Bastante mejor

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

21 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Estoy releyendo la biografía de Gonzalo Torrente Ballester escrita por su hijo, el también novelista -y otras cuantas cosas más- Gonzalo Torrente Malvido. Se trata de Gonzalo Torrente Ballester, mi padre. Un libro editado por Temas de Hoy en el año 1990 que, por desgracia, ya no es nada fácil encontrar. Si yo puedo estar disfrutando de sus páginas, y además con renovado entusiasmo, es gracias a la generosidad de un amigo poeta, que me regaló un ejemplar en muy buen estado: un auténtico tesoro con el que consiguió hacerse, tras mucho buscar y rebuscar, en una librería de viejo de Madrid. Les cuento esto porque, al volver a ese libro, me doy cuenta de que Torrente se parecía muy poco, en realidad, al escritor a quien algunos solo conocimos en los últimos años de su vida, cuando él ya miraba los días desde esa distancia que te da el saber que estás de vuelta de casi todo. Atrás habían quedado, entonces, las épocas del feroz ninguneo al que lo tuvo sometido el mundo de las letras. Un ninguneo de cuyas heridas trató de curarse marchando, durante un tiempo, a los Estados Unidos. Es cierto que le faltó recibir el Nobel (discúlpeseme el inciso), pero más cierto aún es que, como desveló Carlos Casares, ese era un premio que Torrente Ballester ya no quería al final de su vida. El caso, y a eso voy, es que Torrente, de acuerdo con el relato de su propio hijo, era otro. Alguien no muy parecido al personaje que, en mayor o menor medida, todo escritor acaba creando para que ocupe su lugar en la esfera pública, mientras él marcha hacia la lejanía. El oscuro hermano de sí mismo, que decía Faulkner. Muy ferrolano, en realidad, don Gonzalo. Lo entiendo bastante mejor ahora.