Caso Gabriel Cruz: Las contradicciones de una confesión pensada para exculparse

M. Saiz-Pardo / F. Gavilán MADRID, ALMERÍA / COLPISA

ESPAÑA

Ricardo García | efe

Los investigadores aprecian numerosas incoherencias en el relato del crimen, que creen que Ana Julia Quezada ha preparado con la intención de rebajar el tipo de delito y la condena

14 mar 2018 . Actualizado a las 17:52 h.

En realidad, matizan los investigadores, no se derrumbó. Ana Julia Quezada barruntó durante casi 48 horas una versión lo más exculpatoria posible, casi rayana con lo inverosímil, y ayer a mediodía, cuando tenía madura su historia, se avino a contar su verdad sobre la muerte del pequeño Gabriel Cruz en la comandancia de la Guardia Civil de Almería. Los agentes presentes en la declaración, los mismos que arrancaron la confesión al Chicle en el caso de Diana Quer, dejaron claro que no se creyeron la mayor parte de su testimonio, «plagado de contradicciones y lagunas». Sobre todo, ven inverosímil que fuera un niño de 8 años el que intentara atacarla con un hacha y que, en el forcejeo, Ana Julia acabara por golpearlo de forma accidental con el arma para luego asfixiarlo en un momento de crisis. Casi casi en defensa propia.

Quezada, hasta ese momento una auténtica roca que no había mostrado el más mínimo signo de emoción durante los registros del lunes, y mucho menos señas de contrición, comenzó a sollozar y anunció con solemnidad que iba a «colaborar». Hasta entonces no había abierto la boca, pero no paró de hablar durante casi dos horas. «Fue un mal golpe», repitió hasta la saciedad para intentar dejar claro que el asesinato del pequeño aquel 27 de febrero no fue premeditado. Según su versión, fue un homicidio involuntario y no un asesinato planificado, como sospechan los investigadores. Siempre según su relato, aquella tarde, tal y como desde un primer momento supusieron los agentes, la asesina confesa salió tras los pasos del niño cuando Gabriel, pasadas las 15.30 horas, abandonó la casa de su abuela paterna en Las Hortichuelas para dirigirse a jugar a casa de sus primos.

Las lagunas de la confesión

Ana Julia reconoció que conminó al pequeño a subirse en su coche para llevárselo a la cañada de la Soledad, a la finca de la familia del padre en la localidad de Rodalquilar, a cinco kilómetros de distancia, y que Quezada y el progenitor del pequeño Diego estaban reformando para habitarla. El niño subió voluntariamente y sin engaños al vehículo, afirmó la detenida. La mujer, y ahí está la primera gran laguna de su declaración, según los agentes, no supo explicar ayer de forma convincente por qué, si no hubo ningún tipo de premeditación, asaltó al niño a hurtadillas apenas abandonó la casa y se lo llevó a la finca sin el consentimiento de nadie y sin avisar a sus padres, cuando el menor tenía que estar con sus primos.

Ana Julia explicó que, una vez en Rodalquilar, discutió con el niño y Gabriel se le encaró e incluso llegó a intentar agredirla con un hacha que había en la finca. La detenida insistió en la violencia del menor, casi hasta el punto de sostener que actuó en defensa propia. Otro punto que, según explican los investigadores, no concuerda con el carácter de Gabriel, quien, sin tener una buena relación con la pareja de su padre, en absoluto era un niño agresivo. Según Quezada, en el forcejeo para defenderse golpeó al menor de forma accidental con el cotillo del hacha (la parte roma, opuesta al filo) en un lateral de la cabeza. El informe actualizado de la autopsia efectivamente ha confirmado que el niño sufrió una contusión craneoencefálica, pero que no fue la causa de la muerte.

La asesina aseguró que, tras dejar inconsciente al niño, siguió con su supuesto arrebato, otro punto que en absoluto convence a los investigadores. Tras el golpe, y todavía fruto de su estado de furia, ahogó al niño desmayado taponándole la nariz y la boca. La autopsia ha revelado que la sofocación por el cierre de las vías respiratorias fue la causa final de la muerte, que no se produjo por estrangulamiento, como los propios expertos habían apuntado inicialmente al observar las lesiones en el cuello.

