Rozalén: «No voy a tener corazón para tanto sofocón»

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La cantante Rozalén.
La cantante Rozalén. Juanjo Molina

Un goya, el Premio Nacional de las Músicas y puede que hasta un Grammy. La albaceteña es una de las grandes protagonistas de este 2021

12 nov 2021 . Actualizado a las 15:15 h.

Hay algo de sueño americano —eso sí, en versión manchega, con su punto caballeresco y todo— en esto que le viene pasando a María de los Ángeles Rozalén Ortuño desde aquel día del 2012 en el que se plantó en Madrid para realizar un máster de musicoterapia. Y es que nueve años —los que han pasado desde que pidió un préstamo para publicar su primer disco— le han bastado para hacerse merecedora del Premio Nacional de las Músicas Actuales, que otorga el Ministerio de Cultura. A sus 35 años Rozalén se ha convertido en la artista más joven en recibir este galardón, que antes le había sido concedido a Joan Manuel Serrat, Santiago Auserón, Luz Casal, Kiko Veneno, Martirio, Christina Rosenvinge, Mala Rodríguez o Javier Ruibal, entre otros.

Este premio viene a sumarse al Goya a la Mejor Canción Original que obtuvo en marzo por Que no, que no, incluida en la película La boda de Rosa. Y aún le queda a la albaceteña un sobresalto más al que enfrentarse. Hoy mismo viaja en dirección a Las Vegas, donde el jueves se fallarán los Latin Grammys 2021, en los que su último álbum, El árbol y el bosque, figura nominado a mejor disco en la categoría de canción del autor. «No me va a quedar corazón para tantos sofocones», comenta. Ella que, precisamente, es todo corazón.

—¿Este es el año que más has llorado en tu vida?

—Yo es que soy de lágrima muy fácil. Pero sí, con tanto premio, y ha sido además un año complicado en lo personal... Sí, he llorado mucho. De alegría y de aprendizajes.

­—¿Qué es lo más intenso de todo lo que estás viviendo en este 2021?

—Mira, el otro día me pasaron la relación de conciertos que hemos dado este año y eran 40. Pues te prometo que esos han sido los 40 días más felices del año. Volver al escenario me ha dado la vida. Y luego, ya lo de los premios, me da vergüenza y todo. No sé... El Goya fue maravilloso, pero al ser una de las finalistas podía tener un mínimo de esperanza. ¿Pero el premio de las Músicas? En absoluto se me pasó por la cabeza que yo me lo podría llevar. No me lo podía creer. Entre otras cosas, porque se lo suelen dar a gente con trayectorias más largas. Cuando me llamó el ministro, yo pensé: «Pero si esto a mí aún no me toca» [se ríe]. Y ahora lo de los Grammys... Es que estoy absolutamente abrumada.

—En su fallo, el jurado valoró la «calidad artística» de tu trabajo «como compositora e intérprete» y destacó tu «sensibilidad y compromiso con el feminismo, la accesibilidad y la inclusión social».

—Yo lo primero en lo que me fijé, por supuesto, fue en las razones artísticas. De todo lo que valoraban de mí, lo que más me encantó fue que uno de los fundamentos por los que me dieron el premio llevara la palabra sensibilidad. Es que yo no contemplo el arte sin sensibilidad. Ya lo otro, el tema del compromiso con el feminismo y la inclusión social —que en algunos titulares fue lo que se resaltó porque imagino que pensaban que iba a ser lo polémico—, aunque para mí, por mis referentes y por lo que yo quiero hacer en mi vida, es superimportante, no me parecía suficiente.

—El jurado también destacó el hecho de que actualizas «la tradición de la canción de autor ampliando su estética y registros musicales».

—Eso está genial. La canción de autor sigue viva, vivísima. Y por fin le estamos quitando ya ciertos prejuicios. Yo soy cantautora cuando estoy sola con mi guitarra cantando Justo en el Libertad 8, que es como el estereotipo que todo el mundo tiene de canción de autor o de la canción protesta, y lo soy igualmente cantando El paso del tiempo con un funky detrás y bailando en una discoteca. Yo siempre he defendido que la canción de autor está también en los grandes grupos de rock, en el rap, en todo. Cantautor es el que escribe sus canciones, escribe lo que vive y lo que siente y luego lo transmite. Y a la hora de transmitirlo puede tener millones de vestidos. Creo que mi generación, y las generaciones que vienen, juegan mucho con todos los colores que tiene la música y a mí eso me parece divertido e inteligente.

—Además de María de los Ángeles Rozalén, ¿quién ha sido el que más se ha alegrado por este premio?

—Este año me estoy dando cuenta de que la gente que me quiere se alegra mucho por mí y me encanta que me digan que me lo merezco. Yo es que soy muy trabajadora y eso también me gusta que me lo reconozcan mis compañeros. En este mundillo hay muchas envidias y egos, así que cuando otro músico me dice con sinceridad que se alegra por mí me parece un amor superpuro. Evidentemente, también se ha alegrado mucho mi familia, mi pueblo... Me hace mucha gracia que en Letur [el pueblo de Albacete en el que creció] digan orgullosos «tenemos» un premio, que hablen en primera persona. Piensa que alegrarse por el éxito del vecino es muy difícil y yo puedo decir que soy rica en eso.

—Dijo Christina Rosenvinge que «recibir este premio te convierte en un clásico». ¿Te sientes ya eso?

