Nada tan voluble como un hombre

FUGAS

Impedimenta prosigue con «El minero» la edición de la obra de Sôseki, gran narrador y modernizador de las letras japonesas, que llevó del Medievo a la contemporaneidad

29 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay por qué hacer siempre caso a lo que diga Haruki Murakami -aunque su legión de fans lo escucha con abnegada devoción-, y mucho menos si habla a través de uno de los personajes de sus libros. Al ayudante de biblioteca Ôshima le hace pontificar en su desmedida narración Kafka en la orilla que la temática de la novela El minero «no es muy propia» de Natsume Sôseki (Edo-Tokio, 1867-1916), también que su «estilo es poco depurado» y que, por lo general, «se la considera una de sus obras más flojas». De nuevo ante el adolescente protagonista de la historia, Kafka Tamura, Ôshima, como estableciendo un matiz de su lección anterior, advierte: «Hay obras que poseen cierto tipo de imperfección que cautiva el corazón de las personas justamente por eso, por ser imperfectas...». El peculiar ayudante de biblioteca explica a Tamura el origen de su fascinación por El minero: «Esa obra posee un poder de atracción del que carecen otras obras perfectas como Kokoro o Sanshirô [también de la autoría de Sôseki]».

Sin embargo, Murakami ha sido uno de los grandes divulgadores internacionales de la figura de Natsume Sôseki, de quien se confiesa deudor y discípulo, situándolo en el parnaso de las letras japonesas en un escalón por encima de Yasunari Kawabata o Yukio Mishima (mucho más populares en Occidente). Y eso es un factor que juega en favor de la legitimidad de las observaciones de Murakami, que además resultan bastante certeras. Podría aventurarse incluso que en Kafka en la orilla de algún modo desarrolla, como en un juego, la motivación inicial de El minero: la huida del hogar de un joven tokiota de buena familia, acuciado por una falta de encaje -ah, la angustia vital- en el mundo que lo rodea.

El minero (1907) está considerada como la inauguración del período de madurez de Natsume Sôseki, seudónimo literario de Natsume Kinnosuke, y se le afea a veces que la dura experiencia que vive el protagonista en las profundidades de la tierra, su autoexilio, no desemboque en una epifanía reveladora, no ponga en marcha la gran transformación. Pero el joven ya se presenta en las primeras páginas como alguien sin carácter; es más, duda de que tal atributo exista. «Como principal testigo y perjudicado de mi irregular, tambaleante y fragmentado espíritu, no puedo sino llegar a la conclusión objetiva e imparcial de que no hay nada tan voluble como un hombre». Es así que cuestiona los votos y justifica la forma en que a las primeras de cambio abandona su radical decisión de errancia, despojamiento y hasta sus coqueteos con la idea del suicidio. Todo por una vulgar oferta de trabajo. En todo caso, sí habrá una maduración.

El absurdo creciente en que está inmerso el relato lo convierte, anota Michiyo Kawano en el posfacio, en precursor de Kafka. Y la voz de la conciencia que conduce la narración corrobora los innovadores planteamientos de Sôseki, gran modernizador de la literatura japonesa.

El minero. Novela. Natsume Sôseki. Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Editorial Impedimenta. 189 páginas. 19,95 euros