Los tiempos en los que la ficción que estrenó ayer su última parte hacía temblar los cimientos de la casa real británica han pasado a mejor vida junto a Diana, a la que no deja bien parada
15 dic 2023 . Actualizado a las 19:06 h.¿Cómo el final de The Crown pudo pasar de ser lo más esperado a lo más soporífero de sus seis temporadas? La acción gira en torno a una princesa Diana tan estereotípica que chirría. Inestable e ingenua, la serie termina retratándola como una mala influencia para sus hijos, una pobre mujer que se dejó llevar por los excesos y que, de alguna manera, se buscó su caída en desgracia. Junto a ella, un Dodi Al-Fayed caricaturizado que la utiliza y que se deja manejar como un títere por un padre sediento de poder que queda reflejado como una suerte de villano de una telenovela de las malas. Y, frente a ellos, la casa real británica. La misma familia que temblaba con cada temporada de la serie parece ahora haber participado en la dirección de este final que la deja completamente al margen de lo que sucede y que la presenta como la opción sólida y conveniente para los príncipes huérfanos.
Así, sin previo aviso, la reina se ha vuelto sensible, Carlos se ha vuelto hasta guapo, y el dolor por la muerte de Diana inunda un espacio hasta entonces imperturbable en una ficción que, por primera vez, no osa salirse del guion oficial. Un auténtico blanqueamiento que no ha pasado inadvertido para nadie y que llega justamente en su punto más álgido.
La icónica imagen de Diana en el yate de Dodi, una de las últimas que se tomaron de ella con vida —y una escena que resultó casi premonitoria en su soledad al borde un trampolín—, se pervierte en esta entrega que consigue acercar más al espectador hacia su familia política, siempre hierática y recta. La relación de la pareja queda reducida a un mero intercambio de intereses, él para escalar socialmente presionado por su padre, ella para sentirse querida por una vez en su vida.
El acoso mediático al que se veía sometida la princesa, hoy absolutamente inconcebible, criminaliza a esos paparazis que, cual nube de mosquitos alrededor del vehículo en el que viajaba la pareja, provocan el funesto accidente en París. Ni rastro ni atisbo de teoría conspiranoica alguna. Tan solo una frase que el fantasma de Diana le dice a su exmarido: «Reconoce que ya habías pensado en esto».
Brilla Elizabeth Debicki, que por momentos parece revivir a través de la suya la mirada de Diana, especialmente en sus escenas más tiernas. Una de ellas es la llamada a sus hijos, ansiosos por verla, horas antes de morir, en la que les promete que irá a buscarles al día siguiente y les confirma que no se casará con Dodi.
Todo lo relacionado con el mundo de la princesa en sus últimos días rezuma poca autenticidad, y provoca un inesperado aburrimiento que dificulta mucho no caer en la tentación de coger el mando para saltarse minutos. Tampoco la deja muy bien parada la ficción, que sin embargo no pudo obviar el amor que siempre le profesó el pueblo. Los aplausos resonaban por las calles de París mientras avanzaba el féretro para ser repatriado como la heroína de masas que era. «Va a ser lo más grande que hayamos visto», adelantaba Carlos.
El supuesto arribismo de un Mohamed Al-Fayed sin escrúpulos —y muy poco creíble— queda retratado no solo cuando llama a la prensa para que fotografíe a Dodi con Lady Di durante sus vacaciones secretas, una trampa que desencadenó el comienzo del acoso mediático que acabó costándoles la vida a ambos, sino también cuando, con Dodi recién fallecido, le quedan arrestos para señalar que ese dolor le uniría siempre a la casa real. Como esperando, incluso en el momento más desgarrador, que el fatídico destino de su propio hijo sirviera para ligarle a la corona para siempre. Nada más lejos de la realidad. Los Windsor se negaron a hacer toda referencia a Dodi y no quisieron colocar sobre el féretro de Diana lo que les había hecho llegar el empresario para simbolizar la unión de la pareja, en un nuevo y definitivo desplante hacia el empresario egipcio.
La escena de la reina arrodillada junto a su cama, rezando y echando preocupada la vista hacia atrás —interpretada como una especie de metáfora de que la presencia de Diana será eterna, por mucho que ya no esté— cierra la primera entrega de una última temporada que no convenció.
Queda por ver si la segunda parte, que se estrenó ayer en Netflix, sirve para poner al fin un broche a la altura de The Crown. Sin personajes tan básicos, con una narrativa más arriesgada y, sobre todo, sin renunciar a la valentía que siempre la hizo incómoda para la Corona y atractiva para el espectador... hasta ahora.