Ana Iris Simón, autora de «Feria»: «Vivimos una realidad cada vez más Satisfyer»

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Ana Iris Simón, autora de «Feria», que va por la cuarta edición en tres meses
Ana Iris Simón, autora de «Feria», que va por la cuarta edición en tres meses cedida

Es la autora del debut más imponente del momento, «Feria». El suyo no es un carrusel deportivo, pero les hará dar vueltas. Y querrán más.  «Rompimos con los imperativos morales de ayer para imponer otros nuevos», advierte. Ana Iris no inventa nada, como Almodóvar...

28 sep 2023 . Actualizado a las 16:02 h.

A Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) le da envidia la vida que sus padres tenían a su edad. Hablamos de casi 30. Y de esa nostalgia de lo que no fue nació Feria, que le hace un traje de luces a la autoficción, reventando el molde del género de moda. «Somos la primera generación que vive peor que sus padres», escribe en esta novela socarrona e hiperrealista, en la que «todo es verdad». «Yo no sé inventar nada», asegura.

Su narrativa es una noria que a veces nos suspende en lo alto y otras nos baja del todo. Nos da vueltas. No hay fallo en la mecánica de su crónica poética, que traza la frontera entre lo femenino y lo masculino, la ciudad y el campo, la universidad y el saber, el placer y el Satisfyer, el progreso y el bienestar. Aquí hay comunistas y abuelas que se aparecen de la manera más cierta; madres, padres, hermanos, primos y amigos de carne y letra. Están Aramís Fuster y el «tonto del pueblo» con sus señas, Clint Eastwood, Sylvia Plath, Pérez Reverte, Juan Manuel de Prada. Hay una Mancha mágica en su llanura. Hay gigantes y molinos.

­—¿Hasta qué punto es la Ana Iris que nos revoluciona en «Feria»?

—Cien por cien. El otro día me decía mi padre: «Ana Iris, hasta que puedas escribir otro libro va a tener que pasar mucho tiempo, porque tú no sabes inventarte nada». Y es verdad. Mi hermano sí Javi se inventaba países, civilizaciones... Yo no. Desde niña me gusta escribir, pero sobre lo que veo alrededor. Yo le robo al mundo. Feria son crónicas periodísticas contumbristas...

­—De un costumbrismo mágico...

—¡Porque la realidad lo es! Mi duda era la diferencia entre la historia y la memoria. Le he preguntado mucho a mi padre y a mi hermano; dudé si era legítimo que narrase, por ejemplo, el entierro de mi abuela solo desde la memoria mía y no desde la de cualquiera de mis 17 primos... La memoria es una forma de inventar. De pequeña, por ejemplo, ves las cosas mucho más grandes de lo que son. Recuerdo mi guardería como si fuese un templo y luego volví de mayor y dije: «Menuda birria».

­—¿La familia quedó contenta con el retrato que le hizo?

—Sí, pero no pensé que el libro se fuese a leer tanto. ¡Ahora mi madre ya no es solo mi madre! Pero eso es precioso.

­—Sorprende ver juntos a Adolfo Suárez, Aramís Fuster, Remedios Amaya, Clint Eastwood y Fidel Castro, entre otros. ¿Hay una voluntad de reconciliar Españas y mundos desde el humor?

—Me están diciendo: «Te está leyendo la derecha cuando tú partes de unos presupuestos de izquierdas». Yo no tenía ningún interés en reconciliar nada, pero es verdad que por donde yo he crecido me he podido hacer preguntas que otra gente no. Muchas conversaciones que tengo con mi padre, que cuestionan a la izquierda tradicional, yo las tenías con 15 años. Y por la familia en la que he crecido mi manera de ver el mundo siempre ha sido muy política. Y con la Iglesia católica yo me he hecho las contrapreguntas que se podían hacer los niños bautizados que hacían la Comunión.

—¿El primer beso se lo dio a Aramís Fuster?

—No fue el primero, y no fue en la boca..., pero le di un beso, y fue muy gracioso. Todo lo que cuento ocurrió.

—Como que en casa tenían el feto de su hermano en un bote de cristal...

—Sí, ¡todo es verdad! No es eso que llaman autoficción, en que uno cuenta lo que le apetece y quita lo que no le apetece contar.

