Brillantes, pero suicidas, toxicómanos y dementes

FUGAS

El escritor y crítico literario Toni Montesinos aborda, en forma de breves y brillantes ensayos, las figuras de escritores que tuvieron un rasgo común: la autodestrucción

22 sep 2022 . Actualizado a las 09:03 h.

La lista de escritores suicidas es larga, de Primo Levi, superviviente de Auschwitz, al estrafalario japonés Yukio Mishima, pasando por Emilio Salgari, el maestro de la novela de aventuras, o Cesare Pavese. «No más palabras, solo un gesto. Nunca volveré a escribir», dejó escrito en el libro que se publicó póstumamente, El oficio de vivir, que en realidad era miedo a vivir. Otros, como Hermann Hesse y Jorge Luis Borges, intentaron matarse sin éxito. ¿Por qué tantos literatos suicidas? Como le dijo el filósofo Jean Améry, otro que se quitó la vida, a Levi, «todo suicidio permite una nebulosa de explicaciones».

También hay una amplia nómina de escritores que abusaron de la bebida (Rulfo, Pessoa, Bukowski, entre otros muchos) y las drogas (Kerouac, Capote o Dick); que padecieron depresión (Virginia Woolf, Jack London o John Kennedy Toole) o con personalidades dementes (Nietzsche, Hamsun o Strindberg). En La letra herida, el escritor y crítico Toni Montesinos hace una brillante recopilación de estos escritores inadaptados e inconformistas, angustiados y superdotados, que llegaron a ser los principales enemigos de sí mismos.

«El libro es un conjunto de ensayos biográficos sobre una pléyade de grandes autores universales que tienen el rasgo común de la autodestrucción, y que también toca asuntos como la melancolía o el taedium vitae en las letras, con personajes como Werther y pensadores como Cioran, hasta lo que hoy se considera depresión», asegura el autor a Fugas. En general, añade, «en todo el ámbito artístico hay innumerables casos autodestructivos, tal vez por un exceso de insatisfacción vital, fruto de la exigencia estética, o por una sensibilidad demasiado acentuada que vuelve la vida hostil en lo emocional». Pero, añade, «en todo caso, el suicidio, la drogadicción o el alcoholismo están en todos los ambientes, quizá por la inercia del ser humano a querer sentirse otro o a evadirse de algo que le supone insoportable». Al final, «este comportamiento nace de la desesperación, y eso toca al ser creativo tanto como al que no se dedica a las artes». Sin embargo, el propio Montesinos da un dato en el libro: según los psicólogos, los escritores son de diez a veinte veces más propensos que otras personas a sufrir adicción al alcohol y enfermedades depresivas que pueden derivar en suicidio.

Montesinos elige para Fugas tres casos significativos, entre los que recoge en su obra. En el ensayo Emilio Salgari: el destino de ajusticiar «aparece un autor rodeado de suicidas y dementes entre su propia familia que, esclavizado por su editor y el trabajo a destajo que tenía que desarrollar, se quita la vida bajo un acceso de absoluta desesperación».

Charles Bukowski «hizo del alcohol su modus vivendi y a punto estuvo de perder la vida de joven por abusar de la bebida, mientras que Hunter S. Thompson hizo de continuo apología de las drogas hasta que decidió pegarse un tiro».

Virginia Woolf «es el ejemplo de cómo una mente tan talentosa pero que arrastra graves problemas mentales puede hacer que la vida resulte insoportable y se vea en la necesidad de salir de ella». La nota que dejó a su marido, Leonard, consciente de su desequilibrio mental, es conmovedora: «Si alguien me hubiera podido salvar, hubieras sido tú. Lo he perdido todo, menos la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinándote la vida». Como escribió Stefan Zweig en La lucha contra el demonio, donde analiza las figuras de Kleist, suicida, Hölderlin y Nietzsche, víctimas de la locura, «todo espíritu creador cae infaliblemente en una lucha contra su demonio, y esa lucha siempre es épica, ardorosa y magnífica».