Alemaio Digate era técnico de laboratorio en Addis Abeba, pero dejó atrás su vida en África para casarse con una viguesa a la que conoció en el hospital
12 nov 2004 . Actualizado a las 06:00 h.Cuando la realidad tiene forma de guión cinematográfico, surgen historias como la de Alemaio Digate y Belén Mediero, un etíope y una viguesa que hicieron de la casualidad destino. Hace apenas un año, Belén Mediero compaginaba su trabajo en la Casa de la Juventud de Vigo con su aspiración de ser madre adoptiva de un niño etíope. Sus sueños se hicieron realidad, y Belén Mediero lió el petate y partió en busca del que hoy es su hijo, Anwar, un pequeño de dos años que no deja de sonreír ni cuando duerme ni cuando le paran los pies a media trastada. Pero el azar o el sino, llámenlo como quieran, quiso poner en el camino de Belén Mediero un compañero de viaje inesperado. En el hospital de Addis Abeba en el que Anwar pasaba reconocimiento antes de convertirse en un gallego más, la viguesa se encontró con Alemaio Digate, un técnico de laboratorio que hablaba castellano y se aprestó a interpretar el papel de traductor. «Yo estaba desesperada. No entendía nada, y eran cosas importantes para la salud de Anwar. Entonces apareció Alex (nombre con el que se dirige a Alemaio), me ayudó, conectamos y empezó esta adopción de dos por uno», comenta con evidente buen humor. Quince días después, cuenta Alemaio Digate, la relación iba mucho más allá de la traducción simultánea. «Yo no esperaba enamorarme. Tenía una vida cómoda en Etiopía, donde mi profesión está bien remunerada -su formación, completada en Cuba, es equivalente a una licenciatura española-. Sólo ocurrió y aquí estoy», cuenta. Pero no fue ni tan fácil ni tan simple como se deduce de esas palabras. Alemaio y Belén se toparon pronto con la burocracia, que impidió el viaje a España con una carta de invitación, cuyo objetivo final era la boda. «Tuve que esperar cinco meses en Etiopía, hasta que nos casamos allí», añade Digate. Una acogida ejemplar En esos meses, las compañías telefónicas hicieron el agosto con la pareja, tal como demuestran las más de cien tarjetas para llamadas que aún guardan Belén y Alex en un cajón de su piso en Vigo. «Hablábamos varias veces al día, pero al final se solucionó y nos pudimos venir juntos», apunta Belén Mediero, mientras Alemaio Digate hace una mueca, recordando el mal trago del desembarco en España. «Llegábamos en aviones distintos y él venía muerto de miedo, muy cortado», narra la viguesa. Alemaio no corrobora esta versión, pero se deshace en elogios hacia Galicia, Vigo y el carácter de quienes dan calor a su nueva vida. «No he notado ninguna reacción racista. Incluso en Cuba -vivió allí catorce años, acogido por Castro en un programa de intercambio para educar a niños huérfanos de militares muertos en la guerra- la sufrí en alguna ocasión, pero en Galicia no», asegura, cuando lleva ya ocho meses en las Rías Baixas. Ahora sólo espera unos papeles que no acaban de llegar. Al fin y al cabo, la burocracia nunca será tan rápida como el flechazo que lo arrancó de Etiopía y lo plantó en Galicia.