Martin Quenehen y Bastien Vivès mantienen activo en el siglo XXI al marino de Hugo Pratt, entre soldados, contrabandistas y mercenarios
29 sep 2024 . Actualizado a las 19:24 h.No hay ciudad que identifique mejor a uno de los iconos del cómic. Venecia y Corto Maltés. Y no hay mayor desafío que mantener con vida al marino apátrida de Hugo Pratt y encima encajarlo en su entorno fetiche. Pero ni Martin Quenehen ni Bastien Vivès están para convencionalismos. Triple salto para los franceses: mantener activo a Corto treinta años después de la muerte de su creador; llevar a un personaje del tiempo de entreguerras del siglo XX hasta el XXI de la tecnología punta; y lanzar la historia desde Venecia con un apasionado beso entre el protagonista y una joven inquietante. Pratt no se solía explayar en esos placeres.
Ese es el atrevimiento de La reina de Babilonia, el quinto álbum desde que se recuperó la saga de Corto Maltés tras la muerte del creador, y el segundo que firman Vivès —uno de los más exuberantes creadores del cómic europeo— y el escritor Quenehen. En Océano negro, el trabajo precedente, ya habían arriesgado al trasladar las aventuras de este tipo hasta el siglo XXI. Los otros creadores que han rescatado a Corto, Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero, lo mantienen en su época natural y con un estilo más convencional; Vivès ha mantenido su estilo tan característico, algo difuminado, de planos cortos, y puras sugerencias en el movimiento.
Es este un álbum más largo de lo que acostumbra para una aventura de Corto. Y aunque están esos ingredientes disruptivos, se mantienen unas cuantas líneas clásicas: varios secundarios que despistan con su doble cara, cambios de escenarios, agilidad en la trama, algún invitado sorpresa y esa querencia de Corto por (sobre)vivir siempre en el filo.
Corto visita una Venecia convertida ya en un hormiguero de turistas, una ciudad de glamur y fiestas en grandes barcos, y donde se cierran transacciones que solo se pueden dar por la noche. Es el año 2002 y el mundo está pendiente de unas guerras en ciernes, las que ha abierto Estados Unidos como respuesta a los atentados del 11 de septiembre, y de otras en su epílogo, las de las repúblicas de la antigua Yugoslavia. Entre narcotraficantes, contrabandistas de armas y asaltantes de patrimonio histórico se mueve el marino, pegado a sus patillas infinitas, a su aro en la oreja y a su cigarro, con una estética más propia de este tiempo contemporáneo, y con la misma elegancia de siempre: su manera de moverse, de responder, de mirar, de enamorarse.
Es en una de esas fiestas en alta mar donde se termina desatando la historia, un ajuste de cuentas por la guerra que deriva en Corto con un cadáver un sus brazos y arrojándose por la borda, separado abruptamente de una mujer. Venecia es el escenario de su escondite, y donde reaparecerán algunas escenas de misticismo y de magia que recuerda al extraordinario Fábula de Venecia original de Pratt.
Es la excusa. El recorrido sigue por el Mediterráneo, buscando las huellas que ha dejado ella, envalentonado Corto ante tipos de gatillo rápido, confundido entre buscadores de tesoros, mezclado entre el folklore local de los Balcanes, camuflado para huir, siempre con ese as en la manga, aunque en esta ocasión la fortuna de la que presume —esa fortuna que dice de forma fanfarrona que le acompaña porque con un cuchillo se hizo más larga la línea de la suerte en la palma de la mano— le da de lado. Pratt, donde quiera que esté, se habrá quedado pensando cómo diablos continúa vivo este tipo.
«LA REINA DE BABILONIA»
Martin Quenehen y Bastien Vivès. EDITORIAL Norma PÁGINAS 192 PRECIO 28 euros