¿En qué lugar del cerebro radica la pulsión por la pesca deportiva? ¿De dónde mana ese impulso metainstintivo que convoca al hombre a fundirse de tú a tú con la naturaleza en su estado más primigenio? ¿Qué magnetismo alienta esa atracción fatal? Son interrogantes que pertenecen al arcano de la pesca en general, y de la pesca desde las rocas en particular: ese singular pugilato del hombre con el océano. Carece de explicación racional para quienes no hayan sentido nunca la plenitud de la soledad ante el insondable azul del mar.
Es el síndrome de la avelaíña: acabar abrasada por la luz que la convoca. Algunas de las tragedias que gotean sin cesar los acantilados gallegos son accidentes irremediables por fortuitos, otras son fruto de incomprensibles imprudencias en pescadores diestros y avezados; todas tienen su origen en una pasión incontenible y ancestral. Con frecuencia, el mejor lugar para el lance no es el más seguro, pero con más frecuencia aún en el escarpado litoral granítico de Galicia apenas quedan lugares seguros.