa. No fue fácil porque, aunque «os meus compañeiros sempre me respectaron, cando unha muller está soa, pesa». Como dice, «no campo aínda hai trabas para a muller. Estamos de titulares nunha explotación, pero a muller está máis ben para facer o traballo, non para estar nas directivas. Pero do mesmo xeito que está nunha sala de muxir, acaso non pode dar a súa opinión?», se pregunta.

Verónica también nota hoy esas trabas de las que habla su madre. «Aínda hai machismo. Cando fan as enquisas para as directivas parece que primeiro van os homes e despois, no caso de deixar algunha vacante, pois van as mulleres. O machismo tamén o ves ás veces cando vas buscar un saco de penso á cooperativa. Dinche ‘‘debería ir un home’’». La pregunta interna que se formula cuando escucha esos comentarios es «¿por qué?». Ella puede. Todas pueden. Cualquier mujer puede. ¿Cuál es la razón de que no?

«Hai que reclamar igualdade real en todas as áreas, non igualdades legais que xa están feitas»

A medida que la conversación avanza, la complicidad entre ellas se hace más fuerte. Sus voces se hacen una que reclama «igualdade real no ámbito social, doméstico, sexual, laboral..., non igualdades legais que xa están feitas. Reais de verdade». Porque, como apunta Beatriz, «la única forma de romper con el estereotipo es que la gente vea las cosas delante. Hay que estar ahí, repitiéndolo una y otra vez. Como no lo hagamos nosotras, no lo va a hacer nadie».

-¿Cómo se puede conseguir?-, pregunta Cristina.

-Como hemos logrado todo hasta ahora. Con pasión-, responde Beatriz.

-Pero a veces da miedo-, le replica ella.

-No callarse es fundamental-, aconseja Isabel.

-Pero luego vienen contra ti-, matiza Cristina.

-Pues que vengan-, responden.

Esa fuerza para luchar nace del carácter, pero también del respaldo que algunas de estas mujeres han tenido en su familia. Sonia, hija de policía, lo tuvo en casa. «Dende a casa me mostraron que cando traballas podes lograr o que te propós. Meu pai, que coñecía cómo era a policía dende dentro nunca me dixo que non», explica mientras matiza que es verdad que «cando eu cheguei ao corpo era xa unha policía moderna que se achegaba á xente. Vivimos un desenvolvemento como institución, máis que mudar o estigma de muller policía, hai que mudar o estigma da policía como institución».

La que nunca experimentó ninguna discriminación por ser mujer, ni la percibió en su departamento, es Peregrina: «Me valoraron igual que a los chicos. La puerta estaba abierta a todo el que valía, independientemente de que fuera chico o chica. De siempre en mi departamento ha habido muchas chicas. Además, he de decir que para cumplir la normativa de igualdad, al final tienes que ir a muchos más tribunales que los hombres. O sea, tienes que trabajar más».