Las dos caras del «Black Power»

TEXTO: JOSÉ LUIS LOSA

FUGAS

cedida

Mientras Donald Trump diseña muros, el cine afroamericano reivindica una América más plural. «Fences» («Barreras», en su traducción literal) y «Figuras ocultas» se llevaron los galardones más importantes de los premios SAG.

03 feb 2017 . Actualizado a las 05:30 h.

De unos años a esta parte, el festival de Róterdam está pasando a desempeñar, de alguna forma, el papel que en tiempos ostentó Berlín de desembarco europeo de las películas nominadas al Oscar, en su previa europea. Es verdad que esta función en sentido estricto es ahora de Venecia quien la ha asumido, además, como una suerte adivinatoria taumatúrgica: con el mérito o la brujería de que esto sucede en el Lido en agosto, cuando aún no se venía sabiendo que La La Land este año, y Spotlight, Birdman o Gravity en las ediciones anteriores, se llevarían los premios. Pero Róterdam se va quedando poco a poco con los títulos de la lista de la Academia de Hollywood que se estrenan a finales de año en el mercado norteamericano. Sucedió en la pasada edición con Room. Y en este 2017, el festival ha estrenado en Europa 20th Century Woman -el notable filme sobre mujeres y revolución sexual en los setenta, con gran guion, candidato a Oscar, de Mike Mills y unas formidables Annette Bening y Greta Gerwig, y Moonlight, -la que pasa por ser al menos en número de nominaciones; otra cuestión son las posibilidades reales de premio- la alternativa al monopolio de La La Land que se avizora ya en las casas de apuestas y en la lógica más carnal, de lo que dicta la piel.

David Bornfriend

Y así Moonlight aparece como contrincante del musical de Damien Chazelle en casi todas las categorías principales. Y también su director, el hasta ahora desconocido Barry Jenkins se perfila como contrafigura de Chazelle, quien, aunque más joven, ya había ruido con la en verdad estridente y antipática Whiplash.

 Trayectoria

Pero en el caso de Jenkins, que acaparó el protagonismo casi absoluto los primeros días en Róterdam, su trayectoria mediática va del cero al infinito: se trata de su opera prima en el largo y ha sido bendecida con 8 nominaciones. No pienso que suba de uno o dos Oscar en la recolección de la ceremonia. Lo que no arrastre -con justicia poética inatacable- La La Land caerá en la certera forma de reflejar el dolor de Kenneth Lonergan y Casey Affleck en Manchester by the Sea. Y hasta, aunque improbable podría ser que el color negro de la gran velada de Hollywood se acabe arrimando a Fences, que es una propuesta mucho más sólida que la de Barry Jenkins y, además, tiene detrás al jefe de la tribu, el gran Denzel Washington.

Y es que Moonlight es cine endeble, carente de empaque. Una acomodación de las peores artimañas del cine lacrimógeno al supuesto proceso de aprendizaje por el dolor de un joven afroamericano, homosexual, huérfano virtual de una madre que le da mucho al crack. Sorprende la levedad de estilo del filme, a ratos casi tan superficial que parece televisión de hace tres décadas. Mucho más cuando enfrente tiene las que son no solo dos grandes películas,, sino sendos majestuosos ejercicios de estilo, uno en el musical, el otro en el melodrama. Es, de facto, la película de Jenkins una propuesta casi ochentera, tanto en su feo esteticismo como en su forma de marear la perdiz dramática: su acercamiento a la homosexualidad es carpetovetónico, ñoño.

Convierte, en estricta e instantánea comparación, a la impoluta y pacata Philadelphia de Jonathan Demme en obra de altísima subversión. Y escucho el argumento anacrónico del supuesto tabú de la homosexualidad en la comunidad negra. Oigan, hace ya un cuarto de siglo que un hijo de ghanés y de británica, Jaye Davidson, obtuvo una nominación al Oscar por un rol no ya de homosexual sino de personaje transgenérico en aquel formidable The Crying Game de Neil Jordan, en donde precisamente no había nadie que se midiese con papel de fumar.

Cine de cuota

Veo ahora Moonlight, y la forma en la cual Barry Jenkins (que es, además coguionista, con lo que suyos son todos los deméritos) aborda el conflicto de su protagonista -esa bochornosa secuencia de la iniciación sexual en la playa, tan púdica como una telenovela rosa-, la chapucera resolución de la elipsis del salto de la adolescencia truncada a la salida de la prisión (inserto cuasi delirante de la voz del gran Caetano Veloso incluido) y no me caben dudas de que, tras las protestas del pasado año por la ausencia de nominaciones a profesionales afroamericanos, las votaciones de la Academia han exprimido, en este caso a fondo, las motivaciones del cine de cuota. La lástima es que la mano compensatoria no se haya ido más hacia la notable Fences, trabajo integral de Denzel Washington y película que sí aborda de un modo adulto los conflictos no solo de raza sino también de clase, sin dejarse llevar por la trampa del golpe bajo emocional . Y eso que nadie es capaz de llorar también como Viola Davis, seria candidata como mejor secundaria en la película de Washington.

Toque alternativo

Lo doloroso es que la jugada de Barry Jenkins y su feo ternurismo de tres al cuarto de Moonlight viene de demostrar su pegada no ya en los Globos de Oro, sino en el significativo test de público de Róterdam, donde, ante lo que se supone que es un público con toque alternativo, se llevó el premio de las votaciones en sala. En el año del cine de la ternura bien asociada con el desgarro (vean Manchester by the Sea o Fences) aparece Moonlight, que se estrena el 10 de febrero, y triunfa vendiendo gato ochentero y cursi por liebre.