Los controladores aún darán guerra

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

El Gobierno se mantiene en alerta, porque no se fía de los huelguistas, mientras en el PP los críticos exhiben su incomodidad por el apoyo de Rajoy al estado de alarma

12 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En el Congreso de los Diputados, en la fiesta de la Constitución, una señora se acercó al ministro de Fomento, José Blanco, que charlaba con dos periodistas: «Yo no le voto, pero lo felicito por sus decisiones con los controladores. Como ciudadana, gracias». Blanco nos comentó, lacónico, al marcharse la señora: «Bien, pero esto no ha acabado». No tiene pinta.

De una parte, un sector del Partido Popular muestra su incomodidad con Mariano Rajoy por haber apoyado al Gobierno en la declaración del estado de alarma tras el caos aéreo. De otra, los controladores, que cuentan con el apoyo jurídico y la asesoría de comunicación más cara del mercado, se pasean por las emisoras sembrando dudas y haciendo creer que todos son iguales, ellos y Aena: «El problema es que en España hay la mitad de controladores que en Francia cuando controlamos más espacio aéreo nosotros», señalan. Tan cierto como que son ellos los que impidieron que el número de plazas se ampliara. Y sus representantes sindicales, después de obligar a cerrar el espacio aéreo el viernes, al retirarse de sus puestos de trabajo, los que presentaron por escrito una propuesta al ministerio: menos horas de trabajo, aumento de sueldo de 100.000 euros anuales, control sindical de los recursos humanos en las torres y vuelta a la normalidad inmediata. O sea, en lo laboral como antes y en sus manos, como siempre.

Mejor ahora que en Navidad

Es curioso como el sector duro del PP, los que fustigan a Rajoy pero no pueden con él porque ganó en Galicia, decidió en el País Vasco y ha subido en Cataluña, o sea, los que sueñan en España con el Tea Party, se olvidan de que los ministros populares de Fomento cedieron siempre ante los controladores. Ni Arias Salgado ni el lenguaraz Álvarez Cascos se atrevieron a enfrentarse al colectivo, lo que tampoco hizo la socialista Magdalena Álvarez. José Blanco se la jugó y ahora discuten si era el momento oportuno, a horas del puente de diciembre. «Mejor ahora que en Navidad, porque los costes emocionales y hasta los económicos hubieran sido superiores», sostiene Blanco.

Que se lo cuenten a Rocío, una chica que volaba a Canarias el viernes por la tarde con otros pasajeros invitados a una boda aquella misma noche. No pudieron aterrizar porque la huelga salvaje lo impidió. No podían volver a Madrid, ni a Málaga o Sevilla, porque no había controladores. Aterrizaron en Marruecos, pero no pudieron bajar del avión en horas, ni salir de una sala del aeropuerto en dos días porque no llevaban pasaportes, solo el DNI. La boda se aplazó por incomparecencia de invitados. De película de miedo, pero suspender las Navidades hubiera sido familiarmente aún más doloroso.

Con este plan deliberado de no importa a quién se dañe, tiene razón Alfredo Pérez Rubalcaba cuando se lamenta del «desparpajo con el que se pasean los controladores por los medios de comunicación» tratando de que alguien les dé la razón. Solo los adversarios internos de Rajoy en el PP se la conceden y, aún, en parte.

Entretanto, se despejan algunas dudas en la escena política. Josep Antoni Duran i Lleida no dejará Madrid, con lo que no se pierde a una de las pocas cabezas claras y solventes del Parlamento; los alcaldes del PSC quieren tomar el mando después de la derrota de José Montilla para preservar la ciudad de Barcelona y la diputación, o el poder pujolista uniformará Cataluña; a la ministra Carme Chacón la esperan como cabeza electoral para dentro de cuatro años, aunque ella guarde silencio, porque tiene aspiraciones más altas...

Europa, a la deriva

Rodríguez Zapatero, mientras, se dedica a pedirle a Angela Merkel prudencia en sus declaraciones sobre el euro porque dañan a Europa y, de forma especial, a España. La señora Merkel y Sarkozy van de acuerdo en una dirección, los británicos miran solo hacia Washington y el resto piden a gritos un liderazgo que el primer presidente europeo, el belga Herman Van Rompuy, es incapaz de aportar. Quizá por eso lo eligieron. Un panorama bien difícil.