—Le pone ternura e ironía a la realidad.

—Miro con cariño a la tierra, a la familia. Pero por otro lado se mezclan monólogos interiores que solo había expresado con mi círculo más íntimo o con nadie. Cuando hablo de la masculinidad, por ejemplo. Es verborrea que sale cuando estás solo y a mí como que no me encajaba. Y una de mis amigas que leyó el libro me dijo: «Cambia el nombre del tonto del pueblo». Y le dije: «¿Por qué? No veo por qué». Mis amigas me ven ahí, con una parte tierna y otra de niña estomagante. Mi manera de mirar la realidad es esa: por una parte, muy tierna y apegada a los sentimientos, y por otra, borde.

—En «Feria» hay premio, pero también dardos para todos.

—Sí, para mí misma en el primer capítulo. Lo cuento, que me di cuenta de que estaba llevando una vida que no tenía nada que ver con lo que soy en esencia. Con 28 años, compartiendo piso en el centro de una ciudad quejándome de que no podía tener hijos... Pero no era del todo verdad. Lo que ocurre es que la opinión pública y la publicada, la que publican los medios, nunca han estado tan distantes como ahora. Por eso choca que yo lo diga de esa manera, sin los remilgos habituales de los periodistas, pero no dejan de ser cosas que piensa mi abuelo o mi padre o mis amigas. El otro día leí: «Las mujeres que viven en pareja tienen mucho menos tiempo para los autocuidados» y pensé: «Anda, acabas de descubrir América, colega». Los medios van por unos derroteros y la calle por otros.

«Hoy es un valor ser mujer y ser joven, vas a tener muchas oportunidades por ello. Pero un libro escrito por un autor de mediana edad no tiene la atención que se merece»

—¿Y la literatura por la calle del medio?

—Nunca antes se nos había publicado tanto a autores jóvenes. Esto es positivo, pero tendemos a ver las cosas de una manera muy maniquea. Hoy es un valor ser mujer y ser joven, y vas a tener muchas oportunidades por ello porque hay que resarcir todo eso de que no nos dieron voz. Pero un libro escrito por un autor de mediana edad no tiene la atención que se merece, porque hoy valoramos el ser de los autores, no lo que cuentan. ¿Quién es, de dónde viene? Da un poco de pena.

—Todo es, al final, personal.

—Sí, pero antes nos quejábamos de que solo escribían señores y ahora se les desprestigia de entrada. Eso tuitero de «Señor, suéltame del brazo» me pone mala. Ahora parece que solo se valora a los autores jóvenes, de la misma manera que antes se valoraba a los señores mayores por el hecho de serlo. Es una manera de cambiar las tornas y que todo siga igual.

-Bueno, también se agradece que hoy no sea una vergüenza no leer lo último de Vargas Llosa...

-Sí, también.

«Ahora si no te has leído el último libro de Blackie era como anteayer no leerte a Vargas Llosa o la Biblioteca Gredos»

-¿Somos más libres?

-Pensar que no tenemos imposiciones ahora es ridículo. Ahora si no te has leído el último libro de Blackie era como anteayer no leerte a Vargas Llosa o la Biblioteca Gredos. Ahora si no lees a los autores de moda no estás en el mundo.

-¿Hay mucho postureo con filtros en lo literario?

-Yo tampoco estoy metida en el sistema literario, pero uno de los libros que más me han gustado a mí en el último año es San, el libro de los milagros, de Manuel Astur, un libro maravilloso que habla sobre el rural asturiano. Ahora le dicen «el rural», que a mí me hace mucha gracia también... Y a él no se le ha hecho mucho caso porque es un tío que no está en Twitter y no se mete en los debates de poliqueo a salto de mata. No vende mucho, porque no vende su persona, pero su literatura es maravillosa.

-Hay una imagen genial en el libro para entender cómo es la mirada de un escritor, una escena en la que un ratón entra en clase y todos se asustan. Lo interesante es la mirada del ratón, señala su padre. ¿Se trata de ver el mundo con ojos distintos?

