El puro instinto sobre el tablero

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

FIRMAS

NACHO FEIJOO

El ajedrecista arousano comenzó a ganar a los cinco años y no paró desde entonces

18 nov 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Hay que cerrar la libreta para que Lucas se suelte. Quizás es un acto reflejo. No ver que quien está enfrente de la mesa anota algo en un papel es posible que le relaje. O quizás son meras suposiciones del periodista, que disfruta oyendo cómo se explica este joven talento al que se le ilumina la mirada cuando habla de ajedrez. La charla, más fluida según pasan los minutos, tiene lugar en una de las salas que el Xadrez Fontecarmoa usa para dar clases a lo más pequeños. Hay un par de niños que apenas asoman la cabeza por encima de la mesa. De hecho, para ver las piezas del rival tienen que ponerse de rodillas en la silla. Así era Lucas cuando sus padres lo llevaron allí por primera vez.

«Me gustó desde el primer día pero cuando gané el primer torneo supe que podía ser mi pasión». Ese primer torneo del que habla Lucas lo ganó con solo cinco años de edad. Ahora tiene quince, cumplidos el pasado mes de julio, y tras la primera llegaron muchas victorias más. «Me faltaba tranquilidad -recuerda de aquellos años- jugaba como un relámpago». Lo cierto es que el chaval causó admiración desde el principio. La imagen de Lucas comiendo un bocadillo más grande que él entre movimiento y movimiento, que describe Julio Torrado en el artículo que acompaña a estas líneas, es algo que Caqué -toda una institución en el Fontecarmoa- tiene grabada a fuego también en su memoria y dibuja con palabras, en ese templo ajedrecístico que es La Marina, siempre que puede a quien lo quiere escuchar.

Llegó la calma

Aquel culo inquieto se fue calmando. Marcharon las prisas pero se mantiene el instinto. Y las ganas de aprender. «Me gusta resolver problemas de posiciones con mucha desventaja», explica. Pero parafraseando a Arsenio Iglesias, no todo va a ser ajedrez, caramba. Lucas lo sabe bien. El piano ocupa también un hueco importante en su vida. La música, en realidad, porque forma parte de un grupo de percusión. Y los estudios, por supuesto. «Me tira la medicina, pero aún no sé qué voy a hacer», afirma. Sí sabe que en la etapa universitaria el esfuerzo para compatibilizar estudios y ajedrez será mayor pero todo se arregla «programándote bien. Hay que saber distribuir el tiempo». Un detalle: de su etapa en el instituto le sorprende que, a pesar de que el fútbol reina sin remisión en las aulas, «hay mucha gente a la que le gusta el ajedrez. Hacemos incluso un torneo».

Lucas ha participado en varios campeonatos de España y roza la indignación cuando recuerda la presión a la que algunos padres someten a sus hijos. «No se les puede pedir más de lo que pueden dar. Ellos ya tratan de hacerlo lo mejor posible», razona. Y de sus duelos con Grandes Maestros hay otro aspecto que lo tiene a mal traer. «Si eres un niño no se quedan a analizar la partida contigo. Y así, ¿cómo vas a mejorar?», se pregunta.

Todo un talento, Lucas. Y por cierto, si alguna vez juegan una partida contra él, sea cual sea el resultado -el más probable es una derrota- acuérdense de recoger las fichas al finalizar. Es algo que saca de quicio a Abal Cores, que lo considera un gesto lamentable y de muy mala educación. Quedan advertidos.

mirando al futuro lucas abal cores