
... Y al undécimo, descansó. Tras una intensa década de vértigos sin fin y felices emociones, Rozalén se concede una tregua en el 2023. Pero antes nos deja «Matriz». Impagable testimonio del folclore peninsular
03 feb 2023 . Actualizado a las 10:30 h.Ha buscado refugio y sosiego allí donde siempre lo tuvo, en su casa familiar. Rodeada de libros, recuerdos y de un huerto, María de los Ángeles Rozalén Ortuño (Albacete, 1986) se ha concedido una tregua. No en lo creativo («estoy escribiendo mucho», dice), pero sí en lo emocional. Las recientes muertes de su padre, su abuela y su tío, confiesa, le han pasado factura. «Llevaba un ritmo insano. Pero parar tampoco ha sido fácil. Me ha dado un bajonazo psicológico que no te puedes imaginar. He pasado un enero chungo. Creo que empecé a remontar la semana pasada. Pero me cuesta. Tengo como miedo a que la gente se vaya a olvidar de mí». Algo a todas luces imposible, máxime tras habernos dejado, antes de «recluirse», un disco como Matriz. Un relindo y sentido tratado sobre el folclore peninsular resumido en 15 canciones y seis interludios, grabado en cuatro idiomas y con colaboraciones de Tanxugueiras, Rodrigo Cuevas, Eliseo Parra, Fetén Fetén o varias rondallas castellanomanchegas. «Lo del disco folk era algo que llevaba deseando hacer desde hace siglos. Pero necesitaba una excusa. Y me la dio el décimo aniversario. Me pareció que la manera más honesta y de verdad en la que yo podía decir 'gracias por estos diez años' era cantando nuestro folclore».
—En una entrevista en La Voz, en noviembre del 2021, decías: «Aún tengo que hacer el mejor disco de mi vida». ¿Es este?
—No, no. El mejor siempre está por venir. Supongo que eso lo seguiré diciendo hasta que cumpla 80 o 90. Si llego.
—También decías entonces que hacer un disco de folk te parecía lo más moderno. Ahora que lo has hecho, ¿lo corroboras?
—Creo que sí. Y no solo por lo que he hecho yo y por cómo lo ha abrazado la gente, sino por lo que están haciendo artistas como Guitarricadelafuente, Tanxugueiras, Silvia Pérez Cruz, Rodrigo Cuevas... Que yo ya atraigo a un público más bien adulto, pero es que ellos están atrayendo a gente muy joven.
—Casi todos los músicos denostan la palabra «nostalgia». Tú la reivindicas.
—Ah, pero sin duda. Para mí, tanto la nostalgia como la melancolía son dos sentimientos superbonitos. Aunque son los que me hacen llorar, también son los que me hacen recordar que fui muy feliz. Una vez escuché que la vida era toda infancia. Y me lo he agenciado. En lo que estoy escribiendo ahora, estoy todo el rato volviendo a la infancia. Para mí, era la libertad plena.
—¿Cómo era la niña María?
—Jo, pues una cría de pueblo que pasaba mucho tiempo con la gente mayor, mucho tiempo en silencio, que devoraba libros y que tenía muchísimo contacto con lo natural... Jugaba mucho con los gatos. Tenía las manos siempre llenas de arañazos... Son todo imágenes muy bonicas. Coger el cesto de mimbre para ir a por huevos o a por níscalos. No teníamos calefacción en casa. Era la lumbre, sábanas de franela y buenas mantas... Todo eso era mi infancia.
—Además de la música, ¿qué te ata a la tierra?
—Uf, muchas cosas. El huerto de mi casa, por ejemplo. Cada vez estoy más conectada con los alimentos y las plantas. Me sienta muy bien a la cabeza. Acabo de hacerme una sopa de pollo con verduras y he cogido mi propio apio. Ese olor, el sabor, el mancharte las manos...
—¿Y qué te pone los pies en el suelo?
—La gente que siempre me ha rodeado. Mira, ahora me está pasando una cosa superbonita. Desde que murió mi padre, está más presente que nunca. Y ya era difícil eso. Pero es que ahora, como estoy mucho tiempo en casa, me voy encontrando cosas que él me escribió. Y en todo lo que me encuentro tiene siempre como la misma obsesión: «Nunca te olvides de dónde vienes, de que tus abuelos fueron pobres y humildes» y «la humildad será tu mayor triunfo». Eso se repite todo el rato.
—¿En alguna ocasión, has sentido la tentación o la fragilidad de olvidarte de eso?
—La verdad es que creo que no. Porque es que ¿en qué momento puede pasar eso?
—Cuando tocas un timbre y es Javier Bardem quien te abre la puerta.
—[se ríe] Ese día flipé. Yo iba a casa de Juan Diego Botto, porque somos amigos, y cuando llegué, me abrió la puerta Bardem. También estaban allí Penélope y Tosar [Botto dirigió la película En los márgenes, protagonizada por Penélope Cruz y Luis Tosar y para la que Rozalén grabó una canción]. Pero es que los grandes que yo he conocido me han parecido humildes. Todos tienen también sus debilidades.