-Sí, esa es la mayor lección de escritura que me han dado nunca: «No hay otros mundos, hay otros ojos». Me la dio mi padre. Y todo pasó porque un ratón se coló en mi clase de inglés... Creo que era también una lección de empatía. Tú te asustas al ver un ratón entrar en clase, pero imagínate el pobre ratoncillo... La realidad siempre tiene aristas. La realidad depende mucho del punto de vista.

«Es peligroso esto que ahora se ha convenido en llamar «el rural», pensar que es una Arcadia feliz y que las ciudades son inmundas»

-¿Hay mucha gente a la que hay que explicarle hoy qué es un pueblo?

-Sí, es peligroso esto que ahora se ha convenido en llamar «el rural», pensar que es una Arcadia feliz y que las ciudades son inmundas. La realidad es más compleja. No podemos verla en blanco y negro. Ahora, el coronavirus nos ha dado a muchos la oportunidad de irnos de las ciudades y se ha demostrado que no queremos vivir de la manera en que nos lo impone muchas veces el mercado laboral, pero volver al pueblo como entes civilizadores a domesticar a todos los paletos es terrible y contraproducente. Esos que se van a los pueblos a fundar la cooperativa de tomates ecológicos a enseñarles lo que es el mundo me parece terrible.

-¿Pero no puede haber un punto intermedio, con lo mejor de cada parte?

-Yo no creo que eso de llevarnos lo mejor de la ciudad al campo pueda ser. Cada lugar tiene su lógica por algo. Se ve también con el movimiento feminista. Esto de hacer huelga y querer hacer una agenda a las mujeres de pueblo, cuya realidad está alejadísima de las mujeres urbanitas que abanderan estas causas... Son realidades que no se pueden leer igual. 

«Me molesta mucho la banalización del término fascista»

-¿«Toda mujer ama a un fascista»?

-Esa es una frase de Sylvia Plath, de un poema que está dedicado a su padre. Y en el libro hago una observación de nuestros padres, sobre cómo muchas de sus conductas serían tachadas de masculinidad tóxica. Me molesta mucho la banalización del término fascista.

-También se banaliza al hablar de «feminazis».

-Sí, pero también se ve el eje izquierda-derecha. Desde la derecha se llama «comunista» a cualquier cosa y Vox se ve «fascista» ahora mismo. Fascistas fueron los que llevaron a mi abuelo al exilio y no 35 señores en el Congreso... En Feria hago una especie de relectura de ese poema de Plath dedicado a su padre hablando de las banalidades que hay en el discurso tuitero: esto de la masculinad tóxica, que consiste en patologizar y llevar al ridículo la masculinidad. Me molesta el revanchismo que ocurre con todo, los jóvenes y los viejos, los clásicos y los contemporáneos... El otro día pensaba que la derecha, por un lado, cae en la falacia y el error de tratar de excluir todo lo que no es acorde a la norma (solo piensa en un modelo único de familia, por ejemplo) y desde el planteamiento de la izquierda se cae en el error contrario, que es pensar que porque existan excepciones no existe una norma. El concepto de norma lo tienen los dos tullido total.

-¿Se siente muy Quijote?

-Mi novio me decía hace poco que los manchegos éramos lo más parecido a los hobbits en El señor de los anillos. Es verdad. La nuestra es una tierra pobre y a la que nadie le hace mucho caso, sin turismo. La Mancha no tiene industria ni turismo ni tiene na. Yo me siento mucho más hobbit que Quijote.

-¿Y los molinos son molinos o gigantes?

-¡Son gigantes! Claro... El mundo está loco. Don Quijote era el único cuerdo.

 -¿Hay hoy mucho libro Satisfyer?

-No solo son libros. La realidad es hoy muy Satisfyer, cada vez más Satisfyer. Todo lo que consumimos, de una manera constante, lo es. Si solo somos trabajo y ocio barato, nuestra personalidad se reduce a eso. No hay más. 

-Tenemos el imperativo de ver la actividad como un placer...

-Totalmente. Hay una frase de Byung-Chul Han que siempre menciono: nos explotamos en nombre de la realización personal, en nuestro trabajo y en nuestro tiempo libre. Rompimos con los imperativos morales de ayer para imponer otros nuevos... así que estamos igual, en realidad. 

-Es inevitable, ¿no?

-Sí, los movimientos son pendulares. Después lo único que puede venir es la reacción a esta ola de aparentes libertades... disfrazadas.