Los 79 sueños truncados en la curva de Angrois

a. bruquetas / p. blanco REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Vacaciones, celebraciones, vuelta a casa o reencuentros familiares: los proyectos rotos

11 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Entre los amasijos del tren que el 24 de julio descarriló en Angrois no solo se quedaron 79 vidas atrapadas. El Alvia 730 que pretendía comunicar Madrid y Ferrol venía cargado de proyectos vitales: Galicia suponía para los pasajeros la vuelta a casa, un reencuentro, un acontecimiento familiar, una fiesta o unas vacaciones. Pero la curva lo partió todo. La boda del hermano pequeño a la que venía Antonio Jamardo, el bautizo al que Isidoro Fernández y su nuera Marta Jiménez querían llegar... Incluso quienes evitaron la tragedia son conscientes de que nada será igual.

Benito Estévez estaba a punto de tomar ese tren. La llamada de sus padres mientras cerraba las maletas que le acompañarían a Compostela para visitar a su novia le hizo mudar de planes tan solo unas horas antes: adelantó su marcha por la enfermedad de un familiar. Temía no poder llegar para dar un último adiós, pero ese cambio, tal vez, le salvó la vida.

El 24 de julio, ya en el andén, Tomás López Brión observó en su móvil una notificación de Facebook. Junto a él estaban su madre, Elisa, y su hermana Laura, la pequeña de la familia. Habían pasado unos días de vacaciones en la gran ciudad. Regresaban a casa, a Ferrol. Minutos antes de subirse al tren, Tomás detuvo la vista en la pantalla. «¿Primo, qué es de tu vida? Espero que todo ok. Un abrazo», le decía en aquel mensaje su primo Miguel. «Cojonudamente, saliendo de Madrid. ¿Cómo te va a ti por Asia? A ver cuándo te pasas por Spain», respondió Tomás. Fue la última vez que hablaron. No hubo futuro para ese encuentro. Solo Laura vive para contarlo. «Hoy mi hijo Tomy cumpliría 21 años. En su memoria un abrazo muy grande a todos y en especial a todas las familias que sufren como nosotros esta gran tragedia», escribió el viernes Tomás López Lamas, su padre, en esa misma red social. «Me gustaría que mi hijo no muriera en balde, que sirva esta tragedia para que todos nos solidaricemos más ante la adversidad, la pobreza y la injusticia», publicó solo unos días antes.

Sorpresas que no llegaron

Una injusta casualidad -como la de la arquitecta Marcia Suárez, que decidió apartar el coche al igual que en su día lo habían hecho Leonor Buendía y José Luis Valeiras para visitar a sus parientes gallegos- fue la que llevó al empresario santiagués Ramón Suárez a recorrer ese trayecto de vuelta a casa en tren. Por primera vez. Dentro de los vagones, David Bernardo, atendiendo a los pasajeros, y Olga Buitrago, en la cafetería, nunca habían trabajando en la ruta Madrid-Ferrol a bordo del Alvia. Y menos juntos, pese a ser novios desde hace tres años y medio. El descarrilamiento se cruzó en su rutina dentro del convoy y ambos perdieron la vida en Angrois, tan cerca de donde al joven Rodrigo de Antonio Moledo le esperaba su familia para descansar en su municipio natal, Mazaricos; de donde Celtia Uxía Cabido y Eva Pérez pretendían disfrutar de los fuegos del Apóstol, al igual que Karmele Sanz o el joven veterinario Francisco Javier García; y a los mismos kilómetros de donde Carolina Besada se reuniría con los suyos.

Más allá de un encuentro rápido o quizás de un vistazo en los vagones, las historias de los pasajeros eran casi ajenas entre sí hasta las 20.41 horas de aquel 24 de julio. Pero en unos minutos se simultanearon. Dejaron los móviles con los que avisaban de que iban a llegar «ya», los libros que leían. El lado bueno de las cosas, la película proyectada en el tren, se quedó de pronto en el aire. Las maletas volaron. A todos los unió la tragedia, la misma lucha por mantenerse vivos.