Siempre fruto del supuesto estado de pánico que dijo sufrir al comprobar que había asesinado al pequeño, Ana Julia decidió deshacerse del cadáver. Confesó que lo primero que hizo fue desnudarlo, algo que, afirman desde la UCO, tampoco coincide con el perfil de un asesinato accidental y a lo que no encuentran ninguna explicación lógica.

A 30 kilómetros

Luego tiró las ropas en un contenedor alejado de la cañada de la Soledad, otra maniobra que en absoluto casa con un arrebato y más bien apunta a un engaño calculado para distraer la atención lejos de la finca. Los pantalones, el jersey rojo y otros efectos de Gabriel Cruz fueron recuperados por los agentes en el lugar donde indicó Quezada en su declaración. Estaban a unos 30 kilómetros de distancia del lugar del crimen, en un depósito camino de la Puebla de Vícar, el lugar donde residía la mujer con el padre de Gabriel.

Según Ana Julia, antes de deshacerse de la ropa, y todavía en supuesto estado de conmoción, fue cuando decidió ocultar el cadáver en una fosa cavada en el cauce de una acequia en las cercanías del aljibe de la vivienda. En ese lugar, la asesina fue grabada el pasado domingo por la Guardia Civil desenterrando los restos del menor. La UCO también pone en entredicho este extremo de la declaración. La finca fue batida de forma minuciosa el primer día de la búsqueda de Gabriel, el 28 de febrero, por lo que los agentes no descartan que el cuerpo pudiera haber estado antes en otra localización.

La detenida aseguró en todo momento que actuó sola, casi el único extremo de su declaración que se cree la UCO. «Ha colaborado [...] y ha respondido a todas las preguntas». «Nunca planeó» la muerte del niño y «está arrepentida», se limitó a señalar la abogada Beatriz Gámez, defensora de oficio de la asesina.

El menor, un obstáculo en la relación de la pareja

Gabriel

La investigación no considera otras hipótesis que los celos o la venganza. «O las dos cosas al mismo tiempo»

Las dos horas de declaración de Ana Julia Quezada no cambiaron ni un ápice las principales hipótesis de trabajo de la Guardia Civil. «Celos o simple venganza. O las dos cosas al mismo tiempo». Los expertos de las Unidad Central de Operativa de la Guardia Civil siguen sin considerar otros móviles en el crimen del pequeño Gabriel, según revelaron fuentes de la investigación tras escuchar la declaración de la asesina. Los agentes se reafirman en que fue un asesinato premeditado y no un homicidio más o menos accidental, y se han conjurado para probarlo ante un tribunal.

Los agentes de la UCO sospechan que la presunta asesina quería deshacerse hace tiempo del crío, con el que mantenía una relación cada vez más tensa, porque, a su juicio, obstaculizaba su relación con el padre del menor, Ángel Cruz. La otra tesis es que el asesinato del niño fuera una suerte de venganza por el rechazo que mostraba hacia ella, a pesar de que Quezada se empeñaba en que la considerara su madrastra, término que en Sudamérica no tiene connotaciones peyorativas, y que siempre lo llamaba «mi niño». Al menos en público.

La venganza con la muerte del menor se extendería a la madre, Patricia Ramírez, con la que Ana Julia no solo no tenía una relación amistosa, sino más bien tensa desde hacía semanas. Los investigadores sostienen que sentía evidentes celos por su excelente relación con su exmarido.

Se ha especulado con la posibilidad de que Quezada quisiera volver a su país, la República Dominicana, y que el niño pudiera ser un obstáculo para viaje. Sin embargo, esa tesis, afirman los investigadores, no se sostiene porque Ángel Cruz y Ana Julia habían comenzado a reformar la casa de la finca de Rodalquilar para trasladarse a vivir allí de forma inminente y ya habían invertido una considerable cantidad de dinero en las obras.