—¿Fue allí donde se gestó la idea de grabar «En los márgenes», la canción por la que de nuevo estás nominada al Goya?
—Efectivamente. Pero esta vez sería casi hasta una putada que me lo dieran. Porque es que están nominados Sabina y Leiva. No, no. Este Goya tiene el nombre de Joaquín. Yo lo que quiero ese día es gozármelo. Lo voy a disfrutar, no voy a tener presión ninguna y me voy a alegrar tanto y tanto por ellos... Porque es que son mis maestros. ¿Tú imagínate que me lo dan? ¿Yo qué digo ahí? Te juro que no lo quiero ni pensar. No, no, eso no puede pasar.

—Has grabado un canción con Tanxugueiras. ¿Cómo es tu conexión con ellas?
—Con Tanxugueiras me pasó eso de cuando conoces a alguien y dices: «Estas van a ser mis amigas para toda la vida», ¿sabes?. Desde el minuto uno me sentí como muy en casa con ellas. De hecho, el proyecto de Matriz comenzó en Bueu, con ellas, después de ver un vídeo de Rosa de Moscoso cantando A Virxe de Portovello.
—¿Cuánto has llorado haciendo «Matriz»?
—Buff... Yo es que soy una intensa de la vida. He llorado mucho, mucho, pero han sido lágrimas muy sanadoras. Creo que me empeñé en hacer este disco ahora porque la vida me lo pedía. Porque es que ha sido tanto dolor que he sentido que, de repente, ponerme a cantar estas canciones ha sido tan terapéutico... Imagínate. Los interludios los grabé cantando de noche en el cementerio, delante de la tumba de mi padre. Eran lágrimas superbonitas.
—¿Es un disco de duelo?
—Ha coincidido con mi fase vital de duelo pero no lo considero un disco de duelo. Este disco lo hecho, como te he dicho, para dar las gracias y para honrar las culturas y los ancestros de lugares donde me han hecho sentir en casa. Y de paso, yo también he honrado a los míos. Pero es que, al final, lo que es de uno, es de todos.
—En cualquier caso, Rozalén se ríe mucho más de lo que llora. Como cantabas en «El paso del tiempo», esa arruga de tu boca te delata.
—Sí, sí, yo soy mucho de risa. Como buena manchega, el humor lo llevo por bandera.
—Te he escuchado decir que «la música escrita por mujeres asusta». ¿Por qué crees que pasa eso?
—Porque durante muchísimo tiempo hemos estado acostumbrados a escuchar música escrita por hombres. A mí me está pasando que últimamente escucho a muchas más mujeres que hombres. Porque me están hablando de cosas con las que yo me identifico. Supongo que cada vez asustará menos, pero cuando, como pasa ahora, te ponen por delante cuestiones que antes no se ponían, porque casi todo eran letras escritas por hombres, no todo el mundo lo asumen bien.
—¿Quién te pone hoy los pelos como escarpias de bonito o de emoción?
—Uy, muchísima gente. Silvia Pérez Cruz me parece que es de otro planeta. Valeria Castro, Silvana Estrada, que además es amiga, Guitarricadelafuente me mola mucho, a Rodrigo Cuevas lo amo, Ede me vuelve loca... Yo que sé..., es que hasta hay melodías de Motomami que me parecen belleza pura. Todo lo que está hecho con cariño y con verdad, me traspasa. Me da igual que sea rap, rock o música electrónica. No tengo nada de prejuicios.
—¿Cómo es uno de esos días «excepcionalmente normales» en la vida de hoy de María Rozalén en la casa del pueblo?
—¡Buah! Me lo gozo mucho. Me gusta, cada vez más, pasar tiempo sola, pero no paro. Pues mira, estos días me estoy obligando a no mirar el teléfono al levantarme y ponerme a escribir lo que se me pase por la cabeza. Después, mientras me tomo el café, le dedico una horita a leer algo. Además, como estoy ordenando la casa, me estoy encontrando joyas de poesía. También hago deporte. Me voy a patear al monte o me hago alguna rutina. Luego, me encanta cocinar. Pero siempre hago comida para mucha gente. Así que suelo invitar a colegas a comer o a cenar. La tarde la dedico a tocar, a organizar cosas, a ver alguna peli... En fin, lo normal. Lo normal... de un jubilado [suelta una carcajada]. Pero yo me siento superafortunada.
—¿Te veremos por Galicia este verano?
—Este verano voy a hacer solo unos poquitos conciertos en sitios muy escogidos, que son importantes para mí. Pero sí, espero a finales de agosto poder estar en Galicia. Ya se lo he pedido a Miguel [De la Cierva, propietario del Náutico de San Vicente]. Cruzo los dedos para que sea así.