Muchos volvían a casa: no pudo hacerlo Nerea García, de Narón -sí lo hizo su novio, que bajó una parada antes-, ni Ana Álvarez, madre de la pequeña superviviente cuya imagen en brazos de un bombero dio la vuelta al mundo. Tampoco Delia Buján ni Braulio Domínguez. Ni Francisco Navajas o María Esperanza Moríñigo, vecinos de A Coruña tras tantos años en la ciudad. A Barallobre, en Fene, retornó una familia partida, rota por el dolor de la pérdida y por el de la espera para que la joven Lidia y su pequeña Daniela, de dos años, fuesen identificadas.

Juana Arganda -sobrevivió su marido- no llegó a visitar Ferrol, ni la directora de series Carla Revuelta pudo disfrutar de sus días junto a una amiga en Santiago. A la dominicana Rosalina Ynoa se le quebró la sorpresa que pretendía darle a Martina y Benigno Antelo Blanco no pudo aliviar con su presencia los problemas de salud de su hermano. Los días en familia de Jacobo Romero y Lucía Arosa nunca llegaron: se quedaron a unos kilómetros de Santiago, como los de la guardia civil Elena Ausina, los del informático David Villoldo y los de los estudiantes de medicina Laura Naveiras y David Martínez. Habían cerrado, brillantes, el año universitario en Lleida. Su sueño: salvar vidas. A un plazo más corto, pasar las vacaciones en compañía de allegados en Galicia era la meta de decenas de pasajeros fallecidos el 24-J. Fue el último viaje de Elia Esther Gómez y su marido Víctor María de Sola. No llegaron a la comida anual que disfrutaban en Lugo.

Las esperas con triste final

Mientras el pequeño Carlos Daniel salía ileso del tren que había tomado en Madrid, pero sin su dinosaurio amarillo; mientras el primo de Tomás escribía en Facebook «Mi primo ha muerto en el accidente de tren, qué mierda» y mientras los vecinos de Angrois se afanaban en salvar vidas antes de que llegasen las más de 3.000 personas que participaron en el dispositivo de emergencia, las estaciones en las que aquel tren Alvia tenía previsto parar se cubrieron de sombras.

Por Ana María Córdoba, por su padre y por una hermana esperaba en Compostela un joven que acababa de completar el Camino. Nunca volvió a ver a su madre con vida. Tampoco el novio de la pontevedresa Laura de Juan pudo recogerla para disfrutar del verano. Jean-Baptiste Loirat no vio reír a su hijo recién nacido y a su pareja, que lo aguardaban. Las noticias también fueron malas para la pareja de Carla Garrido: en Galicia quería darle una nueva vida a ella y a su hijo, Jesús Antonio, de 13 años. Ambos fallecieron.

El grave descarrilamiento ocurrido A Grandeira se llevó a ocho parejas, al completo, y dejó otras rotas. Una, la de Roberto Fariza: perdió a su mujer, Myrta, con la que quería descubrir Galicia y después viajar a Holanda. Ella no pudo reponerse de las heridas en el hospital y falleció días después del siniestro. Juan Cano se quedó sin su esposa, la pontevedresa Antonia Baro. Ambos huían del calor madrileño. Cristina Dans llegó a A Coruña sin su hermana, Isabel.

Casi cinco horas y media después de que el Alvia 730 partiese de Chamartín, Susana Frade, que se había subido en Ourense y sobrevivió a la tragedia, se percató de que «el tren se iba hacia la derecha». Luego, según sus palabras, «empecé a volar por el vagón». Entonces aún no era consciente de lo que había sucedido. A las 20.41, el 112 recibía el primer aviso: «Pensan que hai xente morta». Había. Murieron 79 personas. Y otros tantos sueños se perdieron en la curva de Angrois.