Aires buenos

José Varela FAÍSCAS

FERROL

11 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El lugar de Marnela, en el poniente de la hoya de Pantín, asciende eucaliptado desde el extremo sur de la playa de O Rodo, y es como un lienzo inclinado que recibe en el albor de cada día los primeros rayos del sol. El aire, aquí, raramente se está quieto. En verano, el viento marero procedente del norte, manso o recio, peina la ladera con perseverancia. Todo el litoral de Ferrolterra aspira el mismo aliento atlántico. Cerca, en Covas, desde A Cochera a Prior, la tierra está más expuesta: cuando no sopla por Santa Comba y Ponzos arrecia por A Fragata y Esmelle. En ninguno de los dos casos, la persistencia ventosa alcanza los valores que registra en Estaca de Bares. En una cantina de aquel puerto escuché por primera vez a un vecino hablar de os aventados, personas trastornadas por el incesante ulular del cierzo que, allí, no cesa. (No es casual que el primer parque eólico de Galicia se ensayase en aquellos campos batidos, cerca del faro y de la base militar estadounidense). Sería éste, parafraseando al doctor Jaime Quintanilla, un viento enagenógeno, pues fue el recordado médico quien acuñó el adjetivo suicidógeno para el de componente meridional por su sospechada influencia en el ánimo de quienes vacilaban sobre su vida para animarlos a dar el paso fatal. En Pantín no llega a tanto, el bóreas es a veces un poco empujón y tocapelotas, sí, pero prefiero sentirlo como brisa tolerable: purifica el aire y transporta evocadores perfumes oceánicos desde lugares remotos y perdidos en viejas cartas náuticas, tal vez el Gran Sol, a saber si el mar de Irlanda, quizá aun el mar del Norte… Enfrentándolo, casi se diría que limpia el alma, sea esta lo que sea.