Galicia y el efecto de la ventana rota

Sara Carreira Piñeiro
sara carreira REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

ALBERTO LÓPEZ

La despoblación se extiende como el abandono por un barrio si no se arregla un vidrio roto en un portal: en el 58 % de los núcleos hay ya menos de 20 personas

08 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El abandono de los pueblos se extiende como una mancha de aceite por la comarca e, incluso, por la provincia. Sigue, según explica el economista y politólogo Manuel Blanco Desar, el efecto ventana rota. Este término, acuñado en 1982, indica que, cuando en un edificio no se arregla una ventana rota, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio y, si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego dentro.

Blanco Desar interpreta esto en la despoblación de Galicia: «A pequeña escala se da en los lugares o núcleos, y a mayor, en las comarcas y hasta en las provincias. Es decir, a medida que se va abandonando un lugar, el proceso se acelera porque hay ineficiencias y deseconomías de escala, además de falta de red de apoyo socio-familiar. Las pocas parejas en edad fértil siguen la corriente y retroalimentan el proceso de abandono (y la Administración no puede costear servicios básicos a precios desorbitados). Esto nos lleva al círculo vicioso».

¿Es correcta la visión de Blanco Desar? Los últimos datos del Nomenclátor (INE) parecen darle la razón. De las 53 comarcas gallegas, desde el 2000 hasta hoy solo en 15 se han reducido los núcleos de población vacíos, algo que ocurre, por ejemplo, cuando las villas y ciudades crecen hasta absorber a aldeas y lugares hasta entonces despoblados. En cambio, en 33 comarcas (casi dos de cada tres) el número de aldeas abandonadas ha crecido. La zona más afectada es, sin duda, el norte de Galicia, del Eume y Ortegal a A Mariña lucense y gran parte del interior de Lugo. En este caso se cumple la teoría de Blanco Desar de la ventana rota, y coincide con una de las zonas peor comunicadas de Galicia.

Un repaso al mapa marca la línea por dónde crece la comunidad, y no es causal que se trate del eje atlántico, que vertebra la autopista. De hecho, las zonas tradicionalmente peor comunicadas con esta ruta -que cuando se construyó ya se hizo por la población de sus paradas- también se han ido vaciando. Ocurre por ejemplo con el área de Fisterra, ya que hasta la mejora de las vías en los últimos años, e incluso ahora, llegar al fin del mundo gallego no era una tarea rápida. O en la tierra de Noia, hoy bien comunicada con Santiago, pero antes con rutas muy regulares.

La zona de O Ribeiro y Ourense, un área rica y muy relacionada con Vigo, se ha podido mantener a pesar de los años, y con la autovía de las Rías Baixas, más.

Las carreteras, esenciales

El efecto ventana rota está muy vinculado a las comunicaciones. Lo saben bien en el norte de Galicia, del Eume a Ribadeo, donde muchas poblaciones han tenido que esperar al siglo XXI -y a que no haya niebla- para tener unas carreteras de calidad. En la zona de Ferrol-A Mariña el problema no solo eran las carreteras, sino también las rutas férreas: el tren traza uno de los caminos más hermosos del país, pero también de los más lentos.

Cuando muchas aldeas de una zona quedan vacías, aquellas que todavía mantienen habitantes resultan insostenibles para el concello. Carlos Ferrás, profesor de Xeografía en la USC y director del grupo de Investigación Socio-Territorial, cree que es la propia estructura gallega la que causa esta situación: «El perfil dominante del sistema de asentamientos humanos en Galicia es el de una pequeña aldea que no alcanza los 15 habitantes, donde la mayoría son ancianos, con una familia que resiste en una explotación agroganadera y posiblemente algún hijo en edad escolar que es educado para que emigre tras ir a la universidad».

Lo más habitual es la aldea

Tampoco parece que Ferrás esté desencaminado. El citado Nomenclátor indica que el núcleo de población más habitual de Galicia, en 1 de cada 5 casos, es la aldea de entre 11 y 20 habitantes; le siguen, con un 14 % del total, las que tienen entre 6 y 10 vecinos. Si se suman todos los núcleos con 20 residentes o menos, el resultado es impresionante: 18.098 en la comunidad, es decir, casi un 58 % del total.

En Galicia no hay ninguna gran ciudad de esas que superan el medio millón de habitantes, y solo se contabilizan tres (Vigo, A Coruña y Ourense) que pasan de los 100.000. Se puede seguir bajando en número de vecinos, hasta tal punto que los lugares con más de 100 habitantes suponen incluso algo menos del 10 %. Y todo lo anterior en más de trescientos concellos.

La solución: impulsar la concentración con buenos servicios y comunicaciones

El fondo de la cuestión es, para Carlos Ferrás, el tamaño de los núcleos de población: «En Galicia ha llegado el momento de asumir que necesitamos una administración eficiente de los recursos públicos y un proyecto de país que defina Galicia y su futuro desde la planificación y desarrollo económico sostenible. Es preciso organizar, jerarquizar, fusionar, simplificar el mapa de municipios y provincias. En Galicia tenemos más municipios que todo Portugal». La administración eficiente «requiere eliminar duplicidades administrativas: eliminar las diputaciones, simplificar el mapa municipal creando grandes municipios con capitales bien definidas a partir de las principales ciudades conectadas con pueblos, villas y aldeas de su área de influencia».

La fusión voluntaria no funciona

La modernización de Galicia pasa por crear municipios con más de 30.000 habitantes y eliminar diputaciones provinciales. «Hay que mirar a Portugal -apunta Ferrás-. Es precisa una ley de municipios. La fusión voluntaria no funciona», porque si algo tiene claro es que «un concello es insostenible cuando se convierte en una gestoría de subsidios y pensiones».

El economista Manuel Blanco Desar ofrece un dato revelador: «En Ourense hay más alumnos en la capital que en el resto de la provincia». Parece claro que, en el contexto actual, son las urbes las que generan movimiento demográfico positivo. Por eso, según Ferrás, el futuro de Galicia «pasa por diseñar un proyecto de país en clave urbana, por la planificación y ordenación del territorio y por la eficiencia en la gestión del dinero público». Solo «los asentamientos rurales próximos a las ciudades bien comunicados tendrán futuro si mantienen población joven», recalca el geógrafo Carlos Ferrás.

Apunta a que la apuesta gallega por los entornos urbanos no debe centrarse en la cantidad: «No se trata de imponer un número de habitantes mínimo por aldea. Se trata de impulsar la urbanización y concentración demográfica en las ciudades con servicios públicos bien dotados, comunicaciones de calidad, economías urbanas desarrolladas y mercados de trabajo diversos y dinámicos». Se lamenta de que miles de aldeas gallegas vayan a desaparecer en una generación y de que «no son sostenibles miles de aldeas de jubilados y pensionistas».