Un atentado terrorista solo es un fallo de seguridad, según Gómez Bermúdez
26 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Al Qaida hoy no son más de un centenar de miembros y sus líderes no pasan de una docena. Así lo expuso esta semana en Vilagarcía el magistrado de la Audiencia Nacional Javier Gómez Bermúdez, en el marco de los cursos de verano organizados por la Universidade de Santiago.
El presidente del macroproceso del 11-M ofreció al auditorio el perfil del nuevo terrorista trazado por Marc Sageman, un psiquiatra forense americano, ex agente de la CIA y defensor de la teoría de la yihad sin líder, en un artículo recientemente publicado en Foreign Policy , aunque no lo citó en ningún momento.
Gómez Bermúdez empezó recordando que el terrorismo no es algo nuevo en nuestro país, sino que se remonta a finales del siglo XIX y la primera parte del XX con el asesinato de tres presidentes de Gobierno -Cánovas, Canalejas y Dato- y el magnicidio frustrado de Alfonso XIII. Luego vendría el terrorismo colonial que sus autores justificaban con la cobertura ideológica de la liberación de los países ocupados. A este le sucedió el de corte marxista y maoísta apoyado por la nueva izquierda a partir de los años setenta, que en España tuvo sus manifestaciones más claras en el FRAP, los Grapo y la primera ETA, «porque la actual no tiene ideología, sino que es un terrorismo etnorracista de corte nacionalista».
Según el protagonista del libro La soledad del juzgador , el terrorismo del siglo XXI , «más perturbador que los anteriores», tiene su origen en el final de la guerra fría y la caída de los bloques que «produjo la ruptura del monopolio estatal de la tecnología de destrucción masiva que hizo posible que esta cayese en manos de grupos incontrolados, incluidos los terroristas».
Una de las características de este nuevo terrorismo es que, por su espectacularidad y su carácter indiscriminado, «ha generado un nuevo factor de ansiedad en la población, que hace a los ciudadanos más propensos a ceder espacios de libertad y a poner en manos de sus poderes ejecutivos carta blanca para que limiten su libertad, en aras de una supuesta seguridad».
Se exagera mucho
Gómez Bermúdez sostiene, sin titubeos, que se exagera mucho porque «cuando se produce un atentado lo que ocurre no es más que un fallo de seguridad, porque no se pudo detectar o se interpretaron erróneamente las señales que llegaron a los responsables de evitarlo, o, simplemente, porque no se han enterado. Sin embargo -precisó- se nos hace creer que los fallos de seguridad amenazan seriamente a la propia esencia del Estado».
El presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, siguiendo la tesis de Marc Sageman, explicó que la actual generación de terroristas constituye la tercera oleada de extremistas a los que la ideología de la yihad mundial ha impulsado a combatir.
La primera estaba integrada por árabes afganos que en los ochenta fueron a Pakistán y a Afganistán a luchar contra los soviéticos. En contra de lo que se suele pensar, se trataba de gente con alto nivel educativo proveniente de las clases medias. Eran, además, hombres maduros, que rondaban los 30 años cuando tomaron el fusil. Lo que queda de aquella época sigue formando la columna vertebral de la actual jefatura de Al Qaida, pero son, como mucho, unos pocos hombres escondidos en el noroeste de Pakistán.
Semillas de radicalización
La segunda oleada estaba formada, principalmente, por expatriados de las élites de Oriente Medio que fueron a Occidente a estudiar en la universidad. La lejanía de sus familias, sus amigos y su cultura hizo que muchos añorasen su tierra y se sintiesen marginados, sensaciones que se agravaron hasta formar las semillas de su radicalización. Esta generación fue la que en los noventa se entrenó en los campos de Afganistán. Se incorporaron a la central de Al Qaida y, en la actualidad, quedan como mucho un centenar, escondidos en el noroeste de Pakistán.
La tercera y nueva hornada es diferente a las anteriores. Está formada en su mayoría por aspirantes a terroristas que, enfurecidos por la invasión de Irak, sueñan con unirse al movimiento y a hombres que consideran héroes. Pero les resulta prácticamente imposible contactar con la central de Al Qaida, que tras el 11-S pasó a la clandestinidad. Crean redes fluidas e informales que se financian y entrenan de forma autónoma. No tienen cuartel general, pero el tolerante ambiente virtual de Internet les ofrece una aparente unidad y un objetivo claro. Su estructura social es dispersa y descentralizada, una yihad sin líder.