No sabemos si fue por sus letras, mucho más profundas de lo que sus haters piensan, claro que ellos no pasaron de escuchar el estribillo de las canciones más rebeldes como La madre de José, Eres tonto o Zapatillas, pero hasta ese hit tenía un mensaje claro, un no al postureo que se ha convertido en el himno de toda una generación. Quizá ahí esté la clave, en que David Otero, Dani Martín, Chema Ruiz y Jandro Velázquez [que precisamente abandonó la banda en el medio de su última gira] eran auténticos, una cualidad que está en peligro de extinción. Quizá por eso no haya ningún grupo nacional al que los adolescentes sigan con ese fervor con el que los que hoy estamos en la treintena seguíamos a El Canto. Nos volvíamos locos por escuchar sus nuevas canciones, acudir a sus firmas de discos y saltar en sus conciertos como si no hubiera un mañana. Que sí, que hoy también hay grupos que triunfan, pero esa histeria colectiva que generaron los chicos de El Canto solo es comparable a la que consiguieron fenómenos como el programa Operación Triunfo o al que en este momento desata la cantante Rosalía. Porque los chicos de Insoportable lo eran, para bien y para mal. Auténticos como los tatuajes que Dani Martín se hizo en esa época en la que lucía la palabra niñato en su antebrazo y que ahora oculta tras una flecha negra. Pero él sigue siendo el mismo y lo dejó claro en su último concierto en Galicia. Sin embargo, para los fans no es suficiente. Queremos más, y ese más es la vuelta de la banda que nos hizo soñar.
Como Dani, en esa época quizá todos éramos un poco niñatos, ¿quién no lo es en algún momento? Pero crecimos y maduramos con sus letras. Los descubrimos con pequeñita y superamos esos temores de los que la banda nos alertó en y si el miedo para seguir a contracorriente. Buscamos el amor perfecto en son sueños, mientras otros fantasearon con la madre de José. Ahora tenemos claro que ya nada volverá a ser como antes, pero desearíamos volver a disfrutar como lo hacíamos con ellos. Porque El Canto, lejos de desaparecer, al separarse y abandonar la fiesta mientras todavía quedaba gente en ella nos ha dejado con ganas de bailar más. Y lo seguimos haciendo en casa o en el coche cada vez que suena alguna de sus canciones, entonces retrocedemos por unos minutos a esos conciertos y nos sentimos como cuando una mira una foto en blanco y negro de un recuerdo pasado: felices.