David Jiménez, autor de «El mal dormir»: «Lo que más le angustia al insomne es el día»

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David Jiménez, autor del ensayo «El mal dormir», que publica Libros del Asteroide.
David Jiménez, autor del ensayo «El mal dormir», que publica Libros del Asteroide.

Ha vivido en tres países, en siete ciudades y en quince pisos. Ha tenido parejas, y siempre un mismo intruso en la cama: el mal dormir. El escritor e historiador, primer premio de no ficción Libros del Asteroide, ofrece un viaje personal que es un sueño literario

04 abr 2022 . Actualizado a las 09:13 h.

Si han contado ovejas hasta el amanecer y sentido en mitad de la larga noche la punzada de esa duda («¿me levanto o no me levanto?»), si han probado a tomar pastillas, el mindfulness, un arsenal de medidas para apagar el interruptor de la vigilia, no encontrarán, seguramente, un remedio para el sueño, pero sí un buen confidente en El mal dormir, de David Jiménez Torres (Madrid, 1986). «¿Eres de la hermandad?», me pregunta cuando le digo que he leído su libro desde la complicidad como exinsomne. Afirmativo. Soy (era) de la hermandad del mal dormir, que encuentra un espejo en este ensayo literario sobre el sueño, la vigilia y el cansancio que ha obtenido el primer Premio de No Ficción del sello Libros del Asteroide.

Los miedos infantiles, la hiperactividad laboral y mental, las parejas biendurmientes y la historia de la literatura, con ejemplos de insomnes como Marina Benjamin, Nabokov o Juan Tallón, abren la posibilidad de una isla de consuelo en una noche completamente despejada.

­—¿Siempre ha dormido mal?

—Sí. De niño esto era una cosa casi feliz, porque mis padres desaparecían de mi vista y podía encender la luz del flexo y quedarme con mis Mortadelos y Astérix... Sentía que era un superpoder. Entrando ya en la vida adulta, eso que me parecía un don se volvió un problema.

—En el libro revela que su pareja es una «Fred Astaire del sueño». Y advierte que el mundo podría dividirse así: entre los lirones o Fred Astaires que bordan el baile del sueño y los insomnes.

—Creo que a mi mujer le habría gustado que dijese «bella durmiente» más que «Fred Astaire», pero bueno... Iris Murdoch dice que el mundo se puede dividir entre los que pueden dormir y los que no, que esta es una de las grandes divisiones de la raza humana, y es así. Lo que pasa es que es una división invisible, fundamentalmente porque no hablamos de ella, o solo hablamos de ella de forma esporádica. Los que dormimos mal no solemos hablar de ello.

—¿Es tabú o es pudor del insomne?

—Es universal esa sensación de que es un tema que al otro no le interesa o no comprende. Se tiene la percepción de que es una experiencia incomunicable, lo que para el escritor es un acicate. Creo que también está la sensación de que solo eres tú. Y luego ocurre además que no eres una víctima. Piensas incluso que es culpa tuya, que no duermes porque no eres capaz de disciplinar tus horarios, tu mente, de integrarte en la vida adulta como deberías, y esto casi resulta casi vergonzoso.

—Al insomne lo acucian grandes dudas existenciales de noche. Una de ellas: «¿Me levanto o me quedo en la cama»?

—Es una pregunta ambigua. Significaría salir del bucle en el que uno entra cuando la vigilia se alarga. Levantarte es recuperar el control, cierta cordura. En los bucles de pensamiento de la vigilia puedes llegar a lugares oscuros y angustiosos. Pasar de ahí a la tranquilidad tridimensional de tu salón puede ser un consuelo, ¡pero al mismo tiempo prolonga la vigilia!

—Pero el gran enemigo del insomne no es la noche, advierte, sino el día...

—Efectivamente. En realidad, lo que más angustia al insomne es la experiencia del día, del día siguiente. Esa sensación de llegar al día desalmado; es algo así como llevar un cuchillo a una pelea de pistolas. En una realidad laboral competitiva, estás desarmado, semidesnudo.

—Luego está la puntilla de esa observación fatal: «Tienes mala cara, ¿no has dormido?».

