Una estirpe de carteros sin parangón

Jorge Casanova
Jorge Casanova SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

LOS ACTUALES. Pablo García, padre e hijo, en la sede compostelana de Correos.
LOS ACTUALES. Pablo García, padre e hijo, en la sede compostelana de Correos. SANDRA ALONSO

Los García de Pontecarreira suman ya cinco generaciones de empleados de Correos

09 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Pablo García Astray nació con su destino escrito. Iba a ser cartero sí o sí. «Meu pai xa me levaba da man a repartir o correo. E estou orgulloso diso», dice mientras trajina bultos de la furgoneta a la sede central de Correos, en Santiago. El que le recoge los bultos es Pablo García también, pero Bermúdez. El primero tiene 53 años y el segundo, 31: «Encántame este traballo», asegura. Son padre e hijo, claro. Cuarta y quinta generación de una estirpe de carteros probablemente inaudita en la ya larga historia de Correos, que precisamente este año cumple tres siglos.

EL PRIMERO. Manuel García fue el primero de la familia que repartió el correo
EL PRIMERO. Manuel García fue el primero de la familia que repartió el correo ASD

El primer García de Pontecarreira (Frades) que se decidió a entregar el correo fue Manuel, que nació en 1866 y del que Pablo padre no tiene muchas referencias: «O que sei é que dicían que tivo problemas. Daquela, o correo chegaba a cabalo e o presionaban para que avisara se chegaba carta para alguén que tiñan que controlar». El caso es que Manuel dejó una impronta que su hijo siguió. «En aquellos tiempos -explica una portavoz de Correos-, las carterías rurales se heredaban, porque el cartero ponía su domicilio. Así que muchas veces pasaban de padres a hijos».

A por la sexta

EL MÁS BREVE. El abuelo de Pablo García murió muy joven.
EL MÁS BREVE. El abuelo de Pablo García murió muy joven. ASD

El abuelo de Pablo murió muy joven y fue su padre el que mantuvo el reparto por la zona, y el que inyectó el amor por el servicio al pequeño Pablo, que, después de acompañarlo muchas veces, le hizo sus primeras vacaciones cuando cumplió 18 años. Era el pequeño de cinco hermanos, la última oportunidad del padre para mantener la estirpe. Quizás por eso manifiesta tanto apego a su profesión.

Pablo hijo, la quinta generación, está pendiente de acudir a una prueba para consolidar el empleo y explica que cuando tuvo la oportunidad de empezar a hacer sustituciones en Correos no lo dudó. Abandonó lo que estaba haciendo y hasta hoy: «E se tivese un fillo e quixera adicarse a isto, eu encantado».

DE LA MANO. El padre de Pablo repartía el correo llevando a su hijo de la mano.
DE LA MANO. El padre de Pablo repartía el correo llevando a su hijo de la mano. ASD

De lo que no les cabe duda ni al padre ni al hijo es de que, pese a la decadencia del correo tradicional, hay empresa para rato: «Correos vai cos tempos -tercia el padre-. Quen me ía dicir que iamos transportar unha peza dun coche ou a bici dun peregrino. Se llo dixeran o meu avó ou o meu pai, non o crería». «Na empresa hai moita innovación», dice el Pablo pequeño, «e iso dá moita tranquilidade cara ao futuro». Ambos se ponen a hablar de los últimos avances que ha puesto en marcha la empresa, como las pruebas para entregar paquetes con drones en las zonas de montaña, hasta que Pablo padre corta la cháchara. «Veña, que aínda teño moito que repartir». Carteros de raza.

El perro que venía a recoger el correo y los que piden que les lean las cartas

Con tantos años de servicio en la familia, las anécdotas que atesoran los García son infinitas. Pero coinciden en algo que es común a los carteros rurales, el peor enemigo es el perro: «Eu penso que é porque o can pensa que lle vamos quitar algo, cando en realidade o que vamos é a deixar», teoriza Pablo padre. De todos modos, lo que más le gusta contar no es algo sobre un perro malo, sino todo lo contrario: «Foi nunha substitución en Visantoña, en Ordes. O carteiro díxome: “Aquí tes que acercar as cartas á rexa e xa ven o can”. E así foi. O can metía o fouciño, collía as cartas e levábaas ao dono. E así todos os días. Iso si, se non estaba o dono, o can non viña polo correo».

-E nunca lle mordeu ningún?

-Non, pero estivo preto. De todos modos, os cans xa non son tan ariscos como eran antes.

Otro clásico de los carteros rurales está en aquellos usuarios que piden al que le trae la carta que se la lea. «Aínda pasa, pero antes había moitísima confianza e había xente que non aprendera a ler». «A min tamén mo pediran unha vez -cuenta Pablo hijo-. Era unha carta do xulgado que dicía que tiña que tirar o galpón que fixera sen licenza. “Que o tiren eles”, dicía o tipo».

Más desconfianza

«Isto cambiou moito -explica Pablo padre-. O correo das cartas escritas xa apenas existe. Só facturas, multas, cartas do xulgado...». Pablo confirma que ya no le miran igual, que la alegría con la que antes se recibía al cartero se ha tornado en una cierta desconfianza: «Hai xente que empeza a berrar contigo como se a multa a puxeras ti». Su hijo le da la razón y matiza: «Claro que non é o mesmo que te vexan cun paquete a que te vexan cunha carta».

Lo que ha desaparecido son aquellas cartas de amor que venían con los corazoncitos en el sobre: «Había moitas cando se facía a mili -evoca el padre-. Algunhas viñan incluso co bico, cos labios marcados no sobre». Ahora los besos viajan por otros canales, si es que viajan. El cartero, ya no lleva ni el bolígrafo, porque se firma en un dispositivo electrónico. Efectivamente, si el bisabuelo levantara la cabeza...