Benito Zambrano: «La sororidad está de moda, pero ha existido siempre»

FUGAS

El director de cine Benito Zambrano.
El director de cine Benito Zambrano. Juan Naharro Gimenez

El director de «Solas» e «Intemperie», que vivió en su debut «el cuento de la Cenicienta», estrena el próximo día 12 «Pan de limón con semillas de amapola», basada en el best-seller de Cristina Campos

07 nov 2021 . Actualizado a las 20:34 h.

Desde que estrenó Solas, Benito Zambrano (Lebrija, 1965) no ha dejado de ser una grata compañía. Con este retrato social que le dio cinco goyas en el 2000, comenzó «como el cuento de la Cenicienta» la carrera del director de La voz dormida, Padre Coraje e Intemperie. Mientras hablamos (él lo pone fácil, la cobertura un poco menos), saca la ropa de la lavadora. Admite que es muy llorón, que se emociona desde siempre con facilidad, y revela que cada vez se cuida más. Su motor es la curiosidad y asegura que «cada actor aporta algo diferente, no todos valen para todo».

 «Luís Tosar haría cualquier cosa bien», dice tras la experiencia de haber trabajado con él en Intemperie, aunque el gallego no está en Pan de limón con semillas de amapola, una película basada en la novela superventas de Cristina Campos que hace amar la vida, creer en hadas madrinas de carne y hueso y querer compartir conversaciones, vinos, pan, empanadillas, y escaparse a un lugar secreto en Mallorca. «Esta es una historia de amor entre hermanas que se reconcilian. Porque el amor vence», dice Zambrano, que llegó algo tarde al cine. Yo soy del sur-sur. De la campiña andaluza, de una familia de jornaleros. ¿Director de cine yo? Mira, con 16 años ni siquiera pensaba que podía llegar a la Universidad. Pensaba que iba terminar en el campo, como mi familia, como el resto de mis hermanos. El cine era algo que estaba híper lejos. Hubo una época en la que los cines incluso desaparecieron de los pueblos pequeños», relata este maestro que hace del realismo un cuento.

—Ese amor de hermanas que a partir del día 12 veremos en cines, en «Pan de limón de semillas de amapola», debe pasar pruebas duras para vencer.

—Claro. El amor toma decisiones. Ellas se dan cuenta de que deben tomar decisiones, de que no puede ser que un marido que es un hijo de puta sea el problema. Él es el muro. A veces ocurre en las familias.

­—Esta historia invita a hacerse preguntas como ¿qué es ser buena madre? ¿Y buena hermana? ¿Y tener una buena relación de pareja? No es tan fácil responder.

—Cuando hablas de relaciones humanas, sobre todo en la familia, todo es complejo. Fue una de las cosas que me gustaron de la novela, que trata los temas de siempre con una visión contemporánea.

­—Todas las mujeres de esta historia tienen algún conflicto, todas están congeladas y se deshielan cuando se unen, ¿no?

—Efectivamente. La sororidad es la palabra de moda, pero ha existido siempre, porque la gente necesita a la gente. Se ve muy bien en las comunidades pequeñas, pero también ocurre en las ciudades. Lo puedes ver en los colegios, en la relación entre las madres. Las mujeres son las que hacen tribu, sois las que hacéis comunidad. El hombre no une tanto. Yo lo sentí con mi madre, cuando murió se cayó el pilar que nos unía.

­—¿Y eso puede cambiar?

—La pregunta es ¿por qué cambiar lo que es bonito? ¿Todo lo ancestral es malo?

—Maridos como el de Anna en la película, que mandan en la vida de su mujer, que rompen lazos, hay unos cuantos. Y es un papel que algunos defienden aún.

—Hoy vivimos un momento sociopolítico en el que hay una reivindicación de ese tipo de hombres. Es ese hombre que defiende lo que él ve importante y lo demás le parecen cuentos chinos de mujeres.

—Pero esta historia muestra otros modelos masculinos y otras formas de hacer familia poco convencionales, pero muy auténticas.

—Claro, como el de la mujer que sale con un chico más joven y adopta a una niña en solitario. Todo esto empieza a ser normal, como que las mujeres tomen decisiones sin pedirle permiso al hombre, sin que él la apruebe o la respalde de una forma paternalista.

—¿Cómo llegó esta novela a sus manos?

—La novela la vio Filmax y el gallego Carlos Fernández me la ofreció. Leí el libro y me emocionó. Me hizo llorar.

—¿Es de lágrima fácil?

—Lloro muchísimo. El primero que llora con cualquiera de mis películas soy yo. Había momentos del rodaje en que no me salía ni «Corten». Me encantan las películas que me hacen reír y llorar. No lloro por tonterías, que también... ¡Mejor llorar que hacer llorar!

—«Solas» fue su entrada en el cine por la puerta grande.

—Sí, bueno... Entramos en la industria por la puerta pequeña y salimos con los Goya por la puerta grande, jaja. Fue como el cuento de la Cenicienta. Era la película pequeñita que llegó a ser película del año.

—¿Dónde tiene el Goya como director revelación?

—Ah, en mi casa del pueblo. Está en una estantería, pero por mí lo tendría en el sótano... A las películas las hace buenas el público que las ve y las disfruta. Un premio no te hace la siguiente película. Los premios yo me los creo lo justo. ¡Hombre, mejor ganar que perder! Mejor ganarlo que que se lo lleve otro.

—¿«Pan de limón con semillas de amapola» es una peli «de mujeres»?

—Si os gusta a las chicas, mejor que mejor, pero yo quiero emocionaros a todos.

—No pensó que llegaría a dedicarse al cine, ¿cuál fue el gran giro en su vida?

—Llegar a la Escuela de Cine de Cuba fue el gran giro de mi vida. Yo ya había sido fotógrafo de prensa, ayudante de cámara, reportero... Hasta ir a Cuba no atiné, no enfoqué lo que quería.

—¿Qué valora más en un actor?

—Cada vez le doy más importancia a la voz del actor, de la actriz. Cada vez me fijo más en la voz, en el tono, la gravedad, los matices. 

—¿Sigue siendo el mismo de siempre?

—Soy de donde soy y vengo de donde vengo. Ser de pueblo es mi patrimonio. Mis orígenes marcan mi manera de sentir.

—Sus películas hacen madurar.

—¿Sí? Pero si soy como un niño que no deja de probar cosas nuevas. A mí me mueve la curiosidad, las ganas de aprender. Y la pasión. Eso es lo que me mueve.

—¿Amasa pan, cocina?

—Mira, ahora estoy aprendiendo a comer bien, ¡también por la edad! Por eso de la calidad de vida. Me hago unos potajes andaluces... Y si me salen, ¡flipo! Digo: «¡Ostras, me ha salido, cómo he sido capaz!».