En el Gijón

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

02 mar 2019 . Actualizado a las 00:03 h.

Hace unos cuantos años, recorriendo el Camino de Santiago en memoria de Carlos Casares, le escuché decir a Basilio Losada que, conforme se acercaba a la tumba del Apóstol, iba sintiendo que a su lado caminaban, disfrazados de aire, todos cuantos habían peregrinado en otro tiempo por esos mismos parajes. Y no es que yo pretenda ahora, entiéndanme bien, establecer paralelismo alguno entre lo que Basilio decía y lo que voy a contarles. Pero me vienen a la memoria aquellas palabras del profesor Losada, gran contador de historias que de niño vio a Dios en Láncara, porque esas cosas no solo suceden mientras uno atraviesa el Reino del Fin del Mundo siguiendo las indicaciones de la Vía Láctea, sino que también pueden ocurrir, pongamos por caso, tomando café. Sobre todo en establecimientos como el Gijón, que, aun estando en pleno centro de Madrid, a mí me sigue pareciendo, a poco que cierre los ojos un instante, una parte fundamental de este Norte del Norte nuestro que también es, sobre todo por la parte del corazón, una Última Bretaña. En el Gijón, que hoy frecuentan escritores gallegos afincados en Madrid como Ramón Pernas o César Antonio Molina, permanece vivo el espíritu de otros muchos gallegos más, como Valle-Inclán, Torrente Ballester, Fernández Flórez, Camba, Cunqueiro, Cela y, por supuesto, Casares. En verdad es un maravilloso milagro que uno pueda tomar un café, en ciertos lugares mágicos, tan cerca de los que solo están muertos para quienes no aman la literatura. Por eso digo que el Gijón, que al igual que San Andrés de Teixido es la puerta entre dos mundos, debería ser Patrimonio de la Humanidad. Porque, para existir, hay que seguir soñando.