—No, yo no veo que me vaya a convertir en eso. Yo este premio me lo tomo como presión, como que esperan mucho de mí. Pienso: «Ostras, tengo que currar mucho porque a la gente a la que se lo han dado antes son maestros y referentes totales». Así es como yo lo he sentido.

—Otra galardonada, Mala Rodríguez, dijo que el premio nacional la había reconciliado con España.

—Yo en esa parte no puedo decir lo mismo. Yo me siento muy querida. También te reconozco que desde hace un tiempo cambié el foco. Con Cuando el río suena, como hubo tantas polémicas, que tuve la sensación de que había mucha gente que me odiaba, que seguramente es una realidad, pero algo me hizo clic y ahora lo que hago es focalizarlo todo en el amor que recibo y yo me siento muy querida.

—«Estoy aprendiendo a no gustar a todo el mundo», me decías en una entrevista en noviembre del 2020.

—Pues no lo consigo. No lo comprendo. Digo: «Pero ¿por qué?» [se ríe]. Lo que tendré es que aprender a vivir con ello.

—El reconocimiento como tal está muy bien, pero este premio lleva además aparejada una recompensa de 30.000 euros.

—Te prometo que cuando me lo dieron no sabía que había dinero. Pero al ser dinero público, siento la necesidad de reinvertirlo en cultura. En alguna de esas tantas y tantas movidas que tengo en la cabeza, que quiero llevar a cabo y que necesitan de un empujón económico, como lo que yo tengo pendiente con Leturalma, el festival contra la despoblación rural, o el comprar algunas mochilas que permitan disfrutar de la música a las personas sordas o ese sueño que tengo con mi hermano y con gente de la sierra de hacer una fundación que englobe todas esas cosas que llevamos a cabo... Hay mil cosicas abiertas. De hecho, hace tiempo que de todo lo que yo voy haciendo voy guardando una parte para esos proyectos.

—Hablas de sueños, pero ya has conseguido un goya, un premio nacional y ahora vas a por el Grammy. Te vas a quedar sin ellos.

—¡Nooo! Yo tengo que hacer un disco folk, tengo que jugar más con los poetas... Tengo que hacer aún el mejor disco de mi vida. Este año, que personalmente estoy un poco revuelta y me está costando escribir, estoy teniendo como mi primera crisis de inspiración y es algo que me asusta infinitamente porque es lo peor que me podría pasar. Esa es mi pesadilla, que me falten historias que contar. Si tengo canciones, todo lo demás está salvado.

—¿En qué sientes o crees que te puede cambiar el premio, quizá por esa presión que dices que te va a meter?

—Espero que en nada. Estas cosas lo que me dan son aliento, ganas de seguir. Son las señales que de vez en cuando necesito para decir: «Tienes que continuar y seguir currando, porque es el momento». Ya llegará un punto en el que pueda hacer otras cosas. Hablábamos antes de sueños. Mira, yo tengo el sueño de algún día, como hizo Violeta Parra en una cabaña a las afueras de Santiago de Chile, hacer un centro cultural en mi pueblo, o en algún pueblito perdido, y dejar de hacer giras, pero seguir tocando allí, por ejemplo, una vez al mes. Y traer a la gente que a mí me gusta. Y servir las mesas. Y hacerle de comer a la gente, yo qué sé... Y que si alguien quiere escucharme, que tenga que venir a mi pueblo.

—Muchas cosas están cambiando en tu vida. Ya tienes TikTok, has montado a caballo, has saltado en parapente...

—Sííí, he volado, he sentido lo que siente un pájaro. Es muy fuerte eso. Yo soy muy lanzá para todas esas cosas. Pero lo de volar es muy emocionante. Estar ahí arriba, llorando... Es una impresión brutal. Y lo de montar a caballo, es cierto, nunca había montado, pero dentro de las terapias psicológicas con el caballo se trabaja mucho porque es un animal increíble. Así que, sí, ya ves, la vida te sorprende constantemente y se ve que aún tengo muchas cosas que hacer por primera vez.

—«Si quiero mejorar el mundo, primero voy a mimarme yo», cantas en «Que no, que no». Y vaya, has empezado a mimarte y no te van nada mal las cosas.

—Bueno, sí, pero más me tengo que mimar. Eso tampoco lo termino de aprender. Pero es que hay personas que son como son. A veces pienso: «Esto debería dejar de hacerlo», por ejemplo los videosaludos, que me piden cada día más, y de repente pasa algo que me hace entender que tengo que seguir cuidando mucho a la gente aunque yo no la conozca. Entonces, pues nada, me hincho una mañana entera a hacer 50 videosaludos. Que yo sé que no lo hace nadie, pero a mí me da no sé qué. Mientras el cuerpo aguante, hay que atreverse y jugar.

—¿Aún quedan cosas con las que no te atreves?

—Hay cosas que me imponen mucho respeto y que, antes de hacerlas, debería estudiar mucho. Como el flamenco, por ejemplo. O los fados. O la música brasileña. Pero, bueno, para eso está la vida. ¿Quién sabe? Ya me estoy atreviendo hasta a cantar en idiomas que no controlo nada.

—Es cierto, has hecho dos canciones en euskera, con Olatz Salvador y Zea Mays.

—Sí, me parece necesario. A ver como lo digo sin darte un supertitular [se ríe]. Me parece que es hacer patria. Es decir: «Mira qué cantidad de culturas diferentes tenemos y cómo me gusta cada rincón del lugar donde me ha tocado vivir».