En 1813 explotó el polvorín de O Castro y la deflagración dañó irreversiblemente la antigua colegiata de Santa María
06 ene 2013 . Actualizado a las 20:47 h.E ste año se cumplen dos siglos del gran bombazo. La mayor detonación de que se tenga noticia en la ciudad de Vigo se produjo el 28 de marzo de 1813, cuando explotó el polvorín del castillo de San Sebastián, provocando una onda expansiva tan brutal que a punto estuvo de tirar abajo la antigua colegiata de Santa María.
No hay noticias de muertos y heridos en el suceso, pero se sabe que muchas casas del Casco Vello resultaron dañadas, mientras la gente huía despavorida de la iglesia mayor de la ciudad, donde se celebraba una misa de acción de gracias por la Reconquista, lograda solo cuatro años antes.
El templo quedó tan dañado que hubo de demolerse, porque los vigueses tenían miedo de entrar en él. La explosión del polvorín fue la puntilla a una situación que ya era muy precaria. Lo explica Montserrat Rodríguez Paz, en su obra Santa María de Vigo: «Por aquellos años el templo parroquial vigués era un edificio de escasa calidad constructiva, cuyo estado de conservación era lamentable desde mediados del siglo XVIII».
La autora sugiere que, aun sin la explosión, se habría venido abajo igualmente: «Aunque siempre se ha atribuido la ruina al estallido del polvorín del castillo de San Sebastián, que no estaba precisamente ubicado en él, sino más próximo al antiguo Ayuntamiento de la ciudad y por tanto del templo, esto no es del todo cierto, pues en 1807 la situación del templo ya era caótica».
La vieja iglesia de Santa María ya era para entonces una ruina. Era la segunda versión del templo, antes de la actual de estilo neoclásico. La primera, románica, aparece reseñada en un documento de 1156 en que se reparten las parroquias de la diócesis de Tui. También está registrada en un documento de 1170 firmado por el rey Fernando II de León. Según algunas fuentes, su fundación pudo atribuirse a los templarios, al igual que la iglesia de Coia, también desaparecida.
Reconstruido
Unos dos siglos duró este primer templo, que fue reconstruido en 1403 y sustituido por otro más amplio, de estilo gótico, que contaba con varias capillas. Esta es la iglesia que llega hasta el XIX y que en 1497 fue constituida como colegiata, nombre con el que aún hoy es popularmente conocida, aunque su denominación actual es concatedral.
En 1589, la iglesia fue saqueada por Francis Drake, que robó los objetos de valor, destruyó las imágenes y le pegó fuego. En 1680, hubo de ser prácticamente reconstruida, en varias reformas. Pero la edificación había quedado irremisiblemente afectada.
En 1811, dos años antes de la explosión del polvorín, ya se había desplomado una parte del templo, que, además, despedía un olor hediondo por todo el Vigo amurallado. La razón eran las sepulturas que rodeaban la iglesia, donde se practicaban nuevos enterramientos, aunque ya no había sitio para ello. Así lo cuenta Montserrat Rodríguez: «Los cadáveres se amontonaban en el atrio e interior del templo por falta de espacio para el cementerio, lo que unido a las filtraciones de agua que esta sufría, provocó graves enfermedades entre el vecindario».
Fumigando la iglesia
La Junta de Sanidad ordenó abrir día y noche las ventanas del templo para airear el mal olor. Y, para celebrar bodas, el párroco tenía que fumigar la iglesia con lejías «para rebatir los vapores mefíticos que exhalan los cadáveres sepultados en dicha Colexiata».
«Los vecinos no querían acudir a los actos religiosos por temor a no salir del templo», explica Rodríguez, que apunta que las misas ordinarias se celebraban en la capilla de la Misericordia, por temor a que el templo se viniese abajo.
Es de entender, por tanto, el terror que invadió a los vigueses el 28 de marzo de 1813. La explosión del polvorín del castillo de San Sebastián sacudió de tal forma los cimientos que muchos creyeron que morirían aplastados bajo la sillería gótica de la iglesia.
La deflagración terminó de convencer a Ayuntamiento y diócesis de que era preciso construir un nuevo templo, que además fuese acorde con la reciente concesión del título de ciudad, que se produjo en 1810.
Así se acometió el proyecto diseñado por el arquitecto Melchor de Prado y Mariño, de la Real Academia de San Fernando. Además, se allanó el terreno para crear una plazoleta delante del templo.
La neoclásica
Las obras concluyeron en 1838 y el resultado es la iglesia neoclásica que hoy vemos en el Casco Vello. Que es producto de un tiempo y de un gusto estético que resulta poco lucido en la actualidad. Pero, al menos, nadie entre quienes acuden a las misas del Cristo teme ahora que le vaya a caer una catedral encima.
Eso sí, los vecinos del Vigo histórico tienen este año buena ocasión para incorporar a su fiesta petardos, bombas de palenque y otros artilugios pirotécnicos. Celebrarían así que se cumplen doscientos años del gran bombazo, la explosión del polvorín que aterrorizó a los vigueses de hace dos siglos.