La soledad se abate sobre muchos núcleos de uno de los concellos más prósperos de toda Galicia
08 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Aitor es un enfermero de 51 años con una curiosa historia. La cuenta en el porche de su casa en la parroquia de O Freixo (As Pontes), una casa que él y su pareja han acondicionado en los últimos meses, una casa en medio de la casi nada, comunicada por una pista recién asfaltada que finaliza justo donde empieza su propiedad; una casa que es la viva imagen de la soledad. Pero Aitor está feliz. Sevillano y divorciado, harto del calor decidió irse a Noruega. Unos días antes recuperó un viejo amor que se fue detrás de él. Juntos pensaron que por qué Noruega y buscaron algo menos radical. Y acabaron en As Pontes: «Nos gusta mucho la naturaleza y todo el tema celta. Aquí hemos invertido todo lo que teníamos, pero ha valido la pena», dice. El caso de Aitor es conocido en el concello, porque es una gran curiosidad, una excepcionalidad. Lo normal no es que venga alguien a instalarse en el rural. Lo normal es todo lo contrario.
As Pontes de García Rodríguez es un concello con muchas peculiaridades. Es, por ejemplo uno de los más grandes de Galicia (250 kilómetros cuadrados). Consecuentemente, tiene una extraordinaria red de carreteras interiores (600 kilómetros) y es un ayuntamiento con recursos, sobre todo por el rendimiento que deja en las arcas municipales la central térmica. Por eso el concello se pudo permitir el asfaltado de la pista que va hasta la casa de Aitor. Pero As Pontes es también el municipio gallego con más lugares con cero habitantes. Si en Galicia se cierra una aldea cada día, As Pontes es el concello donde más veces ha ocurrido.
En la cantina
En O Freixo, la localidad principal de la parroquia, hay iglesia, escuela y cantina. Las tres, cerradas la mayor parte del tiempo. La cantina la lleva Carmen con un horario totalmente flexible: «Isto é coma un hobby», dice. En realidad, en todo el pueblo no están más que ella, su marido, su cuñado y una señora de 90 años. Poca clientela potencial: «Tamén veñen os cazadores», justifica la señora, que habla de la soledad relativizando su mala prensa: «Eu tamén son algo solitaria». Dice que no le gustan los pisos y que por eso no se han ido a As Pontes. Y, al fin y al cabo, el suyo no es un caso único. Entonces es cuando se pone a repasar los lugares donde no vive nadie y los recita en voz alta. Siempre hay algo peor.
Tengamos en cuenta que estamos en pleno invierno. A medida que llega el buen tiempo, la población crece, algunos vecinos que viven fuera regresan a abrir las casas cerradas. Es otra cosa. Pero ahora... «Era bonito que viñesen máis veciños», dice Carmen. «Os antepasados traballaron moito para levantar isto e agora, mire: é unha tristeza».
La parroquia de O Freixo está en la parte alta del concello, en la zona cero de la despoblación, según los datos del INE, que cruza el censo de lugares con el de vecinos. Recorrer la parroquia es visitar, sin excepción, enclaves que vivieron tiempos mejores. De algunos solo quedan cimientos, zarzas, algunas piedras y nombres que ya pocos recuerdan. En A Rega vive Rodolfo, un señor muy alegre de 82 años que juega con un par de perros mientras la asistenta que le viene cuatro veces a la semana prepara la comida: «Cociña ben, si», aclara Rodolfo.
Dice que tiene unas vacas: «Para estar entretido, aínda que xa me son moitas. Vou quedar só cun par delas». Obviamente, Rodolfo recuerda tiempos mejores, cuando se juntaban hasta 30 personas («e máis») los días de fiesta. Ahora hay un vecino que compró en una casa aunque vive fuera: «Vén case todos os días. Falamos cando chega e cando se vai». Rodolfo, prototipo del último habitante de aldea, un clásico en Galicia, nació allí mismo y probablemente allí morirá. No se casó: «Sen muller non pasei, eh? Pero agora xa non me fai falla». El hombre se divierte con la charla y aclara que le lloran los ojos por un problema que nada tiene que ver con la tristeza. Eso sí, reconoce que, al acostarse, cuando va al lavabo, recuerda a sus hermanos: «Ás veces penso que era mellor non ir».
Allí se queda Rodolfo con sus perros y sus vacas, en su aldea, donde el invierno es duro, por donde pasan los lobos, donde nadie quiso permanecer. Dentro de algún tiempo su aldea pasará al oscuro registro de los habitantes cero. Ojalá que sea mucho. Lo que es casi seguro es que nadie podrá revivirla. Lo de Aitor es muy excepcional.