«No he querido ver lo de Angrois»

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA LUGO / LA VOZ

GALICIA

Una de las supervivientes del accidente de Lavacolla en el que murieron tres jugadoras de voleibol explica cuatro años después cómo reinició su vida tras la trágica experiencia

13 ago 2013 . Actualizado a las 19:03 h.

«Cuando me enteré del accidente de Angrois, lo primero que pensé es que había sido un despiste del conductor. Igual que nos pasó a nosotros». M., que pide que se preserve su identidad, viajaba el 3 de mayo del 2009 en un microbús que tuvo un recorrido efímero. Recogió en la terminal de Lavacolla al equipo juvenil del Emevé de Lugo. Arrancó y en la primera rotonda entró a una velocidad desmedida que provocó que volcara y acabara subido contra una valla. Por el camino varias de las jóvenes salieron despedidas. Dos fallecieron casi en el acto y otra lo hizo días después.

Sentada delante de un café y con una voz firme que casi no se quiebra, M. relata sus recuerdos del accidente. Es la primera vez, dice, que habla de ello con un periodista, aunque admite que «la única forma de superarlo es contarlo».

Aquel microbús salió de Lavacolla con doce jugadoras de entre 15 y 17 años, el padre de una de ellas, una fisioterapeuta, dos entrenadoras y el conductor. Las chicas cantaban porque venían de proclamarse subcampeonas de España e iban con la intención de asistir a la conclusión del partido en el que el equipo masculino, también juvenil, disputaba en Lugo la misma final.

«Antes de entrar en la rotonda ya me parecía que íbamos a mucha velocidad; pensé que tal vez tomaríamos otro camino, pero entonces sentimos un giro bestial y el microbús se inclinó y casi volcó». Allí se produjo el primer impacto. «Recuerdo que agarré con fuerza a la persona que estaba a mi lado, miré hacia atrás y vi una melena corriendo fuera del autobús». Luego, el vehículo se quedó colgando de una de las vallas que delimitaban la rotonda.

El caos

Los ojos de M. van al pasado y regresan a la conversación. Es un relato sin cortes, apenas sin silencios, ya contado y revivido más veces. Caen sobre la mesa las imágenes del caos, los gritos, la llegada de los sanitarios, el helicóptero, los traslados, los móviles que sonaban: «Nos llamaban para decirnos que los chicos habían ganado el primer set, pero nadie contestaba. Imagínese: el pabellón lleno cuando se supo la noticia». Dice María que en una situación así se actúa por instinto: «No sabes si lo estás haciendo bien, pero no razonas, actúas».

Ella apenas sufrió unos golpes y, durante unos días, cargó con el hematoma que marcaba perfectamente la silueta del cinturón de seguridad. De aquella jornada negra, M., que sin duda es una mujer fuerte («Dormía bien. A mí las imágenes no me llegaban de noche, me venían de día»), no ha podido olvidar dos momentos que, asegura, le impresionaron especialmente: «Lo más triste fue cuando vi a las chicas, juntas, sentadas en unas mantas y totalmente desorientadas. Como no entendiendo nada».

Incertidumbre

Los días siguientes los recuerda como «días de incertidumbre, porque había muchas chicas en el hospital. Algunas evolucionaban favorablemente, pero otra falleció diez días después». Antes, M., tras acompañar en el hospital a una de las heridas, había regresado a casa una semana después del accidente. Aquello fue un alivio. Al día siguiente regresó a clase y vivió el otro momento que más le impactó: «Fue muy duro, porque en aquella clase no estábamos todas». Solo ahí, a M. le baja un tono la voz, que se esconde un poco aterida por la emoción. Un único momento de debilidad.

«Fui una sola vez a ver al psiquiatra. Me dijo que no tenía por qué volver si no quería, que relativizaba muy bien las cosas». Ella cree que habló mucho y que eso le ayudó: «Lo hablábamos en casa, en el hospital. Lloramos todo lo que teníamos que llorar. Yo creo que es superimportante porque, a medida que lo vas contando, lo vas asumiendo y lo vas superando. Los problemas hay que hablarlos y no esconderlos», concluye con rotundidad.

Regreso a la rutina

Y así fue saliendo. Reemprendió su rutina a la mayor brevedad posible y hoy en día tiene una vida similar a la que se cruzó aquel domingo con la rotonda de Lavacolla. Sigue vinculada al voleibol y ha vuelto varias veces a viajar con sus equipos y a coger aviones en Santiago: «A veces, paso por la rotonda y doy la vuelta completa. ¿Por qué lo hago? Nunca he ido expresamente, pero supongo que intento explicarme un poco cómo pudo haber ocurrido. A veces nos han preguntado si nos gustaría poner allí algún recuerdo. Yo siempre he contestado que, por mí, no. Los recuerdos deben quedar en la memoria de las personas, que es lo que importa al fin y al cabo». Y M. se queda, tal vez, algo más tranquila tras volver a contarlo todo, a refrescar los recuerdos con los que ha podido llegar a vivir y que, sin duda, la han hecho más fuerte.