Una gloria nacional

Jose A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

05 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando me disponía a escribir este artículo semanal, me di cuenta de que era el día en que se cumplen cien años de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Sin dudarlo, decidí dedicar este espacio a recordar a uno de los más grandes novelistas que dio España («el segundo, detrás de Cervantes», dejó escrito Azorín). El 4 de enero de 1920, moría Galdós en Madrid. Tenía 76 años, enfermo, casi ciego, obligado a dictar sus últimas obras porque su situación económica era ruinosa. A pesar de haber escrito más de cien novelas y de ser un escritor de éxito, en aquella España de 18 millones de analfabetos en la que apenas se leía no era fácil vivir de la literatura.

Me acuerdo de todos sus infortunios y me ratifico en la idea de evocar aquí a este enorme escritor, español por los cuatro costados, que fue maltratado por un país ignorante y desagradecido como es el nuestro. Aquello de Machado de que «una de las dos Españas ha de helarte el corazón» se quedó corto con Galdós. Porque a él lo vilipendiaron los de una y los de la otra: la España oficial y retrógrada de su época lo odiaba por sus ideas republicanas y anti eclesiásticas, mientras que la progresista y moderna lo menospreció por su literatura clásica y poco innovadora. Los primeros se afanaron en desprestigiarlo, llegando hasta el vergonzoso punto de desplazar a Estocolmo una comisión oficial con el fin de interceder ante la Academia sueca para que ¡no le diesen el Premio Nobel! Y sin él se quedó Galdós, cuando no había en el panorama mundial ningún aspirante que lo aventajase. La prueba es que el premio de literatura de ese año, 1915, quedó desierto. Pero tampoco se libró de la insidia dogmática de la España supuestamente más avanzada. Los escritores vanguardistas lo consideraron caduco, y los políticos del republicano Frente Popular lo tuvieron por un demócrata demasiado conservador. Posteriormente, el Régimen de Franco lo vio como un liberal peligroso, y tendrían que ser los intelectuales exiliados los que reivindicasen al hombre cabal y al gran escritor que fue. En definitiva, Galdós fue durante décadas objeto de censura estética e ideológica. Pero él estuvo por encima de estas mezquindades tan propias de nuestro país. Tuvo amigos de derechas (Menéndez y Pelayo, José Mª de Pereda, por ejemplo) y de izquierdas, como el gran Leopoldo Alas, Clarín. Valoraba a las personas por su valía humana, no por su ideología.

Uno de sus grandes méritos como escritor es que, leyendo sus novelas, uno llega a entender el siglo XIX mejor que atendiendo a los libros de historia. Y contar ese siglo no es una tarea fácil, demasiados generales y demasiados políticos anteponiendo sus intereses personales al bien común de los españoles. Pero aun así, no hay asunto económico, religioso, social, militar y político de este período tan convulso de la historia de España, que Galdós no diseccione y explique. Y lo que es más importante: es crítico con la mayoría de esos hechos, pero su crítica lleva pareja soluciones a los problemas que denuncia. Se puede decir que Galdós ayuda a vertebrar la España moderna. Un mérito que, también, comparte con Cervantes. Ese amor por su país lo dejó patente en sus obras literarias y en sus intervenciones en el Congreso como parlamentario republicano.

Torrente Ballester le dedicó a Galdós una obra de teatro, y la tituló Una gloria nacional. Así lo consideraba también la gente popular. A su entierro acudieron 30.000 madrileños para reconocérselo.