En directo | El 23 de abril en Moeche, el gran acontecimiento ecuestre del norte de Galicia
23 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.Es media mañana y no se ve Moeche. Se pierde la línea de la calle, la silueta del núcleo de San Ramón está oculta bajo miles de coches, personas, caballos, puestos de venta de casi todo que invaden el pueblo y los campos de los alrededores. Cada poco tiempo empieza a llover con ganas. Parece que nadie se da cuenta. Es la Feria de Moeche. La del 23 de abril. A estas horas, los catalanes intercambian libros y rosas. En Madrid llevan días leyendo fragmentos del Quijote. A saber cuántas cosas se podrían estar haciendo en este instante, a media mañana del 23 de abril, en Nueva York. A quién le importa. Ahora Moeche es la auténtica capital del mundo para los apasionados de la hípica. Quien nunca ha tenido caballo pero tiene perros sabe lo que es querer, cuidar, dejarse acompañar, por un animal. Y dicen que los caballos despiertan grandes afectos. Pero hay que tener claro que en Moeche lo del caballo no es sólo cuestión de afectos. También se vive la emoción por la carrera, por descubrir cuál es el más rápido, el que mejor tira de un hermoso carro adornado para la ocasión, el equino más esbelto. Desde la orilla de los profanos, parece que este último premio podría llevárselo ese pura raza árabe que se ve a la puerta de una de las naves de la feria, no está claro si es marrón ocuro o ya negro, casi se le escapa a su jovencísimo criador, Eladio, que ha venido con su familia -son también sus socios- desde Cangas de Foz, en A Mariña de Lugo. El animal llama la atención entre los cientos -los organizadores calculan que unos dos mil- que se entremezclan con la gente. Es esbelto, ligero, elegante. Y dice Eladio que es de una raza noble y bueno para hacer carreas, sobre todo, de resistencia. Aguanta bien hasta cien kilómetros de un tirón... En ese momento da rabia no saber cabalgar. Entonces Eladio explica que el pura raza árabe cuesta 3.000 euros. Habrá que olvidarse de los impulsos. Ahora empieza otra vez la lluvia. Hora de entrar en una nave. En penumbra, sigue el mar de caballos. Julio, de O Feal, en Narón, los contempla mientras lleva de la mano a Sarai, su niña de ocho años. Julio cría ejemplares también nobles, aunque de otro estilo. Son percherones, buenos para tirar de un carro y para trabajar la tierra. Julio jura que sigue habiendo gente que los compra para arar. Los vende por unos 2.400 euros. Detrás de Julio y de Sarai aparecen tres amigos de Valdoviño, prefieren el anonimato. Como muchos otros caballeros maduros hoy, visten anorak, sombrero y vara. Hacen memoria y afirman que lo del caballo por aquí es una tradición «de toda a vida». También ellos dicen eso de que ya no se pueden tener vacas, ahora más vale dedicarse al caballo u olvidarse de la ganadería. Uno de ellos no quiere dejar pasar la ocasión de denunciar que los trámites para legalizar un caballo rondan los 90 euros. Le parece demasiado. Fuera de las naves del ganado, un paréntesis para poner la atención en algo no ecuestre. Hay otra nave que es como la sección de electrónica y herramientas de un híper. Sobre el suelo se exponen taladros, relojes, cañas de pescar, secadores de pelo, prismáticos, radios, linternas... Y fuera, en las calles, en los puestos: delantales, jerseis, pantalones, zapatos, blusas, pijamas, alfombras, calcetines. Cebolla, cebolín , patatas. Gallinas, conejos. Panceta, chorizo, jamón, queso. Y en cierto punto el irresistible aroma del pulpo que empuja a muchos casi como hipnotizados a buscar un hueco en las bancadas bajo el toldo. Pero es imposible olvidar la hípica, la razón del día, el motivo último por el que tantas familias lo han dejado todo para venir. Hasta el conselleiro de Sanidad, y el de Política Agroalimentaria, y el ex ministro Romay. Como la infraestructura del pueblo aún no está a la altura de la fama de su feria, las calles se han convertido por un día en un hipódromo. Las personas se apiñan a lo largo del recorrido. Los más madrugadores o afortunados, en primera línea, apoyados en los vallados que delimitan el perímetro de la pista. Y después, hacia atrás, cinco, seis, siete filas de expertos espectadores que se asoman por entre las cabezas de los de delante. Las carreras se suceden. A nadie le importa esperar un buen rato entre una y otra. Se aprovecha para tomar un vino. Y así transcurre el 23 de abril, el Día del Caballo de Moeche, con permiso de Cervantes. Entre las dos y las tres, el ambiente se relaja. Pero no decae del todo. Esta es una fiesta de muchas horas. Hasta que empiece otro día.