—Sí, y el síndrome del impostor. Parece que el resto han dormido todos gloriosamente, que están enviando correos desde las 8.30 de la mañana.

—¿El mal sueño cambia con la edad?

—Me interesa hasta qué punto el mal dormir desdibuja qué edad tenemos, esa manera en que el insomnio te conecta con el yo infantil.

—¿El insomnio le define como persona?

—¿Cómo podría no hacerlo? Pero los maldurmientes no somos solo maldurmientes. Los que dormimos mal estamos más atentos a las arbitrariedades de la vida. El mal dormir es tan cósmicamente arbitrario... ¿Por qué duermo mal yo y no esa otra persona? Esto deja una huella.

—¿El «Homo agitatus», esa nueva especie agitada hacia la que, según el filósofo Jorge Freire, hemos «evolucionado», tiene mucho que ver nuestro mal dormir?

—El ensayo de Freire me parece muy sugerente. Hay gente que desarrolla esta tesis de que, hoy en día, por motivos estructurales, dormimos peor que nunca, y que la agitación de la vida contemporánea dificulta el descanso, pero yo ahí soy escéptico, desde mi formación como historiador. Es difícil saber cómo dormían nuestros antepasados, si no imposible. No tenemos el monopolio de las ansiedades. No sabemos si en el XIII uno estaba ansioso por si la peste bubónica venía mala ese año... Para mí lo más sugerente son las huellas de un mal dormir eterno. Podemos seguir esas huellas en la literatura, en Shakespeare o en los sonetos de Wordsworth aunque vivamos mundos distintos. Cuando Wordsworth le dice al sueño: «¿Qué queda sin ti de las riquezas de la mañana?», yo sé exactamente qué está queriendo decir. Me resulta muy sugerente eso: el vínculo no solo con los maldurmientes de hoy, sino como con la estirpe de los maldurmientes del pasado. La relación entre el mal dormir y los escritores es riquísima. La idea de que Nabokov pudiera escribir textos extraordinarios, como Lolita, habiendo dormido dos horas por noche me parece milagroso.

—¿Puede ser el insomnio una tara por la que se filtra la genialidad?

—Es un poco como el juego del huevo y la gallina... ¿Qué fue primero? Pero la idea del insomne genial me parece más un cliché que una realidad. Los escritores han dejado más huella de su mal dormir que los fontaneros o los mineros. 

—¿Ha probado recetas y recetas para conciliar el sueño, todas sin éxito?

—Sí, menos activamente que otras personas que conozco. Yo nunca he ido a una clínica de sueño a hacerme un diagnóstico o a terapia. Lo intentas en base a los consejos que encuentras por Internet o a los consejos que te da algún amigo... Si no lo consigues, te desanimas. Y entonces has de encontrar maneras de ir tirando. 

—La receta de contar ovejas es perversa... Pierdes la cuenta ¡y te estresas más!

—Sí, y te dices: «Fracaso en esto también». Ni duermo ni valgo para contar ovejas.

—Me parece maravillosa esa singular receta que le da un amigo, según cuenta en el libro: tratar de dormirse pensando en una cosa buena para cada amigo. 

—Es completamente real. Es un amigo chileno que conocí en los años que viví en Inglaterra, cuando hacía el doctorado. Yo le estaba hablando de mis problemas de sueño y él me dijo que a veces también le costaba conciliar el sueño, pero que esta era la técnica que utilizaba. ¡Me dieron ganas de darle un abrazo! Me dijo: «Y ahora, también imaginaré que te regalo a ti noches de buen dormir». A él le realmente le funcionaba. Yo la probé y no me sirvió para nada. Y es casi peor... Piensas: ¿Qué pasa, lo he hecho mal o es que soy peor persona que él y me importa menos la felicidad de mis amigos? Esto engarza con esa idea de que el que no consigue dormirse es porque tiene algún tipo de inquietud moral...

—Hay gente malísima que duerme perfectamente. 

—Desde luego. Por eso, insisto en la arbitrariedad del mal dormir. Frente a los estereotipos culturales que tenemos, insistir en que el dormir es, simplemente, algo que sucede. Tiene una razón fisiológica, pero la idea de que hay algún tipo de dimensión moral en ello es algo que hay que intentar superar.