Cómo convertirse en el partido con más apoyo en solo un año

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

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Pablo Iglesias se blinda con su núcleo duro y afronta el reto de crear una alternativa de gobierno creíble sin defraudar a las bases

16 nov 2014 . Actualizado a las 09:38 h.

En poco más de un año, Pablo Iglesias ha pasado de ser un interesante y desconocido tertuliano que sorprendía a la audiencia televisiva por su capacidad para desmontar los ajados argumentos de los políticos de siempre sin descomponer el gesto ni levantar la voz -parapetado siempre tras una barba rala y una coleta-, a liderar el primer partido de España en intención directa de voto. Desde ayer, una vez asumido el control total de la organización, se puede decir, más que nunca, que Podemos es Pablo Iglesias y que el éxito de Podemos es el éxito de Pablo Iglesias.

Para llegar aquí, ha tenido que vencer los prejuicios de las fuerzas políticas tradicionales, que reaccionaron a su ataques contra lo que él denomina «la casta» tratando de expulsarlo del tablero político, ridiculizando sus propuestas y reduciendo su pensamiento al cliché bolivariano. Hace unos meses, después de que su formación obtuviera cinco eurodiputados, el gurú del PP Pedro Arriola calificó a Podemos como un grupo de «frikis» sin futuro. Hoy, hay más españoles que se declaran dispuestos a votar a Pablo Iglesias que a Rajoy.

Las redes y la televisión

¿Qué ha ocurrido en este tiempo para semejante vuelco? Más allá de aglutinar el voto del cabreo contra unos partidos desprestigiados por la corrupción que le han hecho la campaña, Iglesias supo interpretar mejor que nadie la enorme influencia de las redes sociales y el traslado del foro de debate político desde el Parlamento a los platós de televisión.

Pero ha tenido que vencer también la tradicional tendencia hacia el caos de los partidos con raíces asamblearias hasta someter a Podemos a su liderazgo absoluto. Ningún otro dirigente político español, ni siquiera Mariano Rajoy, tiene el poder en su formación que desde ayer asume Pablo Iglesias. Aunque, paradójicamente, tres de los únicos cinco eurodiputados de Podemos formen parte del sector crítico, el líder ha conseguido laminar cualquier atisbo de oposición interna. Y su gran mérito es haberlo hecho por métodos impecablemente democráticos.

Grupo con funciones definidas

El nuevo secretario general temió desde un principio que la plataforma que creó fuera aprovechada por otros grupos de izquierda radical más organizados para hacerse con el control del partido. Para evitarlo, se blindó con un núcleo muy reducido de fieles con los que fundó Podemos, con unas funciones perfectamente definidas y que desde ayer le acompañan en la cúpula del partido. Íñigo Errejón, doctor en Ciencias Políticas y exasesor entre otros del boliviano Evo Morales, fue el director de la exitosa campaña de Podemos en las europeas y es el verdadero cerebro en la sombra del partido.

Los retos de Podemos

Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencia Política y exasesor del venezolano Hugo Chávez y de Gaspar Llamazares en su etapa como líder de IU, es el encargado de los discursos más mitineros y ejerce el rol de duro y más agresivo frente al siempre calmado pero dialécticamente implacable Pablo Iglesias. La gallega Carolina Bescansa, profesora de Metodología en la Universidad Complutense de Madrid, es la responsable del análisis político y, hasta ahora, ha permanecido en un segundo plano, sin demasiada exposición pública. Luis Alegre, profesor de Filosofía y el quinto miembro fundador de Podemos, es el encargado de la coordinación y responsable de la organización de la Asamblea Ciudadana que ha concluido otorgando al grupo el control total.

Este núcleo duro, apoyado por otros 57 fieles a Iglesias que forman el consejo consultivo, tiene en sus manos los retos a los que se enfrenta Podemos. Confeccionar un programa político y económico verosímil y realizable, capaz de atraer a una mayoría de votantes de diferentes espectros ideológicos sin defraudar a sus bases; culminar el desarrollo territorial de la organización; justificar su negativa a participar con sus siglas en las municipales pese a ser la primera fuerza en intención directa de voto, y ser capaces de articular mayorías con otras fuerzas sin abandonar el discurso de la casta.