—¿El insomnio le define como persona?
—¿Cómo podría no hacerlo? Pero los maldurmientes no somos solo maldurmientes. Los que dormimos mal estamos más atentos a las arbitrariedades de la vida. El mal dormir es tan cósmicamente arbitrario... ¿Por qué duermo mal yo y no esa otra persona? Esto deja una huella.
—¿El «Homo agitatus», esa nueva especie agitada hacia la que, según el filósofo Jorge Freire, hemos «evolucionado», tiene mucho que ver nuestro mal dormir?
—El ensayo de Freire me parece muy sugerente. Hay gente que desarrolla esta tesis de que, hoy en día, por motivos estructurales, dormimos peor que nunca, y que la agitación de la vida contemporánea dificulta el descanso, pero yo ahí soy escéptico, desde mi formación como historiador. Es difícil saber cómo dormían nuestros antepasados, si no imposible. No tenemos el monopolio de las ansiedades. No sabemos si en el XIII uno estaba ansioso por si la peste bubónica venía mala ese año... Para mí lo más sugerente son las huellas de un mal dormir eterno. Podemos seguir esas huellas en la literatura, en Shakespeare o en los sonetos de Wordsworth aunque vivamos mundos distintos. Cuando Wordsworth le dice al sueño: «¿Qué queda sin ti de las riquezas de la mañana?», yo sé exactamente qué está queriendo decir. Me resulta muy sugerente eso: el vínculo no solo con los maldurmientes de hoy, sino como con la estirpe de los maldurmientes del pasado. La relación entre el mal dormir y los escritores es riquísima. La idea de que Nabokov pudiera escribir textos extraordinarios, como Lolita, habiendo dormido dos horas por noche me parece milagroso.
—¿Puede ser el insomnio una tara por la que se filtra la genialidad?
—Es un poco como el juego del huevo y la gallina... ¿Qué fue primero? Pero la idea del insomne genial me parece más un cliché que una realidad. Los escritores han dejado más huella de su mal dormir que los fontaneros o los mineros.
—¿Ha probado recetas y recetas para conciliar el sueño, todas sin éxito?
—Sí, menos activamente que otras personas que conozco. Yo nunca he ido a una clínica de sueño a hacerme un diagnóstico o a terapia. Lo intentas en base a los consejos que encuentras por Internet o a los consejos que te da algún amigo... Si no lo consigues, te desanimas. Y entonces has de encontrar maneras de ir tirando.
—La receta de contar ovejas es perversa... Pierdes la cuenta ¡y te estresas más!
—Sí, y te dices: «Fracaso en esto también». Ni duermo ni valgo para contar ovejas.
—Me parece maravillosa esa singular receta que le da un amigo, según cuenta en el libro: tratar de dormirse pensando en una cosa buena para cada amigo.
—Es completamente real. Es un amigo chileno que conocí en los años que viví en Inglaterra, cuando hacía el doctorado. Yo le estaba hablando de mis problemas de sueño y él me dijo que a veces también le costaba conciliar el sueño, pero que esta era la técnica que utilizaba. ¡Me dieron ganas de darle un abrazo! Me dijo: «Y ahora, también imaginaré que te regalo a ti noches de buen dormir». A él le realmente le funcionaba. Yo la probé y no me sirvió para nada. Y es casi peor... Piensas: ¿Qué pasa, lo he hecho mal o es que soy peor persona que él y me importa menos la felicidad de mis amigos? Esto engarza con esa idea de que el que no consigue dormirse es porque tiene algún tipo de inquietud moral...
—Hay gente malísima que duerme perfectamente.
—Desde luego. Por eso, insisto en la arbitrariedad del mal dormir. Frente a los estereotipos culturales que tenemos, insistir en que el dormir es, simplemente, algo que sucede. Tiene una razón fisiológica, pero la idea de que hay algún tipo de dimensión moral en ello es algo que hay que intentar superar.