Lo mejor de cuanto se posee

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

27 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo que realmente importa es lo que hace mejor la vida de los demás. Que nadie se llame a engaños. Lo más valioso de cuanto poseemos es lo que hemos dado. Mientras eres joven aún es fácil dejarse llevar por el convencimiento de que nuestro legado lo formarán, al abandonar este mundo, las cosas que hemos hecho por nosotros mismos: algunos árboles plantados donde antes no los había, unas cuantas fotografías, el registro logrado dando vueltas a una pista de atletismo, tal vez un libro. Pero eso no es más que una ilusión que, con el paso del tiempo, se va volviendo cada vez más ridícula, y que al final acaba por desvanecerse y se confunde con la nada. Cuando llega la edad en la que ya no se necesita tener razón, la perspectiva se vuelve muy distinta. Entonces es cuando uno entiende, por fin, que lo único que vale la pena es lo mucho o poco que haya sido capaz de hacer -y a ser posible, sin pregonarlo- para lograr que el mundo sea un poco más habitable. Y eso pasa, como es fácil entender, por echar una mano allí donde haga falta. La grandeza de un escritor se mide, obviamente, por la calidad de las páginas que ha escrito, pero a mí cada vez me resulta más difícil, al abrir un libro, olvidarme de quien le dio vida. Siento una especial simpatía por los escritores que, lejos de dedicar el día y la noche a sacarse en procesión a sí mismos, convierten también en literatura la manera en la que han leído los libros ajenos. Así lo hacían Pla, Casares, Cunqueiro, Luz Pozo, Umbral, Torrente Ballester y tantos y tantos otros. Como lo hacen hoy desde Javier Marías y Enrique Vila-Matas hasta Pierre Michon, Rosa Regás, Víctor Freixanes, Margarita Ledo, Medos Romero y César Antonio Molina. Por idénticas razones, o cuando menos muy parecidas, también siento un gran afecto por atletas como Mariano Haro, Abascal, Alejandro Gómez, Carlos Pérez, Álvarez Salgado o Juantorena, que no solo se esforzaron por ganar medallas, sino que lucharon, sobre todo, para lograr que también otros pudiesen brillar y llegar igual de lejos.

La historia de la Tierra de Escandoi -que a mí me parece que es el país formado por el lugar en el que nací, a unos pasos de la iglesia de Sillobre, y por todo lo que desde allí se ve- es la historia de cuantos vivieron para abrir camino a los demás. No querían nada para sí mismos, pero Galicia está en deuda con todos ellos.