El látigo autocomplaciente de Alfonso Guerra

Enrique Clemente Navarro
enrique clemente MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

Narra en «Una página difícil de arrancar» cómo González le engañó y se endiosó, Garzón quiso cobrar en B, cómo tramaron su muerte política y elogia a Suárez, al rey y a sí mismo

02 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En Una página difícil de arrancar (Planeta), hay héroes (Adolfo Suárez), villanos (Baltasar Garzón), cínicos (Felipe González), traidores (Manuel Chaves), perversos (José María Aznar), chivatos (Javier Solana), grandes amigos (Fernando Abril Martorell) y un hombre íntegro, preclaro, culto, que casi siempre prevé lo que va a pasar, el propio autor, Alfonso Guerra. Este tercer tomo de sus memorias recorre en más de 600 páginas el período que va desde su salida del Gobierno en 1991 a la actualidad con algunos flashback.

Felipe González

La puñalada. Alaba la «transformación espectacular» de España durante los gobiernos de González, aunque acota que «especialmente en la primera década», que coincide con su etapa como vicepresidente. El perfil que aparece es el de un presidente endiosado, rodeado de aduladores que le hacían creer imprescindible y que le convencieron de que debía eliminar políticamente a quien era su amigo y siempre lo había apoyado. Relata que tenía una «confianza total» en González, pero le engañó por primera vez en 1991, cuando pactó con él la composición del nuevo Gobierno, pero luego lo cambió «radicalmente». Al echárselo en cara, «se encerró en un actitud cínica», argumentando que había hecho lo mejor para todos. A partir de ahí los desencuentros fueron habituales.

Sus enemigos en el PSOE

Tontos y malvados. Cuenta que en 1992 se opuso a que, para conmemorar la victoria de 1982, se imprimiera un cartel que reproducía la histórica foto del Palace donde salían él y González, ya que no le parecía ético pues estaban distanciados. Pero se imprimió. Los «aduladores» del líder, entre los que destaca a Solchaga, Almunia, Maravall y Leguina, «extendieron la especie de que era un intento por mi parte de expresar que Felipe solo podía caminar si lo hacía de mi mano». Concluye: «Dudé si serían más tontos que malvados, o a la inversa». La cacería de los «renovadores de la nada» continuó hasta que se cobraron la pieza cuando González dimitió como secretario general en 1997. «Para sacarme a mí, hubo de inmolarse él», escribe.

Filesa y GAL

No sabía nada. Filesa fue un «aquelarre judicial bajo la batuta» del juez Barbero. De este caso de financiación ilegal del PSOE dice que no sabía nada. Del GAL, tampoco. Asegura que fue fruto de una conspiración en la que participaron Garzón, Cascos y el director de un diario.

Baltasar Garzón

Quiso cobrar en B. Relata que le pidió cobrar en B una compensación durante los meses que tenía que abandonar su puesto de juez para presentarse a las elecciones de 1993. Le respondió que se haría en A, a lo que Garzón se negó. «Parece que acudió a otra institución, esta vez con éxito», escribe. Asegura que practica la máxima el fin justifica los medios.

Mario Conde

La venganza. Escribe que la intervención de Banesto, que presidía Conde, fue una venganza ante su negativa a hacerse cargo de Ibercorp y tapar el escándalo. Mariano Rubio y Solchaga acudieron a él, pero no aceptó.

Adolfo Suárez

Valiente. Cuenta que que el 10 de abril del 2002 mantuvo su última conversación con él. Le anunció que estaba perdiendo la memoria, pero no le creyó. Revela la conversación que mantuvo con Tejero la noche del 23-F de 1981, según las notas que le entregó un ujier que estuvo presente. Suárez ordenó al golpista que depusiera su actitud, a lo que este se negó amenazándolo. Le dedica grandes elogios.

Zapatero

Errores de bulto. Reconoce la «ampliación de los derechos civiles» en su etapa. Critica su «adanismo innovador», que alentara la revisión de los estatutos de autonomía, especialmente el catalán, la negación de la crisis o que aireara la negociación con ETA. De las consecuencias de esos errores dice que avisó de antemano, incluso al propio Zapatero.