Tiene un plan, sabe lo que quiere y conecta con la calle
Casado, que apostó por ella cuando era una perfecta desconocida —lo que muchos en el PP consideraron un disparate—, empieza a comprobar que confrontar con Ayuso es lanzar una pelota de goma contra la pared. La presidenta madrileña expresa su fidelidad al líder, aunque el hecho mismo de tener que proclamarla indica que otros la ven como el relevo. Pero, incluso en esa muestra de lealtad, deja su sello. «La urna me da más libertad que los despachos», afirma para dejar claro que no cederá ante la presión de Teodoro García Egea, el secretario general temido en casi todas las organizaciones territoriales, pero al que Ayuso exaspera presumiendo de tenerlo bloqueado en uno de sus dos teléfonos. Sabe que su fortaleza está en la calle, y no en los pasillos de Génova, en donde su popularidad ya se percibe con cierto malestar, que algunos califican de envidia. Ayer, Egea empezó a pedirle que la cosa acabe en tablas.
Pero, ¿cuál es el problema de fondo? Recién llegado a la cúpula del PP, y necesitado de fortalecer su liderazgo, Casado designó a una política de perfil bajo, pero de su confianza —entonces era su amiga Isa—, para evitar que en Madrid surgiera otro liderazgo fuerte que le hiciera sombra, como el de Feijoo en Galicia o el de Moreno Bonilla en Andalucía. Pero ese juego de Pigmalión se le ha vuelto en contra, porque Ayuso ha resultado ser incontrolable. Y más, desde que decidió rescatar del baúl de los recuerdos — para espanto de Génova—, a Miguel Ángel Rodríguez, fichándolo como su jefe de Gabinete. El hombre que llevó a Aznar a la Moncloa encanecía ya como un Rambo jubilado. Pero ahora MAR está encantado de tener una nueva misión. Suyos son eslóganes como el de «socialismo o libertad», que llevaron a Ayuso a un triunfo arrollador que dejó a Pablo Iglesias en la lona y a Ángel Gabilondo, recuperado hoy como Defensor del Pueblo, literalmente en la UCI.