La huella en Galicia de Leonardo Padura: «En Cuba se decía que la casa más grande de Ortigueira estaba en el cementerio de La Habana»

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Padura asomado a la playa de Riazor en su reciente visita a A Coruña, este otoño.
Padura asomado a la playa de Riazor en su reciente visita a A Coruña, este otoño. ANGEL MANSO

«Se acerca un cometa Halley que puede acabar con la humanidad», dice el premio Princesa de Asturias 2015, que dejó este otoño en su visita a Galicia para presentar «Tipos infames» un rastro de dignidad, humor e inteligencia criminal

21 oct 2022 . Actualizado a las 19:01 h.

Cuando, el 17 de diciembre del 2014, los Gobiernos de Cuba y EE.UU. anunciaron que iban a comenzar (al fin) a conversar para restablecer relaciones, Leonardo Padura (La Habana, 9 de octubre de 1955) estaba en su casa, en el piso de abajo de la casa en la que nació. Arriba estaba su madre, y él subió a contarle el notición. «Mi madre dijo: ¡Esto es un milagro de San Lázaro!». Al escribir, el creador del inspector Mario Conde también hace un milagro, redimirnos de una realidad deprimente con la exuberancia de su ficción.

Es un 20 de septiembre tropical en A Coruña. Padura, con jersey en Riazor. Dentro de unas horas, presentará su novela Personas decentes en la UNED. «La primera vez que estuve aquí, en el año 1988, tuve el privilegio de poder ir a Santiago y ver la andadura del botafumeiro. Y escribí un trabajo, para el periódico en el que yo estaba, sobre el Camino de Santiago», recuerda. En esa misma época, este cubano-europeo que recibió en el 2015 el Princesa de Asturias, escribió un reportaje sobre la historia de Alberto Yarini, el proxeneta más célebre de la historia de La Habana, que murió a los 28 años de cinco impactos de bala. ¿Quién lo mató? La pregunta es una de las que cruzan la novela torrencial pero medida en cada gota que es Personas decentes. «Yarini sintetiza una época de manera peculiar», explica el autor. «Tuvo un discurso político raro, lo que lo hacía más peculiar. Regentaba una especie de hospicio en el que vivían varias viejas prostitutas que estaban en la miseria, y él las protegía».

Personas decentes, ¿quedan todavía estas personas? «Yo trato de serlo... Existen códigos éticos que son parte de ese contrato social que hace que vivamos en una sociedad sin matarnos unos a otros. Son códigos antiquísimos. Si el mundo practicara, por ejemplo, los diez mandamientos que recibió Moisés... Según Monty Python eran 20, ¡pero por suerte se le partió una de las piedras a Moisés! Ahí, en esos códigos, están los principios de una convivencia, y creo que esa convivencia, cuando se cumple, es un acto de decencia. Esta novela habla de tres o cuatro personas decentes... y de unos cuantos indecentes».

«Se acerca otro cometa halley»

Viajamos por la novela y la historia de Cuba atrapados en la voracidad del lenguaje. La Habana se abre en dos tramas, dos momentos. Una se desarrolla en torno a 1910; otra en el 2016, cuando Cuba vibra con la visita de Obama, un concierto de los Stones y un desfile de Chanel.

Seguimos a Mario Conde inmerso en una investigación que le va «como anillo al dedo», dice su autor, y también, yendo atrás, viajamos a una Cuba en pánico por el posible impacto del cometa Halley. «Aquella fue una época con todas las contradicciones que puedas imaginar, y para colmo de males, ¡la cercanía del cometa Halley! Eso creó un caos universal», recuerda Padura.

La realidad es una metáfora. «La ficción y la realidad... ¡a veces no se sabe cuál de las dos es más exagerada! El mundo otra vez está viendo cómo se acerca un cometa Halley que puede acabar con la humanidad», vaticina el autor.

En Personas decentes, es evidente que una de las patrias de Padura es el lenguaje: «Una de mis tres patrias es mi lengua. Por eso si estoy en España siento que estoy en territorio propio. Y cuando voy a Grecia, entiendo la plaza Sintagma. Y cuando vi las murallas de Jerusalén desde el monte de los olivos cayendo la tarde sentí ese síndrome de Jesuralén... Soy muy occidental y muy europeo siendo, esencialmente, cubano», concilia quien aquilata el valor de las palabras en sus crónicas humanas vestidas de novela negra. «Estamos en una época en que se acumulan cada vez más discursos. Ahora se habla del relato. Todo el mundo hace un cuento y ese cuento justifica lo que está haciendo. Y creo que ahí se acumulan palabras, palabras y palabras que, al final, no llevan a ningún lugar», dispara. La literatura es la resistencia, pies en la tierra.

Este hijo de masón que rehusó adscribirse a logias y partidos, es ejemplo de una militancia literaria sostenida en el tiempo. «Cuando voy a escribir, asumo una responsabilidad que hace que me preocupe por la conexión que lo que escribo puede tener con la realidad y los lectores. Es una responsabilidad en la que entran a jugar toda una serie de reflexiones. Yo siempre que escribo una novela me pregunto para qué la voy a escribir, no cómo, sin para qué», subraya.

De las 250 entrevistas que calcula que hace al año, la mitad las hace en Cuba, «aunque no se publiquen en Cuba», matiza. Ni a duras ni a maduras, abandona su hogar. Él no cede al desaliento. «No me he dado por vencido ni como escritor ni como persona. Sigo viviendo en Cuba porque es mi lugar de pertenencia. Y escribir me ha salvado de muchas cosas», revela.

Para un gallego es fácil sentirse conectado con esa cartografía emocional que nos engulle naturalmente en sus novelas, con un humor amargo pero sensual. La conexión gallega se sostiene. Hay datos. «En Cuba se decía que la casa más grande de Ortigueira estaba en el cementerio de La Habana», revela. (Aclaremos que El panteón de los Naturales de Ortigueira es el mayor de cuantos hay en el Cementerio de Colón).