Primer asalto para el ladrón del Códice

Xurxo Melchor
xurxo melchor SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Fernández Castiñeiras se sienta mañana en el banquillo por violar el correo de sus vecinos y la semana que viene volverá a hacerlo por el robo en la catedral de Santiago

14 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Al ladrón confeso del Códice Calixtino le llega mañana la hora de la verdad. Es el primer asalto de un combate que tendrá dos partes. En esta primera, Manuel Fernández Castiñeiras está acusado de 162 delitos contra la intimidad por haber violado presuntamente el correo de sus vecinos. La vista se prolongará hasta el viernes y, con solo el fin de semana de por medio para coger aire, la campana del segundo round, el definitivo, sonará el lunes de la semana que viene. Será el inicio de uno de los dos juicios del siglo que vivirán este año los juzgados compostelanos. El otro, el del asesinato de Asunta Basterra, aún no tiene fecha.

Dos años y medio han pasado ya desde que Fernández Castiñeiras fue detenido por el robo del Códice junto a su mujer y a su hijo. Aquel 3 de julio del 2012 este electricista pasó de ser uno más en el estrecho círculo de los que pueblan los pasillos internos de la basílica compostelana a una cara reconocible en medio mundo. La fama estaba justificada, porque había cortado la respiración a un país entero al hacer desaparecer la que está considerada como la mayor joya bibliográfica de Galicia. Un libro indispensable para entender la historia de las peregrinaciones a Santiago y que incluye una suerte de guía de viajes medieval sobre el Camino.

Siete meses se pasó el exelectricista en la prisión coruñesa de Teixeiro mientras el juez que instruyó el caso, José Antonio Vázquez Taín, cerraba la investigación. Cuando salió de la cárcel, el 30 de enero del 2013, Manuel Fernández Castiñeiras no podía dar un solo paso sin tener que cerrar los ojos para que no le deslumbrasen cientos de flashes. Así fueron sus primeras comparecencias en los juzgados de Santiago, por los que estos dos últimos años ha tenido que pasar todas las semanas para firmar. Esa fue una de las medidas cautelares que le impuso la Audiencia Provincial para evitar que se fugase antes de que se le llamase a juicio. La otra fue la prohibición absoluta de «entrar y permanecer en la catedral de Santiago de Compostela o en cualquiera de sus edificios y dependencias anejas», señalaba el auto.

Pronto aquella expectación inicial se tornó en desinterés absoluto. La presencia semanal del ladrón del Códice enseguida dejó de importar a nadie. Ni a los funcionarios que le atendían, ni a los periodistas que día sí día también acampaban frente a la puerta de los juzgados para cubrir otros casos tan o más mediáticos. Desde el crimen de Asunta a los líos que llevaron a dimitir a la práctica totalidad del gobierno local del PP.

Obligado cambio de hábitos

Poco se ha dejado ver Manuel Fernández Castiñeiras en este tiempo más allá de esas idas y venidas a los juzgados compostelanos. Menos se sabe sobre qué hace o dónde vive. Antes del robo del Códice sufrió un ictus que le dejó secuelas físicas que motivaron que recibiera la baja definitiva por incapacidad. Desde entonces cobra una pensión de 500 euros al mes y ya no trabaja. Acostumbraba a atender alguna finca y hasta que fue arrestado no faltó ni un solo día a misa en la catedral. Un hábito con el que, evidentemente, no ha podido continuar porque tiene vetada la entrada al templo.

El electricista no dejó de ir a la basílica ni tan siquiera después de robar el libro. A tenor de la investigación y de las conclusiones del fiscal, la presencia de Fernández Castiñeiras en la catedral era más por ilegítimo afán de lucro que por devoción cristiana. Fue así como, día a día, fue haciéndose presuntamente con los 2,3 millones de euros que encontraron en sus viviendas y que se habría llevado de la caja fuerte del templo. El día de su arresto salía precisamente de misa. Los agentes le siguieron y le dieron el alto en plena calle. Cuando le registraron tenía 3.000 euros en un bolsillo. Asombrados, los agentes le preguntaron qué hacía con tanto billete. Él les contestó lacónico: «Me gusta llevar dinero encima».

No es su visita diaria a la catedral compostelana el único hábito que se ha visto obligado a cambiar el ladrón del Códice en estos dos últimos años. También ha mudado su residencia habitual. Sus vecinos de O Milladoiro (Ames) hace mucho que no le ven por el edificio de la avenida Rosalía de Castro en el que vivía. Son los mismos que descubrieron que, presuntamente, les robaba las cartas de los buzones. Ganas de saber de él no tienen. No son pocos los que le han cogido miedo y que querían que el juzgado le prohibiese vivir en el edificio tras el juicio. Es posible que lo logren, ya que, además de a la pena de cárcel, Fernández Castiñeiras se expone a la incautación de todas sus propiedades si se demuestra que fueron compradas con dinero robado de la catedral.

Por donde sí se ha dejado ver el ladrón del Calixtino ha sido por A Lanzada, donde tiene un apartamento comprado a tocateja presuntamente con el dinero de la catedral y que también podrían incautarle si le condenan. También por Negreira, donde su mujer tiene una casa heredada de la familia.

Las acusaciones al deán

Además de no dejarse ver, Fernández Castiñeiras tampoco se ha dejado oír en este tiempo. Ni una sola vez ha hecho declaraciones públicas de palabra. Sí por escrito. En una única ocasión y mediante un manuscrito de quince folios que presentó el 14 de febrero del 2013 en el juzgado y en el que hizo gravísimas acusaciones en las que apuntaba directamente contra el exdeán, José María Díaz. Señaló que quería que todo el mundo supiese «lo que yo he vivido y visto» y que cuando llegó en 1980 a la catedral para hacer la instalación eléctrica de un despacho «se comentaba con total naturalidad y haciendo chistes que (...) había relaciones sexuales» en el templo. En el escrito cita con nombres y apellidos a un buen número de religiosos, que presentaron denuncias contra él. Sobre los robos de dinero decía: «En la catedral yo siempre vi que robaban dinero».

Habrá que ver si mantiene en el juicio esa actitud de querer levantar una manta que tampoco está claro si cubre una verdad o una mentira. Este primer asalto judicial revelará entre otras cosas si a Castiñeiras estos largos meses de espera le han aplacado sus ganas de escándalo.