La digna voz de la desmemoria

FUGAS

António Lobo Antunes
António Lobo Antunes RAQUEL P. VIECO

«Para aquella que está esperándome sentada en la oscuridad» es la última novela del portugués António Lobo Antunes traducida al español

10 jun 2022 . Actualizado a las 21:30 h.

Abro su libro, señor Lobo Antunes, y oigo voces.

—Pode ser, minha senhora.

—Lo es, sí. Todo voces. Siempre voces.

De ellas está llena la más reciente novela traducida al español de este portugués que es especialista en convocarlas y en ofrecerles oídos. Señor de las letras, de palabras y silencios, las hace revolotear ahora en torno a la cabeza de una veterana dama del teatro que zozobra entre la memoria de los años —«Ni siquiera soy vieja, a los 78 años nadie es viejo todavía»—, y la desmemoria de la enfermedad: «La cantidad de objetos que descubro en esta casa, el sobrino de mi marido asegurando que son míos y yo dispuesta a jurar que no los he visto en mi vida».

A esta vieja actriz de la que no conocemos el nombre —ella a veces tampoco lo recuerda— la convierte António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) en voz solista en esta obra de trama escasa donde una vida cosida con retazos raídos y vivaces suena a veces a chascarrillo y otras a letanía; donde el sexo es el golpear de un crucifijo contra la pared, y el amor, el terreno de la infancia; donde los gatos, en lugar de ronroneo, tienen un motorcito hasta el final de la cola y «una pata larguísima toda uñas»; y donde un perro que decora un delantal se pasea por el piso de Lisboa donde la mujer resiste y, más que recordar, revive.

¿Confuso? Puede ser. Para aquella que está esperándome sentada en la oscuridad (Random House) no es una lectura fácil. Reclama concentrar la vista y sobre todo el oído, porque si esa mujer, con su ir y venir de pensamiento y recuerdo, es la solista del coro, a su alrededor suenan con su propio runrún las conciencias fragmentadas y entrelazadas de la señora mayor que la cuida y que la quiere viva —«¿De qué voy a vivir después?»—; del sobrino de su marido que prometió hacerse cargo de ella cuando enviudase —«Y no se atreva a vomitar, que la meto en una residencia»—; y del médico, al que el sobrino consulta como a un oráculo —«¿Cuándo se acaba esto?»— mientras hace sus propias cuentas: «Si me comprasen el piso la metía ya...».

Y, aun así, en el sórdido mapa sonoro que envuelve a la protagonista, su voz suena fuerte y digna. Y frente a quienes hablan como si ya no existiera, ella nos recuerda tenazmente que sigue ahí, en la oscuridad. Y junto a ella, esa otra que la espera, inminente. Esa que, sentada, paciente e inflexible, nos espera a todos.