La nueva entrega jurásica ha ofendido a los paleontólogos. se quejan de errores de bulto en la descripción del físico y comportamiento de los dinosaurios y critican que no se hayan tenido en cuenta las nuevas evidencias científicas
21 jun 2015 . Actualizado a las 16:35 h.Eche un vistazo al cielo. Cualquier pájaro que se cruce en su mirada es un dinosaurio. Lo son todas las aves, desde un águila hasta una gallina, los supervivientes y descendientes directos de los míticos animales extinguidos hace 75 millones de años. Es un hecho constatable sobre el que los paleontólogos ya no tienen dudas desde hace años, como tampoco las tienen sobre la existencia de plumas, o cuando menos de filamentos similares a los pelos, en buena parte de los dinosaurios, y no necesariamente de los voladores. Es una realidad científica que se obvia en Jurasic World, que se empeña en presentarlos con una estructura coriácea o con escamas, algo que podía haber sido comprensible en el primer filme de la saga estrenado hace veinte años, pero ahora no. En la película faltan plumas, muchas plumas, y sobran errores en el aspecto y el comportamiento de los animales fácilmente subsanables y que han levantado las críticas de los especialistas, a los que la nueva entrega ha defraudado profundamente. Las licencias cinematográficas que apelan a la fantasía son admisibles, como el Indominus Rex, el fiero protagonista creado por manipulación genética, pero no el maquillaje de la realidad.
«No es una película de dinosaurios, sobre la paleontología, sino que es una película de monstruos», se lamenta el paleontólogo de vertebrados Marco Ansón, que también se encarga de recrear el aspecto de los dinosaurios a partir de la información proporcionada por el hallazgo de los nuevos fósiles. «Podemos entender que la misión del filme no es educar a la gente, sino entretenerla, pero en esta nueva entrega parece que buscan más el espectáculo y dejan de lado el rigor científico», advierte la paleontóloga de la Universidade da Coruña Aurora Grandal, quien también es consciente de que una producción no puede recoger todos los descubrimientos, porque «el mundo de la paleontología cambia de un día para otro». Pero sí al menos mantener la fidelidad sobre aquellos aspectos en los que ya existe un consenso científico. «En los últimos años -explica-, la investigación ha aportado un gran número de hallazgos que casi todos los dinosaurios tenían protoplumas, aunque su misión no fuera el vuelo, sino una función corporal».
Más molesto aún por la nueva versión de la saga impulsada por Spielberg se muestra el especialista Ernesto Carmona, que en su blog Paleofreak arremete contra la cinta. «Han decidido ignorar todos estos años de progreso científico y mantenerse fieles a la estética previa, con sus velocirraptores-lagarto y sus Gallimimus corriendo como avestruces desplumadas. Han preferido la opción anticientífica, cobarde, obsoleta y viejuna, cuando tenían la oportunidad de crear otra película memorable, eficazmente divulgativa y que trasladara de un plumazo la nueva revolución científica a las masas de espectadores».
Manos de pianista
El primer golpe a la ciencia aparece nada más comenzar la película, con unos dinosaurios terópodos -reptiles en realidad- rompiendo un huevo empleando las falanges ungueales. Muy raro si se tiene en cuenta que los arcosaurus actuales (aves y cocodrilos) emplean el extremo de sus bocas o picos para realizar esta labor. La primera pifia es solo un aperitivo de lo que está por llegar, en la que ciertos animales, como los Gallimimus, están incluso peor reconstruidos que hace veinte años. Y con dientes... Una aberración.
De todas, una que especialmente molesta a Marco Ansón es la que se perpetra con los pterosaurius, reptiles voladores que no son exactamente dinosaurios. Hay sobradas evidencias de que estaba recubiertos de filamentos, una especie de pelo, en su cuerpo y sus alas. «Pero no, aquí le han puesto escamas. No tiene ningún sentido, a no ser que les quisieran dar un aspecto más monstruoso», se queja el experto. Con este animal se han cometido más barbaridades. Una de las más espeluznantes es presentarlo con la capacidad de arrastrar con sus garras a un adulto, algo imposible si se tiene en cuenta que no tendría fuerza para ello y que era más bien torpe en el vuelo. «Se basan en un conocimiento científico, pero han puesto mucha fantasía», advierte Aurora Grandal.
Lo peor, sin embargo, sea la recurrencia en el error con los velociraptor, que sí tenían en realidad unas espléndidas y coloridas plumas. Al margen de este «pequeño» detalle, se los vuelve a presentar como fieros y con un tamaño mucho mayor del que tenían, similar al de una avutarda actual y con unos 15 kilos de peso. «Debe ser que les parecía poco, porque no impresiona tanto un animal que te llega a las rodillas que otro que es tan grande como tú», reflexiona Ansón. Y no, los dinosaurios tampoco tenían manos de pianista, como se les presenta en el filme, sino que estaban orientadas hacia dentro, como si estuvieran en posición de aplaudir. Un fallo que podría considerarse menor si se compara con la disparatada recreación del Mosasaurus, al que presentan como una especie de Godzilla devorando de una dentellada un tiburón de cuatro metros. Si se hacen las cuentas, el animal tendría un tamaño de unos 38 metros, mucho más grande que cualquier otro que jamás hubiera poblado la tierra, cuando en realidad su aspecto era mucho más modesto.
Son errores de bulto que quizás puedan disculparse en aras de una mayor espectacularidad. Al fin y al cabo el cine es ficción. Pero lo que no pasa Marco Ansón es por la pérdida del tono de divulgación de las pasadas entregas. «Lo que no perdono -dice- es la falta de apego de la película hacia la paleontología. Lo que les interesa es ver a monstruos matándose entre ellos, no la paleontología. Las anteriores películas protagonizadas por paleontólogos, dieron un impulso enorme a la especialidad y se intentaba explicar el comportamiento de los animales, por qué se volvían agresivos. Aquí no, y eso no nos hace ningún favor».
Más complaciente se muestra José Luis Sanz, una de las figuras clave de este campo científico en España y autor de notables hallazgos. Admite que no ha visto la película porque acaba de llegar de un congreso de Japón, donde no se estrenará hasta agosto, pero se queda con lo bueno de las anteriores, «que es indudable que han tenido algún tipo de influencia en la generación de vocaciones, aunque quizás no tanto como se piensa». Argumenta que Spielberg tuvo la habilidad de adaptar sus creaciones a los nuevos paradigmas de la paleontología que empezaron a surgir en la década de los 70. «Spielberg -dice- no quería monstruos, sino animales reales». Admite que la saga ha contribuido a la dinomanía, aunque prefiere hablar de una retroalimentación. «También tuvo éxito -apunta-, porque la paleontología es una ciencia muy popular».
Lo que sí es cierto es que toda la saga parte de un error de base que empieza por su propio nombre. Todos los dinosaurios que muestra son del Cretácico. En el Jurásico, cien millones de años después, todos habían muerto y surgieron otros géneros. Debería llamarse Cretaceous park. Pero no suena tan bien.